Desde Juan hasta Jesús mi tierra anhela que llegue
el salvador y la cambie por dentro
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| MIlles Studio/Stocksy |
Juan nace en la noche más corta del año. Es llamado, soñado y nombrado desde
el seno de Isabel: “A Isabel se le cumplió el tiempo del parto
y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le
había hecho una gran misericordia, y la felicitaban”.
Dentro de seis meses es
nochebuena y nacerá Jesús. María está encinta. “Feliz la que ha creído”. Sabe
que “ya
está de seis meses la que llamaban estéril”.
Seis meses antes del nacimiento
de Jesús, cada año, celebramos que nace Juan Bautista. Generalmente se celebra
el día en el que los santos mueren y se configuran con Cristo. Pero de Juan
celebramos también el día de su nacimiento.
Desde que nace Juan hasta que
nace Jesús trascurren los seis meses que vivió María embarazada. Es la espera
de la Iglesia. La vigilia. La esperanza.
Mi vida tiene mucho de alegría
de hoy y de espera de mañana. Desde Juan hasta Jesús mi tierra anhela que
llegue el salvador y la cambie por dentro.
Es bonito esperar sabiendo que
Jesús viene para tocarme a mí. Y no lo hace de repente. Lo anuncia. Lo sabe
María. Lo sabe Juan ya en el seno de Isabel.
Dios
cuenta el secreto sólo a algunos.
Viven en intimidad ese misterio de vigilia, de sueños, de confianza. Juan,
José, Zacarías, Isabel, María.
Viven en seis meses la alegría
del nacimiento de Juan y la espera de Aquel que me salva y me muestra el camino
de vuelta a casa.
¿Qué
espero yo? ¿Qué sueño? Pienso
en todo lo que soñarían ellos en este tiempo.
Juan nace hoy. Dios lo consagra
dentro de su madre. María visita a Isabel y él salta lleno de gozo al reconocer
al Salvador que lleva dentro. La primera alegría de su vida.
María está presente en el
nacimiento, ayudando a Isabel. También ella está embarazada de tres meses, pero
está sirviendo.
Isabel es mayor y María es más
joven, más fuerte. Me conmueve pensar en ese desinterés, en esa forma de
descentrarse que tiene.
Va a ayudar y a soñar junto a su
prima. Antes de conocer a su hijo toma en brazos a Juan. Con ternura, pensando
en que dentro de poco Ella también abrazará a su hijo. Juan nace y todos se
preguntan qué sería de ese niño.
“Los
vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de
Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: – ¿Qué va a ser este
niño? Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo, y su
carácter se afianzaba; vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel”.
Nace después de haber sido
bendecido en el seno de su madre por la presencia de Jesús. Nace y todos se
cuestionan. Dudas, sospechas. ¿Será el mismo Mesías?
Hay preguntas que no encuentran
respuestas. Sus padres no saben explicarlo. Isabel y Zacarías viven de la
sorpresa.
No comprenden demasiado. Sólo
saben que tienen que cuidar el fruto de sus entrañas. Sólo saben que tienen que
confiar y dejar el futuro en las manos de Dios.
A mí me gusta planificar mi
vida. Quiero saber qué va a pasar mañana y pasado mañana. Como si por saber
todo de antemano me fuera más fácil tomar decisiones y actuar. De nada sirve.
El otro día leía: “El
Dios Vivo nos pide que seamos como un recipiente vacío. Desarrollemos en
nosotros la conciencia de ser pobres pecadores. La desgracia más grande es la
pérdida del sentido filial ante Dios. Y una tremenda desgracia de la época
actual es la pérdida del sentido filial ante la Santísima Virgen”[1].
No quiero dejar de ser niño, no
quiero desconfiar de Dios. Me gusta controlar lo que va a venir. Decidir si me
gusta o no antes de que ocurra. Quiero asegurar mis pasos. Me asusta el futuro
incierto.
Así es con mi vida y con la vida
de los otros. Hay personas a las que les gusta planear mi futuro. Deciden por
mí y dicen que es Dios el que lo desea. Saben lo que me conviene. Eso dicen.
A mí me da
miedo atribuir mis deseos a Dios. Y poner en sus pensamientos
mi voluntad. Me da miedo revestirme de una autoridad que no tengo. Decidir por
otros. Hacer que otros opten por lo que yo decido. Organizar la vida de otras
personas. Decidir por ellos para que no se equivoquen. No vaya a ser que se
confundan y fallen.
Quiero evitar el fracaso a los
que se me han confiado. Quiero que sigan los pasos que yo les marco. Como si yo
supiera lo que a ellos les conviene. “¿Qué va a ser este niño?”, me
pregunto. Como si fuera tan importante que yo lo sepa. Quiero tenerlo todo
claro, para mi vida, para la de los otros.
Quiero
aprender a confiar.
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






