Las críticas en medios de comunicación han
aumentado, y los sectores hostiles levantan más la voz. Pero el Papa Francisco no se
deja intimidar. Y la gran mayoría de los católicos, que le conocen ya muy bien,
tampoco
Una de las
grandes sorpresas del comienzo del pontificado del Papa Francisco se produjo en
Estados Unidos. Los primeros en reconocer públicamente su valía fueron medios
económicos como The Wall Street Journal o biblias del
capitalismo como Forbes y Fortune, que ese otoño
le situaban ya como la cuarta o quinta persona más importante del mundo.
Francisco
condenaba sin medias tintas los excesos del capitalismo especulativo, las
guerras a beneficio de las grandes industrias militares, el destrozo de la
atmósfera o el abandono de los pobres en las sociedades ricas.
Aun así, el
Congreso de los Estados Unidos le invitó a tomar la palabra ante las dos
cámaras reunidas en sesión conjunta según el formato de discursos del estado de
la Unión, con los magistrados del Tribunal Supremo en la primera fila.
Los
parlamentarios más poderosos del mundo, en su abrumadora mayoría anglosajones,
aplaudieron una y otra vez en pie a un líder religioso católico y, para colmo,
argentino.
Pero, en
paralelo, las grandes compañías carboneras iniciaron las primeras campañas
contra Francisco ya antes de la encíclica ecológica Laudato si, la
más vigorosa defensa de la atmósfera común cuando los Estados no se atrevían a
rescatarla con la energía necesaria.
Otros intereses
económicos como las petroleras, los fondos de inversión especulativos y las
industrias de armamento empezaron a considerar al Papa como un enemigo. Y a
incluir su desgaste como parte de su actividad de márketing indirecto o de
entrega de dinero a través de las clásicas cadenas de fundaciones, think
tanks, lobbies que se autopresentan como grupos ciudadanos,
portales digitales combativos muy bien financiados, etc.
Naturalmente,
los ataques contra Francisco no consistían en contradecir su mensaje sino en
desgastar al mensajero: sembrar dudas sobre su solidez doctrinal, divulgar
sospechas de incoherencias en su conducta, multiplicar el eco mediático de
quien tuviese algo que decir en contra del Papa, etc.
La insistencia
de Francisco en la promoción de la paz justa, sus reservas frente a
Trump, o su crítica al traslado de la embajada norteamericana de Tel Aviv a
Jerusalén han ido tocando otros puntos sensibles.
Las críticas en
medios de comunicación han aumentado, y los sectores hostiles levantan más la
voz. Pero el Papa Francisco no se deja intimidar. Y la gran mayoría de los católicos,
que le conocen ya muy bien, tampoco.
Juan Vicente
Boo
Fuente: Alfa y
Omega