Discurso a los
participantes de la Conferencia Internacional
“La
indiferencia es un virus que infecta peligrosamente nuestros tiempos”, ha
advertido el Santo Padre Francisco.
Lo
ha hecho ayer mañana, 29 de enero de 2018, a las 9:15 horas, en la Sala del
Consistorio del Palacio Apostólico, en la audiencia a los
participantes en la Conferencia Internacional sobre la responsabilidad de los
Estados, de las instituciones y de los individuos en la lucha contra el
antisemitismo, y a los crímenes relacionados con el odio antisemita que se
celebra hoy en Roma en el Ministerio de Asuntos Exteriores y de la Cooperación
Internacional.
Discurso del Papa
Francisco
Queridos
amigos,
Os
doy una calurosa bienvenida y os agradezco vuestra presencia. También me
complace el noble propósito que os reúne: reflexionar juntos, desde varios
puntos de vista, sobre la responsabilidad de los Estados, instituciones e
individuos en la lucha contra el antisemitismo y los crímenes relacionados con
el odio antisemita.
Me
gustaría subrayar una palabra: responsabilidad. Ser responsable significa
ser capaces de responder. No se trata solo de analizar las causas de la
violencia y de rechazar su lógica perversa, sino de estar listos y activos para
responder a ella. Por lo tanto, el enemigo contra el cual se debe luchar no es
solo el odio, en todas sus formas sino, todavía más en la raíz, la
indiferencia; porque es la indiferencia la que paraliza e impide hacer lo que
es justo incluso cuando se sabe que es justo.
No
me canso de repetir que la indiferencia es un virus que infecta peligrosamente
nuestros tiempos, tiempos en los que estamos cada vez más conectados con los
demás, pero cada vez menos atentos a los demás. Y, sin embargo, el contexto
globalizado debería ayudarnos a comprender que ninguno de nosotros es una isla
y que nadie tendrá un futuro de paz sin un porvenir digno para todos.
El
libro del Génesis nos ayuda a comprender que la indiferencia es un mal insidioso
siempre agazapado a la puerta del hombre (véase Gen 4, 7). Es el objeto del
debate entre la criatura y el Creador al comienzo de la historia, cuando éste
pregunta a Caín: “¿Dónde está tu hermano?”. Pero Caín, que acaba de matar a su
hermano, no responde la pregunta, no explica este “dónde”. Por el contrario,
reclama su autonomía: “¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?” (V. 9). A él
no le importa su hermano: aquí está la raíz perversa, raíz de muerte que
produce desesperación y silencio. Recuerdo este silencio ensordecedor, que
percibí en mi visita a Auschwitz-Birkenau: un silencio inquietante, que deja
espacio solamente a las lágrimas, a la oración y a la petición de perdón.
Ante
el virus de la indiferencia, ¿qué vacuna podemos administrar? El libro de
Deuteronomio sale en nuestra ayuda. Después del largo viaje en el desierto,
Moisés dirigió a los elegidos una recomendación fundamental: “Recuerda todo el
camino…” (Dt 8, 2).
Al
pueblo que anhelaba el futuro prometido, la sabiduría sugería mirar hacia atrás,
volver la mirada a los pasos dados. Y Moisés no dijo simplemente: “Piensa en el
camino”, sino recuerda, es decir, haz vivo, no dejes que el pasado muera.
Recuerda, es decir, “regresa con el corazón”: recuerda no solo con la mente,
sino desde lo más profundo del alma, con todo tu ser. Y no recuerdes solo lo
que te gusta, sino “todo el camino”. Acabamos de celebrar el día de la memoria.
Para recuperar nuestra humanidad, para recuperar una comprensión humana de la
realidad y superar tantas formas deplorables de apatía hacia el prójimo,
necesitamos esta memoria, esta capacidad de involucrarnos juntos en
recordar. La memoria es la clave para acceder al futuro, y es nuestra
responsabilidad entregarla dignamente a las jóvenes generaciones.
En
este sentido, me gustaría mencionar un documento de la Comisión para las
Relaciones Religiosas con el Judaísmo, del que este año cae el vigésimo
aniversario de su publicación. El título es elocuente: Nosotros
recordamos: una reflexión sobre la Shoah (16 de marzo de 1998). San Juan
Pablo II esperaba que permitiese “a la memoria cumplir su papel necesario en el
proceso de construcción de un futuro en el que la inefable iniquidad de
la Shoah no vuelva a ser nunca posible” (Mensaje de introducción 12
de marzo de 1998). El texto habla de esta memoria, que como cristianos estamos
llamados a custodiar junto con nuestros hermanos mayores judíos: “No se
trata solo de volver al pasado. El futuro común de judíos y cristianos exige
que nosotros recordemos, porque “no hay futuro sin memoria”. La historia misma
es memoria futuri “(I).
Para
construir nuestra historia, que será juntos o no será, necesitamos una memoria
común, viva y confiada, que no quede atrapada en el resentimiento, sino que,
aunque atravesada por la noche del dolor, se abra a la esperanza de un nuevo
amanecer. La Iglesia quiere tender la mano. Quiere recordar y caminar juntos.
En este camino, “consciente del patrimonio común con los judíos, e impulsada no
por razones políticas, sino por la religiosa caridad evangélica, deplora los
odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y
persona contra los judíos”. (Concilio Ecuménico Vaticano II, Declaración Nostra
Aetate, 4).
Queridos
amigos, ayudémonos unos a otros a fermentar una cultura de la responsabilidad,
de la memoria y de la proximidad, y a establecer una alianza contra la
indiferencia, contra toda indiferencia. El potencial de la información ciertamente
ayudará, pero será aún más importante la formación. Es urgente educar a
las generaciones más jóvenes para que se involucren activamente en la lucha
contra los odios y las discriminaciones, pero también para superar las
contradicciones del pasado y para no cansarse nunca de buscar al otro. De
hecho, para preparar un futuro verdaderamente humano no es suficiente rechazar
el mal, sino que es necesario construir juntos el bien. Gracias por vuestro
esfuerzo en todo esto. Que el Señor de la paz os acompañe y bendiga cada uno de
vuestros buenos propósitos. Gracias.
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Fuente: Zenit