Durante el Consistorio
ordinario público en la Basílica de San Pedro, el Santo Padre recordó a los
nuevos miembros del Colegio cardenalicio que la máxima grandeza y ambición a la
que pueden aspirar "es servir a Cristo y a su Iglesia"
La tarde del jueves 28 de junio, el Papa
Francisco presidió en la Basílica de San Pedro, un Consistorio ordinario público para
la creación de 14 nuevos cardenales procedentes de 11 países, cuyos
orígenes expresan la universalidad
de la Iglesia que, tal y como ha subrayado el propio Pontífice,
“continúa a anunciar el amor misericordioso de Dios a todos los hombres de la
tierra”.
Servir a
Cristo es la mayor condecoración
"La única autoridad creíble es la que
nace de ponerse a los pies de los otros para servir a Cristo. Es la que surge
de no olvidarse que Jesús, antes de inclinar su cabeza en la cruz, no tuvo
miedo ni reparo de inclinarse ante sus discípulos y lavarles los pies. Esa es
la mayor
condecoración que podemos obtener, la mayor promoción que se nos puede
otorgar: servir
a Cristo en el pueblo fiel de Dios", dijo Francisco, destacando
que ese servicio cobra vida " en el hambriento, en el
olvidado, en el encarcelado, en el enfermo, en el tóxico-dependiente, en el
abandonado, en personas concretas con sus historias y esperanzas, con sus
ilusiones y desilusiones, sus dolores y heridas".
Príncipes
de la Iglesia humildes y siervos
Asimismo, el Pontífice reafirmó que sólo
actuando de esta manera, "la autoridad del pastor tendrá sabor a
Evangelio, y no será como «un metal que resuena o un címbalo que aturde» (1 Co
13, 1).
Y
en alusión a la humildad
que debe prevalecer en el corazón de estos "Príncipes de la
Iglesia", que en la práctica deben comportarse como "pastores que han
sido llamados a servir a la Iglesia" bajo la distinción de cardenal; el
Sucesor de Pedro los exhortó a no sentirse superiores a nadie: "Ninguno de
nosotros debe mirar a los demás por encima del hombro, desde arriba. Únicamente
nos es lícito mirar a una persona desde arriba hacia abajo, cuando la ayudamos
a levantarse", dijo.
El
peligro de la búsqueda del interés propio
En referencia al pasaje del Evangelio de
San Marcos (10,32), leído en la ceremonia del consistorio; en el que dos
discípulos, Santiago y Juan, piden a Jesús que les conceda puestos
privilegiados cuando alcance la gloria eterna, (sin comprender
verdaderamente a qué tipo de gloria se refería el Maestro); el Santo Padre puso
en guardia sobre las ambiciones y "las encrucijadas de la existencia que
nos interpelan" a lo largo de la vida y "logran sacar a la luz
búsquedas y deseos no siempre transparentes del corazón humano".
Ante
este dilema, la respuesta
de Jesús es muy clara: «el que quiera ser grande entre vosotros, que sea
vuestro servidor» (Mc 10,43),
ya que Él busca recentrar la mirada y el corazón de sus discípulos, "no
permitiendo que las discusiones estériles y autorreferenciales ganen espacio en
el seno de la comunidad", explicó el Obispo de Roma observando que
"en la búsqueda de los propios intereses y seguridades, comienza
a crecer el resentimiento, la tristeza y la desazón. Poco a poco queda
menos espacio para los demás, para la comunidad eclesial, para los pobres, para
escuchar la voz del Señor", y así, "se pierde la alegría, y se
termina secando el corazón" (cf. Exhort. Ap. Evangelii Gaudium, 2).
La
importancia de no olvidarse de la misión
Por otra parte, el Papa resaltó otra de las
enseñanzas de Jesús que brota de este Evangelio: "la conversión, la
transformación del corazón y la reforma de la Iglesia siempre es
y será en clave misionera, pues supone dejar de ver y velar por los propios
intereses para mirar y velar por los intereses del Padre".
"Estemos
bien dispuestos y disponibles, especialmente en los momentos de dificultad,
para acompañar y recibir a todos y a cada uno, y no nos vayamos convirtiendo en
exquisitos expulsivos, que por cuestiones de estrechez de miradas, se la pasan
discutiendo y pensando entre nosotros quién será el más importante", dijo
Francisco a los purpurados.
Agradecer
a Dios por la gracia de la pobreza
Por último, el Santo Padre concluyó
recordando unas palabras del testamento
espiritual de san Juan XXIII, "que adelantándose en el camino"
pudo decir:
«Nacido
pobre, pero de honrada
y humilde familia, estoy particularmente contento de morir pobre, habiendo
distribuido según las diversas exigencias de mi vida sencilla y modesta, al
servicio de los pobres y de la santa Iglesia que me ha alimentado, cuanto he
tenido entre las manos —poca cosa por otra parte— durante los años de mi
sacerdocio y de mi episcopado».
«Aparentes
opulencias ocultaron con frecuencia espinas escondidas de dolorosa pobreza y me
impidieron dar siempre con largueza lo que hubiera deseado. Doy gracias a Dios
por esta
gracia de la pobreza de la que hice voto en mi juventud, como
sacerdote del Sagrado
Corazón, pobreza de espíritu y pobreza real; que me ayudó a no pedir nunca
nada, ni puestos, ni dinero, ni favores, nunca, ni para mí ni para mis
parientes o amigos» (29 junio 1954)».
Sofía Lobos - Ciudad del Vaticano
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