El jesuita Alberto Ares
recoge la noción de hospitalidad en la tradición cristiana
Más
de 232 millones de personas migrantes (supondría el quinto país más poblado del
planeta). Más de 65 millones son personas que se han visto forzadas a abandonar
su hogar por un conflicto armado, por violencia generalizada o por un desastre
natural. De este número, 21 millones son personas refugiadas; 38 millones,
desplazadas internas, y 3,2 millones, solicitantes de asilo.
El
Mediterráneo se ha convertido en el mayor cementerio a nivel mundial, donde
sólo en 2016 perdieron la vida más de 5.000 personas. Siria es el país que
genera mayor número tanto de refugiados como de desplazados internos, seguido
por Afganistán, Somalia y Sudán del Sur.
Con
el cuaderno Hijos e hijas de un peregrino. Hacia una teología de las
migraciones, editado por Cristianisme y Justícia (se puede leer todo el documento
aquí)
Alberto
Ares ahonda en las raíces bíblicas, de la tradición y del Magisterio para
iluminar la realidad de los refugiados desde una perspectiva creyente. En este
artículo presentamos qué dice la Biblia, mientras que un segundo artículo
abordará qué dice la Tradición y el Magisterio.
Alberto
Ares es un jesuita español especializado en migraciones. Ha acompañado
comunidades migrantes en varias partes del mundo. En la actualidad es el
Delegado del Sector Social de los jesuitas en España e investigador asociado al
Instituto de Estudios sobre Migraciones de la Universidad Pontificia de
Comillas de Madrid.
La Biblia y los
refugiados
La
Biblia se reconoce como una realidad en movimiento, con experiencias
migratorias, de exilio, de acogida y hospitalidad, que se insertan en las
experiencias fundantes del pueblo elegido: «mi padre fue un arameo errante» (Dt
26,5), empieza a explicar Ares.
El
Nuevo Testamento, en el que el propio Jesús se presenta como un migrante, “va
poniendo un acento especial en la acogida y la fraternidad, en el universalismo
y en una vida apostólica en movimiento, que desborda fronteras”.
El
Antiguo Testamento:
«Mi padre fue un arameo errante»
Ares recoge cómo en el Antiguo Testamento se brinda abundante doctrina y praxis sobre las migraciones y las personas en movimiento. Por un lado, junto con los huérfanos y las viudas, los emigrantes constituyen la trilogía típica del mundo de los marginados en Israel. Para ellos, Dios pide un trato digno y de especial respeto y atención.
Ares recoge cómo en el Antiguo Testamento se brinda abundante doctrina y praxis sobre las migraciones y las personas en movimiento. Por un lado, junto con los huérfanos y las viudas, los emigrantes constituyen la trilogía típica del mundo de los marginados en Israel. Para ellos, Dios pide un trato digno y de especial respeto y atención.
•
«Mi padre era un arameo errante» (Dt 26,5).
• «Conocéis la suerte del emigrante, porque emigrantes fuisteis vosotros en Egipto» (Ex 23,9).
• «No vejarás al emigrante» (Ex 23,9)
• «No lo oprimiréis» (Lev 19,34)
• «No lo explotaréis» (Dt 23,16)
• «No negarás el derecho del emigrante» (Dt 24,17)
• «Maldito quien viole los derechos al emigrante» (Dt 27)
• «Amaréis al emigrante, porque emigrantes fuisteis en Egipto» (Dt 10,19)
• «Al forastero que reside junto a vosotros, lo miraréis como a uno de vuestro pueblo y le amarás como a ti mismo» (Lev 19,34).
• «Cuando siegues la mies de tu campo y olvides en el suelo una gavilla, no vuelvas a recogerla; déjasela al emigrante, al huérfano y a la viuda» (Dt 24,17).
El Nuevo Testamento:
Jesús, el migrante
Uno
de los elementos centrales del Nuevo Testamento mirándolo desde la realidad
migratoria es el hecho de que el mismo Jesús se presenta como un migrante,
recuerda este jesuita. Mateo muestra la infancia de Jesús y a la Sagrada
Familia bajo una primera y cruenta experiencia de emigración forzosa (Mt
2,14-15). Por su parte, el Evangelio de Lucas narra el nacimiento de Jesús
fuera de la ciudad «porque no había sitio para ellos en la posada» (Lc 2,7).
•
Nacido fuera de su tierra y procedente de fuera de la patria (cfr. Lc 2,4-7),
«Habitó entre nosotros» (Jn 1,11.14)
• «Fui extranjero y me acogiste» (Mt 25,35).
• El buen samaritano (Lc 10, 25-37)
• La mujer sirofenicia (Mc 7,24- 30),
• El centurión (Mt 8,5-10)
• La mujer samaritana (Jn 4,5-42)
• «Ya no hay judío ni griego, ni hombre ni mujer, ni esclavo ni libre porque
todos sois
uno en Cristo» (Gal 3,28).
Miriam Díez Bosch
Fuente:
Aleteia