“Que Dios nos libere de
esta terrible tentación”
Captura de pantalla 6 Junio 2018 ©-Vatican Media- |
“Aquí
hay un verdadero veneno mortal”: el Papa Francisco analiza, en el Ángelus de
este domingo 10 de junio de 2018, los estragos de los vendedores ambulantes de
calumnias y chismes. Y ha indicado el antídoto, tomar tan pronto como se
manifiesten los síntomas.
“La
malicia con la que, premeditadamente, uno quiere destruir la buena reputación
del otro. ¡Que Dios nos libre de esta terrible tentación! Y si, al examinar
nuestra conciencia, nos damos cuenta de que esta mala hierba está germinando en
nosotros, vayamos inmediatamente a confesarla en el sacramento de la
penitencia, antes de que se desarrolle y produzca sus efectos nocivos, que son
incurables”, dice el Papa. “Estén atentos porque esta actitud destruye
familias, amistades, comunidades e incluso a la sociedad”, ha advertido el
Santo Padre.
El
Papa también ha señalado el hecho de que la familia de Jesús vio con malos ojos
su “disponibilidad” para las multitudes. Y ha señalado que Cristo ha fundado
una “nueva familia”.
Resumiendo
estas dos lecciones del Evangelio, el Papa ha concluido: “Acoger la palabra de
Jesús nos hace hermanos, nos hace la familia de Jesús. Hablar mal de los demás,
destruir la reputación de los demás, nos convierte en la familia del diablo”.
El
Papa enseguida twitteó esto en su cuenta @Pontifex es: “En cualquier
circunstancia, tratemos de secundar la voz del Espíritu Santo mediante buenas
acciones concretas”
Después
del Ángelus, el Papa ha llamado a rezar por la paz en Corea, y ha saludado la
beatificación de Adele de Batz en Agen (Francia).
Aquí
está el comentario del Evangelio de este domingo propuesto por el Papa, en
italiano, antes de la oración mariana del Ángelus en la Plaza de San Pedro, de
nuestra traducción rápida de trabajo.
AB
Palabras del Papa antes
del Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El
Evangelio de este domingo (Marcos 3, 20-35) nos muestra dos tipos de
incomprensiones a los que Jesús tuvo que hacer frente: la de los escribas y la
de los miembros de su propia familia. La primera incomprensión la de los
escribas que eran hombres educados en las Sagradas Escrituras y encargados de explicarlas a la gente.
Algunos
de ellos son enviados desde Jerusalén a Galilea, donde la fama de Jesús había
comenzado a extenderse, para desacreditarlo ante los ojos de la gente. Para
hacer el papel de chismosos desacreditando al otro, quitándole la autoridad, es
una cosa muy fea y estos eran enviados para hacer precisamente eso. Y estos
escribas llegaron con una acusación precisa y terrible, no ahorraban medios,
iban a lo concreto y decían: “Éste está poseído por Belzebú y expulsa a los
demonios por medio del jefe de los demonios” (v.22). Y el jefe de los demonios
es Él quién lo empuja, es casi decir que este hombre era un endemoniado.
De
hecho Jesús curaba a muchos enfermos y los escribas querían hacer creer a la
gente que no lo hacía con el Espíritu de Dios, como lo hacía Jesús sino con el
espíritu del Maligno, con la fuerza del Diablo. Jesús reacciona con palabras
fuertes y claras, no tolera esto, porque esos escribas, quizás sin darse
cuenta, están cayendo en el pecado más grave: negar y blasfemar el Amor de Dios
que está presente y obra en Jesús. La blasfemia es el pecado contra el Espíritu
Santo, el único pecado imperdonable, así lo dice Jesús que parte de un cierre
del corazón a la misericordia de Dios que actúa en Jesús. Pero este episodio
contiene una advertencia que nos sirve a todos. De hecho, puede suceder que una
fuerte envidia por la bondad y por las buenas obras de una persona puedan
llevar a acusarla falsamente. Aquí hay un veneno mortal: la malicia con la que,
de forma premeditada, uno quiere destruir la buena reputación del otro. ¡Dios
nos libre de esta terrible tentación! Y si, mediante el examen de nuestra
conciencia nos damos cuenta de que esta mala hierba está brotando dentro de
nosotros, vayamos a confesarnos inmediatamente en el sacramento de la
Penitencia, antes de que se desarrolle y produzca sus efectos malignos que son
incurables.
Estén
atentos porque estos comportamientos destruyen a las familias, a las
comunidades y por tanto a la sociedad.
El
Evangelio de hoy también nos habla de otra incomprensión muy distinta hacia
Jesús: la de su familia. Estaban preocupados porque su nueva vida itinerante
les parecía una locura (v. 21). De hecho, Jesús se mostró tan disponible para
las personas, especialmente para los enfermos y pecadores, hasta el punto de
que ya ni siquiera tenía tiempo ni para comer. Jesús era así, primero a la
gente, ayudar a la gente, enseñar a la gente, Jesús era para la gente, no tenía
tiempo ni para comer. Su familia, por lo tanto, decide traerlo de regreso a
Nazaret. Llegan al lugar donde Jesús está predicando y lo envían a llamar. Le
dicen a Jesús: “Mira, tu madre, tus hermanos y hermanas están afuera y te
buscan” (v. 32). Él responde: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”,
Y mirando a las personas que lo rodean para escucharlo, agrega: “¡He aquí mi
madre y mis hermanos! Porque el que hace la voluntad de Dios, él es hermano,
hermana y madre para mí “(v. 33-34).
Jesús
ha formado una nueva familia, que ya no se basa en vínculos naturales, sino en
la fe en él, en su amor que nos acoge y nos une entre nosotros, en el Espíritu
Santo. Todos los que aceptan la palabra de Jesús son hijos de Dios y hermanos
entre sí, recibir la palabra de Jesús nos convierte en hermanos y en familia
entre nosotros. Hablar de los otros, destruir la reputación de los otros nos
hace ser familia del Diablo. La respuesta de Jesús no es una falta de respeto
por su madre y su familia. De hecho, para María es el mayor reconocimiento, por
qué ella es la perfecta discípula que obedecía la voluntad de Dios en todo.
Que
la Virgen Madre nos ayude a vivir en comunión con Jesús, reconociendo el
trabajo del Espíritu Santo que actúa en Él y en la Iglesia, regenerando el mundo
a una nueva vida.
Raquel Anillo
Fuente:
Zenit