6ª catequesis del Papa
Francisco dedicada a la Misa
“¡Ojalá
la liturgia se convierta para todos nosotros en una verdadera escuela de
oración!”, es el deseo que ha expresado el Papa Francisco en la audiencia
general, dedicada a la Eucaristía y en concreto al “Gloria a Dios” y a la
oración de la colecta.
El
Santo Padre Francisco ha celebrado la audiencia general ayer mañana, 10 de
enero de 2018, en el aula Pablo VI, como es habitual en invierno, ante miles de
peregrinos provenientes de Italia y de otros países del mundo
Catequesis del Papa
Francisco
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En
el recorrido de las catequesis sobre la celebración eucarística hemos visto que
el Acto penitencial nos ayuda a despojarnos de nuestras presunciones y a
presentarnos ante Dios como realmente somos, conscientes de ser pecadores, con
la esperanza de ser perdonados.
Precisamente
del encuentro entre la miseria humana y la misericordia divina brota la
gratitud expresada en el “Gloria”, “un himno antiquísimo y venerable con el que
la Iglesia, congregada en el Espíritu Santo, glorifica a Dios Padre y glorifica
y le suplica al Cordero.” (Instrucción General del Misal Romano, 53).
El
inicio de este himno –“Gloria a Dios en el alto del cielo”- retoma el canto de
los ángeles en el nacimiento de Jesús en Belén, el anuncio gozoso del abrazo
entre el cielo y la tierra. Este canto también nos involucra reunidos en
oración: “Gloria a Dios en el alto del cielo y paz en la tierra a los hombres
de buena voluntad”.
Después
del “Gloria”, o cuando no lo hay, inmediatamente después del Acto penitencial,
la oración asume una forma particular en la llamada “colecta” que expresa el
carácter propio de la celebración, variable según los días y tiempos del año
(ver ibid., 54). Con la invitación “oremos”, el sacerdote exhorta al pueblo a
recogerse con él en un momento de silencio, para hacerse conscientes de
que están en la presencia de Dios y para que emerjan, del corazón de cada uno,
las intenciones personales con las que participa en la misa (cf. ibid., 54). El
sacerdote dice “oremos”; y después hay unos instantes de silencio y cada uno
piensa en lo que necesita, en lo que quiere pedir, en la oración.
El
silencio no se limita a la ausencia de palabras; es estar dispuesto a escuchar
otras voces: la de nuestro corazón y, sobre todo, la voz del Espíritu Santo. En
la liturgia, la naturaleza del silencio sagrado depende del momento en que se
observa: “En el acto penitencial y después de la invitación a orar, cada uno se
recoge en sí mismo; pero terminada la lectura o la homilía, todos meditan brevemente
lo que escucharon; y después de la Comunión, alaban a Dios en su corazón y
oran” (ibid., 45). Por lo tanto, antes de la oración inicial, el silencio nos
ayuda a recogernos en nosotros mismos y a pensar en por qué estamos allí. De
ahí la importancia de escuchar nuestro ánimo para abrirlo luego al Señor. Tal
vez venimos de días fatigosos, o de alegría, de dolor, y queremos decírselo al
Señor, invocar su ayuda, pedirle que esté cerca de nosotros; tenemos familiares
y amigos que están enfermos o que atraviesan pruebas difíciles; deseamos
confiarle a Dios las suertes de la Iglesia y del mundo. Para esto sirve el
breve silencio antes de que el sacerdote, recogiendo las intenciones de
cada uno, exprese en voz alta a Dios, en nombre de todos, la oración común que
concluye los ritos de introducción, haciendo la “colecta” de las intenciones
individuales. Recomiendo encarecidamente a los sacerdotes que observen este
momento de silencio y no vayan deprisa: “oremos”, y que se haga silencio. Se lo
recomiendo a los sacerdotes. Sin ese silencio corremos el peligro de descuidar
el recogimiento del alma.
El
sacerdote reza esta súplica, esta oración de colecta, con los brazos abiertos y
la actitud del orante, asumido por los cristianos desde los primeros siglos –
como demuestran los frescos de las catacumbas romanas- para imitar a Cristo con
los brazos abiertos en el madero de la cruz. Está allí. ¡Cristo es el Orante y
al mismo tiempo la oración!. En el Crucificado reconocemos al Sacerdote que
ofrece a Dios el culto que le agrada, es decir la obediencia filial.
En
el Rito romano las oraciones son concisas, pero repletas de significado: se
pueden hacer tantas meditaciones hermosas sobre estas oraciones ¡Tan bellas!
Volver a meditar sobre los textos, incluso fuera de la misa, puede ayudarnos a
aprender cómo acudir a Dios, qué pedir, qué palabras usar. ¡Ojalá la liturgia
se convierta para todos nosotros en una verdadera escuela de oración!
©
Librería Editorial Vaticano
Fuente:
Zenit






