Algunas
explicaciones de la hermenéutica bíblica tradicional arrojan luz sobre el
asunto, así como las ideas del Papa Benedicto sobre la historia reciente y los
acontecimientos actuales
Kimon Berlin via Wikimedia Commons ( CC BY-SA 2.5 ) |
En el capítulo 13, versículo 18 del
Apocalipsis de Juan, se lee:
Para esto se precisa sutileza. El que tenga
inteligencia calcule la cifra de la Bestia, porque es una cifra humana: 666.
El 15 de marzo de 2000, cuando
aún era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el entonces
cardenal Joseph Ratzinger habló durante la inauguración de la Tercera Semana
Diocesana de la Fe en la Catedral de Palermo, Sicilia, frente a unas 1.500
personas. Ese discurso, no tan conocido como su famoso Discurso de Ratisbona,
ahora se conoce comúnmente como la conferencia de Ratzinger sobre Paternidad y
Apocalipsis.
En esta conferencia, Ratzinger
advirtió a la audiencia sobre los peligros de la biotecnología, y explicó que
la reducción de la paternidad humana a un fenómeno biológico, privándola de sus
dimensiones humanas y espirituales, es una amenaza que vacía todas las
declaraciones que uno podría decir sobre Dios Padre. “La disolución de la
paternidad y la maternidad”, explicó, “está vinculada a la disolución de nuestro
ser hijos e hijas”.
Pero, ¿qué tiene esto que ver
con el número apocalíptico de la Bestia? El argumento de Ratzinger explica que
el antagonista de Dios, la Bestia, es el único personaje en la Biblia que no
tiene nombre, sino número. En la revelación bíblica, la presencia y la acción
de Dios se revela a través de un nombre (“Yo Soy”) e incluso se podría explicar
en un nombre. Esta revelación, argumenta Ratzinger, significa que Dios desea
ser tratado, entrar en comunión. El antagonista de Dios, “esta bestia”, explica
Ratzinger en la misma conferencia, “no tiene nombre, sino un número […] La
Bestia es un número y se transforma en números”.
Algunos autores han leído esto
como la crítica de Ratzinger a la razón instrumental. El entonces cardenal se
refería claramente a la experiencia de los campos de concentración, pero
también a los riesgos de entender al ser humano en términos de meras funciones
biomecánicas:
En su horror cancelan el rostro, la
historia, transformando al hombre en un número, reduciéndolo a un engranaje de
una máquina enorme. El hombre no es más que una función. En nuestros días,
no deberíamos olvidar que prefiguraban la suerte de un mundo que corre el
riesgo de tomar la misma estructura de los campos de concentración, si acepta
la ley universal de la máquina. Las máquinas que ha construido le imponen la
misma ley. Según esta lógica, el hombre tiene que ser interpretado por un
ordenador y esto solo es posible si se traduce en números. La bestia es el
número de transforma en números; Dios, sin embargo, tiene un nombre y llama por
el nombre. Es persona y busca a la persona.
Ahora, como sucede con la
gematría hebrea (es decir, la asignación de un valor numérico a las letras del
alfabeto), las letras griegas también pueden tener un valor numérico correspondiente.
Eso es lo que se conoce como isopsefía.
Su uso para “calcular” el número de la Bestia ayudó a toda una tradición
teológica y hermenéutica a entender que el número 666 era equivalente al nombre
y el título del César Neron, que fue el emperador romano desde el año 54 hasta
el 68.
Su nombre , escrito en arameo,
también se puede “calcular” como equivalente a 666 usando la gematría hebrea
tradicional. De hecho, “Nero Caesar” en hebreo dice נרון קסר
(NRON QSR). Esta ortografía,
cuando se usa como números, representa
50-200-6-50-100-60-200, que suma hasta 666.
Los historiadores creen que esta
era la forma en que las primeras comunidades cristianas perseguidas podían
hablar en contra del emperador sin que las autoridades romanas lo supieran.
Pero esta explicación no hace que el argumento de Ratzinger sea inválido,
simplemente porque Nerón es un personaje histórico real.
Lo que revela el número de la
Bestia es que la disolución de los rasgos personales, la sustitución de los
nombres por las estadísticas, la reducción del ser humano a cualquiera de sus
funciones básicas (como la reducción de la paternidad a un fenómeno biológico,
privado de su espiritualidad). y la dimensión moral, o como en la reducción de
la crisis de refugiados a meras estadísticas) tarde o temprano corre el riesgo
de conducir a la deshumanización.
Daniel
R. Esparza
Fuente:
Aleteia