Mensaje Pascual del Papa
Francisco
“La
resurrección de Cristo es la verdadera esperanza del mundo, que no defrauda”,
ha dicho el Papa Francisco el domingo de Pascua, desde el balcón de la basílica
de San Pedro.
Al
mediodía, después de celebrar la misa en la Plaza de San Pedro, el Papa dio la
bendición “Urbi et Orbi” a la ciudad y al mundo: esta bendición especial,
confiere la indulgencia plenaria, con las condiciones habituales previstas por
la Iglesia, incluida la confesión sacramental y la comunión, incluidos los que
siguen la bendición por televisión, radio o Internet, se da en Navidad y
Pascua, así como en la elección de un nuevo Papa.
Mensaje pascual del Papa
Francisco
Queridos
hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua! Jesús ha resucitado de entre los muertos.
Junto
con el canto del aleluya, resuena en la Iglesia y en todo el mundo, este
mensaje: Jesús es el Señor, el Padre lo ha resucitado y él vive para siempre en
medio de nosotros.
Jesús
mismo había preanunciado su muerte y resurrección con la imagen del grano de
trigo. Decía: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo;
pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12, 24). Y esto es lo que ha sucedido:
Jesús, el grano de trigo sembrado por Dios en los surcos de la tierra, murió
víctima del pecado del mundo, permaneció dos días en el sepulcro; pero en su
muerte estaba presente toda la potencia del amor de Dios, que se liberó y se
manifestó el tercer día, y que hoy celebramos: la Pascua de Cristo Señor
Nosotros,
cristianos, creemos y sabemos que la resurrección de Cristo es la verdadera
esperanza del mundo, aquella que no defrauda. Es la fuerza del grano de trigo,
del amor que se humilla y se da hasta el final, y que renueva realmente el
mundo. También hoy esta fuerza produce fruto en los surcos de nuestra historia,
marcada por tantas injusticias y violencias. Trae frutos de esperanza y
dignidad donde hay miseria y exclusión, donde hay hambre y falta trabajo, a los
prófugos y refugiados —tantas veces rechazados por la cultura actual del
descarte—, a las víctimas del narcotráfico, de la trata de personas y de las
distintas formas de esclavitud de nuestro tiempo.
Y,
hoy, nosotros pedimos frutos de paz para el mundo entero, comenzando por la
amada y martirizada Siria, cuya población está extenuada por una guerra que no
tiene fin. Que la luz de Cristo resucitado ilumine en esta Pascua las
conciencias de todos los responsables políticos y militares, para que se ponga
fin inmediatamente al exterminio que se está llevando a cabo, se respete el
derecho humanitario y se proceda a facilitar el acceso a las ayudas que estos
hermanos y hermanas nuestros necesitan urgentemente, asegurando al mismo tiempo
las condiciones adecuadas para el regreso de los desplazados.
Invocamos
frutos de reconciliación para Tierra Santa, que en estos días también está
siendo golpeada por conflictos abiertos que no respetan a los indefensos, para
Yemen y para todo el Oriente Próximo, para que el diálogo y el respeto mutuo
prevalezcan sobre las divisiones y la violencia. Que nuestros hermanos en
Cristo, que sufren frecuentemente abusos y persecuciones, puedan ser testigos
luminosos del Resucitado y de la victoria del bien sobre el mal.
Suplicamos
en este día frutos de esperanza para cuantos anhelan una vida más digna, sobre
todo en aquellas regiones del continente africano que sufren por el hambre, por
conflictos endémicos y el terrorismo. Que la paz del Resucitado sane las
heridas en Sudán del Sur: abra los corazones al diálogo y a la comprensión
mutua. No olvidemos a las víctimas de ese conflicto, especialmente a los niños.
Que nunca falte la solidaridad para las numerosas personas obligadas a
abandonar sus tierras y privadas del mínimo necesario para vivir.
Imploramos
frutos de diálogo para la península coreana, para que las conversaciones en curso
promuevan la armonía y la pacificación de la región. Que los que tienen
responsabilidades directas actúen con sabiduría y discernimiento para promover
el bien del pueblo coreano y construir relaciones de confianza en el seno de la
comunidad internacional.
Pedimos
frutos de paz para Ucrania, para que se fortalezcan los pasos en favor de la
concordia y se faciliten las iniciativas humanitarias que necesita la
población.
Suplicamos
frutos de consolación para el pueblo venezolano, el cual —como han escrito sus
Pastores— vive en una especie de «tierra extranjera» en su propio país. Para
que, por la fuerza de la resurrección del Señor Jesús, encuentre la vía justa,
pacífica y humana para salir cuanto antes de la crisis política y humanitaria
que lo oprime, y no falten la acogida y asistencia a cuantos entre sus hijos
están obligados a abandonar su patria.
Traiga
Cristo Resucitado frutos de vida nueva para los niños que, a causa de las
guerras y el hambre, crecen sin esperanza, carentes de educación y de asistencia
sanitaria; y también para los ancianos desechados por la cultura egoísta, que
descarta a quien no es «productivo”
Invocamos
frutos de sabiduría para los que en todo el mundo tienen responsabilidades
políticas, para que respeten siempre la dignidad humana, se esfuercen con
dedicación al servicio del bien común y garanticen el desarrollo y la seguridad
a los propios ciudadanos.
Queridos
hermanos y hermanas,
También
a nosotros, como a las mujeres que acudieron al sepulcro, van dirigidas estas
palabras: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha
resucitado» (Lc 24, 5-6). La muerte, la soledad y el miedo ya no son la última
palabra. Hay una palabra que va más allá y que solo Dios puede pronunciar: es
la palabra de la Resurrección (cf. Juan Pablo II, Palabras al término del Vía
Crucis, 18 abril 2003). Ella, con la fuerza del amor de Dios, «ahuyenta los
pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los
tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos» (Pregón
pascual).
¡Feliz
Pascua a todos!
© Librería editorial del
Vaticano
Fuente:
Zenit