Sor Margherita Marin, la religiosa que encontró sin
vida a Juan Pablo I: «Eran tres hojas, recuerdo una cita evangélica»
Sor Margherita Marin |
El
Papa Luciani, en su lecho de muerte, «estrechaba entre las manos tres hojas
dactiloscritas. De esas páginas recuerdo una cita, el pasaje evangélico en el
que se habla de glotones y borrachos…».
La monja Margherita Marin tiene 76
años, pertenece a las monjas de la Niña María y es la única sobreviviente del
grupo de cuatro monjas (las otras eran Elena Maggi, Vincenza Taffarel y Cecilia
Tomaselli) que cuidaron a Juan Pablo I en el aposento pontificio en el Vaticano
durante 32 días, de finales de agosto a finales de septiembre de 1978.
Nadie
tenía noticias suyas desde que tenía 37 años (cuando fue elegido Luciani), sino
hasta ahora que se ha publicado el libro de Stefania Falasca “El Papa Luciani.
Crónica de una muerte”, que por primera vez reconstruye con base en los
documentos inéditos de la causa de beatificación los últimos días del Pontífice
véneto.
Sor Margherita, el domingo 10 de diciembre participó en la presentación
del libro de Falasca en el seminario de Belluno, en compañía del obispo Renato
Marangoni y Davide Fiocco, que se ha encargado de la causa. Estas son las
respuestas de la religiosa a las preguntas que le hicimos.
¿Ya
había conocido a Luciani? ¿De qué se ocupaba en el aposento pontificio?
No,
nunca antes lo había visto. Dos días antes de su elección entramos a formar
parte de su “familia”. Yo me ocupaba en particular del guardarropa y de la
sacristía: preparaba la capilla del apartamento para la celebración de la misa
de la mañana. También hacía otras cosas, cuando se necesitaba. Sor Cecilia era
la cocinera, sor Vincenza era enfermera, mientras sor Elena coordinaba nuestro
trabajo, era la encargada. Sor Vincenza Taffarel, que también era enfermera,
era la más anciana, conocía al Papa y llevaba asistiéndolo varios años.
¿Puede
decirnos cómo estaba el Papa Luciani? ¿Es cierto, como se ha escrito, que se
veía preocupado e incluso aplastado por el peso del Pontificado?
No
estaba para nada preocupado, se había metido bien en la nueva tarea que se le
encomendó. Repito, ninguna preocupación. Trabajaba mucho, caminaba por el
apartamento, lo veíamos muy ocupado con sus asuntos, pero no preocupado. No
estaba aplastado, para nada, por la responsabilidad recibida. Tenía mucha
confianza. Nos decía: “¡Hermanas, recen! Recen porque el Señor me ha dado una
tarea grande, necesito las oraciones de todos, y también las de ustedes.
Juntas, gracias a estas oraciones, saco adelante la tarea que me ha dado el
Señor”.
Hay
algunos que creen que la preocupación, frente a los escándalos financieros que
halló en el Vaticano, fue el motivo de su muerte natural…
Solamente
puedo atestiguar lo que vi y repetir: ni preocupado ni aplastado por la
responsabilidad.
Vayamos
al último día de vida del Pontífice, el 28 de septiembre de 1978. ¿Qué recuerda
de aquel día?
Fue
un día normal. Por la mañana, en la capilla, la misa fue a las siete. Después
el Papa ojeó los periódicos y al final se retiró a su estudio, porque tenía que
escribir un documento para los obispos. Pasó el resto de la mañana trabajando
en su escritorio. Después fue el almuerzo…
Interrumpo.
¿Puede decirnos si Juan Pablo I tenía una dieta especial?
Para
nada. Comía lo que comíamos los demás y lo que preparaba sor Cecilia para todos
nosotros con la compra que llevaban al apartamento mediante el ascensor a las
5.30 de la mañana. No tenía dietas particulares.
¿Qué
más recuerda sobre ese 28 de septiembre?
Después
del almuerzo, como siempre, hubo un momento de reposo. Después, durante la
tardecita, el Papa siguió trabajando y caminando por el aposento. Lo sé porque
yo estaba en la habitación del guardarropa planchando. Lo veía ir y venir,
llevaba un libro y estaba leyendo. Después, en determinado momento, se detuvo y
se apoyó en mi mesa para escribir algo. Siempre fue muy afable con nosotras las
monjas. Me dijo: “Hermana, las hago trabajar mucho. Hace mucho calor y yo sudo…
No pierda demasiado tiempo planchando las camisas, es suficiente nada más el
cuello y los puños, porque lo demás ni se ve”.
¿Le
hablaba en italiano o en el dialecto véneto?
En
véneto, lo dijo en dialecto. Después, por la tarde recitó las vísperas en la
capillita con los secretarios. Lo hacía en inglés, para practicar la lengua.
Por la tarde cenó. Y, como siempre, después de la cena, iba a desearnos las
buenas noches a la cocina. A mí me preguntó cuál misa había había preparado
para la mañana siguiente. Dije que el día siguiente, el 29 de septiembre, era
día de los santos ángeles. Y él: “Bien, así, mañana en la mañana, si el Señor
quiere, celebramos juntos”. Estaba sereno, tranquilo, no se veía para nada
fatigado. Comenzó a irse pero se detuvo en la puerta y de despidió otra vez.
Esa noche, antes de retirarse, habló por teléfono con el cardenal Giovanni
Colombo, arzobispo de Milán. La llamada duró una media horita.
¿Qué
sucedió la mañana siguiente? ¿Puede contárnoslo?
Nosotras
las monjas nos levantábamos a las 5, a las 5.15 ya estábamos listas. Sor
Vincenza preparaba le preparaba el café al Papa, yo esperaba que llegara la
compra con el ascensor a las 5.30. A esa hora el Santo Padre iba a tomarse el
café a la sacristía de la capillita y después se detenía en oración hasta las
7, cuando comenzaba la misa. Ese día el Papa no había salido. Sor Vincenza vio
que el café seguía allí y que nadie lo había tocado. Recuerdo que estábamos las
dos en el corredor del apartamento y me dijo: “Ven, vamos a tocar la puerta, el
Santo Padre todavía no sale”. Ella fue por delante y tocó. Nadie
respondía…
¿Qué
hora era?
Habrán
sido las 5.30. Ella me dijo que me acercara. Me dijo: “Ven, ven…”. Tal vez
tenía algún presentimiento. No lo sé. Sor Vincenza entró primero, y escuché que
dijo: “Santidad, usted no debería hacerme estas bromas”. Me llamó y yo también
entré. Y vi también que estaba muerto, inmóbil, acostado en la cama, con las
manos apoyadas sobre el pecho, como le pasa a los que se duermen cuando están
leyendo. La luz estaba prendida y el Papa tenía los lentes puestos. Tenía tres
hojas dactiloscritas en la mano. No se veía sufrimiento en su cara, estaba
relajado, con una ligera sonrisa, parecía dormido. Murió sin darse cuenta, no
había ningún signo; debe haber sido algo fulminante.
¿Pudo
ver el contenido de las hojas que el Papa tenía en la mano? Durante décadas se
han hecho especulaciones de todo tipo…
Solo
recuerdo esto: en las hojas dactiloscritas pude ver un par de líneas. Era el
pasaje evangélico en el que se citan las palabras “glotón” y “borracho”.
¿Se
refiere a Mateo 11, 18-19? ¿Ese que cita estas palabras de Jesús: «Porque llegó
Juan, que no come ni bebe, y ustedes dicen: “¡Ha perdido la cabeza!”. Llegó el
Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Es un glotón y un borracho, amigo
de publicanos y pecadores”. Pero la Sabiduría ha quedado justificada por sus
obras»?
Sí,
es de lo que me acuerdo. Creo que estaba leyendo para prepararse al Ángelus del
domingo siguiente o para la audiencia de los miércoles.
ANDREA TORNIELLI
ENVIADO A BELLUNO
Fuente:
Vatican Insider