"Si
nos ocupamos demasiado de nosotros mismos, no nos quedará tiempo para los
demás"
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La salud es importante. Es lo que escucho
por todas partes. Mis horas de sueño, lo que como y lo que bebo. El deporte que
hago, la ansiedad con la que vivo.
La actitud que tengo ante los
fracasos y los éxitos. Mi capacidad de lucha, mi resiliencia. Las relaciones
tóxicas que evito. Las relaciones sanas que frecuento. Mis vacaciones, mi
trabajo. El equilibrio justo. Mis hobbies. Mis emociones sanas.
Pienso en todo lo que me angustia
y me quita el sosiego. Lo acepto, importan mi salud física y mi salud mental.
Son importantes.
Pero veo que con
frecuencia me obsesiona estar sano. Como si pudiera
controlarlo todo. Dueño de la vida y de la muerte.
Evito los riesgos. Alejo de mí las
enfermedades. Quiero tener un cuerpo perfecto. Sin grasa, sin agotamiento. Sólo
fibra y músculo.
Busco una vida equilibrada,
sana, perfecta. Deseo estar en forma. Pero de repente me encuentro con que todo
esto es vanidad.
El tiempo pasa muy rápido, la enfermedad
llega, el desgaste erosiona mis fuerzas, los años van limitando mis ansias. Mi
cuerpo se va quebrando sin que pueda evitarlo.
También
el alma se cansa, se agota, se angustia. Quizás a veces invierto más tiempo en el cuidado de mi
cuerpo que de mi alma. Y el alma, siendo sinceros, es lo que permanece para
siempre cuando ya no queda cuerpo para seguir caminando.
Quiero
que engorde más mi alma, y que adelgace mi cuerpo. Me siento anoréxico de emociones.
Quiero estar más en forma en mi corazón. Para sentir en lo más profundo y amar en todo lo
que hago.
Quiero ser capaz de entender
un poco más lo que pasa por mi alma. Me pregunto con más
frecuencia qué es lo que estoy viviendo.
Me gustaría desentrañar todas
las dudas que atormentan mi corazón herido. Anhelo descansar más en Dios que es
donde de verdad mi alma descansa.
Es tan frágil mi cuerpo, es tan
corta mi vida… Algunos años que me parecen muchos. O pocos. No soy eterno. Es
para el cielo para lo que estoy hecho. Además veo que pensar
tanto en mi salud puede volverme egoísta.
Comenta Santa Teresa de Calcuta: “Si
nos ocupamos demasiado de nosotros mismos, no nos quedará tiempo para los demás”.
Me preocupo en exceso de mí. De
mi estado de ánimo. De mi cansancio y de mi estrés. Y pienso sólo en lo que a
mí me conviene para ser más feliz.
No tengo asegurado el final
feliz de mis días. Nadie me ha prometido una vida hecha a la medida de mis
sueños.
En la película Mientras
seamos jóvenes, uno de los protagonistas, un padre que cuida
de su bebé, comenta: “Sinceramente, me cuesta relacionarme con
un bebé. Quiero a mi hija, pero aún soy la persona más importante de mi vida”.
Quiero pensar que yo no soy la
persona más importante de mi vida. Pero veo que al final gasto
demasiada energía buscando mi lugar en el mundo. El lugar
perfecto, el trabajo perfecto, las relaciones perfectas.
Pero no lo logro y me frustro. Y dejo
pasar la oportunidad sagrada de entregarme del todo, por
entero, en lo que estoy viviendo.
Creo que esa es mi verdadera
vocación. Vivir aquí y ahora y darme del todo justo allí donde me encuentro.
Se trata de hacer
felices a los demás con los que comparto la vida. Ellos son los más importantes.
Los que de verdad importan. Aunque esté yo menos sano. Menos en forma. Menos
cuidado.
Descentrarme
y buscar fuera el sentido de mi vida es lo que me hace madurar y crecer como persona.
Si no lo hago así, lo tengo
claro, seré un eterno adolescente infeliz. Centrado en mí. En lo que me falta.
En lo que necesito. Viviré pensando que el mundo me debe algo. Una oportunidad
para ser feliz.
Creeré que son los demás los que
tienen que cuidarme. Y que yo no necesito cuidar a nadie. Porque me quita la
paz y tengo que guardarme.
Cuidaré
mi vida. Y me sentiré vacío. Porque el amor es desgaste. Y la vida tiene
sentido cuando se pierde.
Miro a María. Me anima su
actitud ante la vida. Comenta el padre José Kentenich: “En
tanto María, ¿qué entregó ella? Ella quiere recibir. Ella no interrumpe al
Señor con su actividad nerviosa. María no ofreció servicios ni actividad,
sino que se ofreció a sí misma. Vosotros lo comprendéis: – En este relato subyace una negativa
a la acción egoísta o autorreferente. Se trata de una entrega total a Dios, a
sus deseos, a sus sugerencias”[1].
María se ofrece a sí misma. No
piensa en su salud. En el cuidado de su maternidad. Se entrega por entero. Se
rompe por amor. No se cuida pensando en lo que Ella necesita.
Me gusta mirar a María para
aprender de Ella. Lleva a Jesús en su seno y se hace peregrina. No busca que la
cuiden.
Ella cuida y se entrega. No
desea que se hagan realidad sus deseos. Desea sólo que se haga carne en Ella la
palabra de Dios. Me parece la actitud que yo más anhelo. La
actitud sagrada del que entrega su vida.
Así quiero ser yo. No me
cuido a mí mismo, cuido a otros. No me guardo para no perderme,
me entrego sin poner un límite. Mi salud pasa a un segundo plano. Igual que mis
deseos y mis sueños.
Y me hago ofrenda, entrega, pan
partido. Miro a María y miro su entrega. No se cuida. No se guarda. Yo quiero ser
así.
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia