Audiencia con la Comisión
Internacional Católica para las Migraciones
“El
trabajo no está terminado. Juntos debemos alentar a los Estados a que
concuerden las respuestas más adecuadas y eficaces a los desafíos de los
fenómenos migratorios”, ha advertido el Papa Francisco.
A
las 10 horas de esta mañana en la Sala Clementina, el Santo Padre ha recibido
en audiencia a los miembros de la International Catholic Migration
Commission (ICMC), con motivo de su Consejo Plenario, celebrado en Roma
del 6 al 8 de marzo de 2018.
Después
de las palabras del saludo del cardenal John Njue, arzobispo de Nairobi y
Presidente de la ICMC, el Papa dirigió a los presentes un discurso.
Compromisos concretos
Así,
el Pontífice ha explicado que para liberar a los oprimidos, a los descartados y
a los esclavos de hoy, es “esencial promover un diálogo abierto y sincero con
los gobernantes, un diálogo que atesore la experiencia vivida, el sufrimiento y
las aspiraciones de la gente, para llamar a cada una de sus responsabilidades”.
Los
procesos iniciados por la comunidad internacional hacia un pacto global sobre
los refugiados y otro para la migración segura, ordenada y regular representan
una oportunidad ideal para lograr este diálogo, ha señalado el Papa.
Por
ello, Francisco ha expresado que debemos esforzarnos por asegurar que las
palabras –codificadas en los dos Pactos mencionados– “sean seguidas de
compromisos concretos en nombre de la responsabilidad global y compartida”.
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Sigue el texto del
discurso del Papa Francisco que publicamos a continuación:
Discurso del Papa
Francisco
Queridos
hermanos y hermanas:
Os
doy la bienvenida con motivo del Consejo Plenario de la Comisión Católica
Internacional de Migración. Agradezco cordialmente al presidente, el cardenal
Njue – que tiene un gran sentido del humor – sus palabras de saludo y la breve
síntesis de vuestros trabajos.
Al
igual que San Juan Pablo II, haciéndose eco de las palabras del Beato Giovanni
Battista Montini, quiero reiterar que la causa de este organismo al que
pertenecéis es la causa de Cristo mismo (cf. Discurso a los miembros de la
ICMC 12 de noviembre 2001: Enseñanzas XXIV 2 [2001], 712). Esta
realidad no ha cambiado con el tiempo, de hecho, el compromiso se ha
fortalecido en vista de las condiciones inhumanas en las que se encuentran
millones de hermanos y hermanas migrantes y refugiados en diferentes partes del
mundo. Como ocurrió en los tiempos del pueblo de Israel, esclavo en Egipto, el
Señor escucha su clamor y conoce sus sufrimientos (cf. Ex 3, 7).
La
liberación de los míseros, de los oprimidos y de los perseguidos es una parte
integral, hoy como ayer, de la misión que Dios ha confiado a la Iglesia. Y el
trabajo de vuestra Comisión es una expresión tangible de este compromiso
misionero. Muchas cosas han cambiado desde 1951, fecha de su fundación: las
necesidades son cada vez más complejas; las herramientas para responder a ellas
se han vuelto más sofisticadas; el servicio se ha ido haciendo gradualmente más
profesional. Ninguno de estos cambios, sin embargo, ha logrado – gracias a Dios
– disminuir la fidelidad de la Comisión a su misión. Gracias.
El
Señor mandó a Moisés en medio de su pueblo oprimido para secar sus lágrimas y
dar esperanza (cf. Ex 3, 16-17). En más de 65 años de actividad, la
Comisión se ha distinguido en la realización, en nombre de la Iglesia, de una
obra poliédrica de asistencia a los migrantes y refugiados en las más variadas
situaciones de vulnerabilidad. Las múltiples iniciativas adoptadas en los cinco
continentes son formas ejemplares de los 4 verbos – sostener, proteger,
promover e integrar – con los que quise hacer explícita la respuesta pastoral
de la Iglesia frente a las migraciones (cf. Mensaje para la Jornada
Mundial del Emigrante y del Refugiado 2018, 15 de agosto, 2017).
Espero
que esta obra prosiga, animando a las Iglesias locales a afanarse por las
personas que han sido forzadas a abandonar su patria y a convertirse, demasiado
a menudo, en víctimas de engaños, violencia y abusos de todo tipo. Gracias a la
experiencia inestimable, acumulada durante tantos años de trabajo, la Comisión
podrá prestar una asistencia calificada a las Conferencias Episcopales y a las
diócesis que todavía están tratando de organizarse con el fin de responder
mejor a este reto histórico.
“¡Ahora,
pues, ve! Yo te envío a Faraón. Para que saques a mi pueblo, los israelitas, de
Egipto” (Éxodo 3, 10). Así el Señor envió a Moisés al Faraón para convencerlo
de que liberase a su pueblo.
Para
liberar a los oprimidos, a los descartados y a los esclavos de hoy, es esencial
promover un diálogo abierto y sincero con los gobernantes, un diálogo que
atesore la experiencia vivida, el sufrimiento y las aspiraciones de la gente,
para llamar a cada una de sus responsabilidades. Los procesos iniciados por la
comunidad internacional hacia un pacto global sobre los refugiados y otro para
la migración segura, ordenada y regular representan una oportunidad ideal para
lograr este diálogo. También en este sentido, la Comisión está a la vanguardia
para ofrecer una contribución valiosa y competente con el fin de encontrar esas
nuevas formas propuestas por la comunidad internacional para responder
acertadamente a estos fenómenos que caracterizan nuestra época.
Y
me alegro de que muchas de las Conferencias Episcopales aquí representadas
estén caminando en esa dirección, en un propósito común que da testimonio ante
el mundo entero de la solicitud pastoral de la Iglesia hacia nuestros hermanos
y hermanas migrantes y refugiados.
El
trabajo no está terminado. Juntos debemos alentar a los Estados a que
concuerden las respuestas más adecuadas y eficaces a los desafíos de los
fenómenos migratorios; y podemos hacerlo sobre la base de los principios
fundamentales de la doctrina social de la Iglesia.
También
tenemos que esforzarnos por asegurar que las palabras – codificadas en los dos
Pactos mencionados – sean seguidas de compromisos concretos en nombre de la
responsabilidad global y compartida. Pero el compromiso de la Comisión va más
allá. Pido al Espíritu Santo que continúe iluminando vuestra importante misión,
manifestando el amor misericordioso de Dios a nuestros hermanos y hermanas
migrantes y refugiados. Os aseguro mi cercanía y mi oración; y vosotros, os lo
ruego, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.
Fuente:
Zenit