Sí existe una fórmula para que Dios atienda
nuestras súplicas y quiero compartir lo que he podido aprender
SHUTTERSTOCK |
Una de las cosas que nos causa gran
decepción es que nos inciten a orar y al hacerlo no conseguir lo que esperamos.
¿Qué sentido tiene entonces mi oración si con muchísima probabilidad Dios no
responderá a mis pedidos?
La Biblia nos habla sobre la
oración de principio a fin y todo lo que nos dice tiene un gran valor para
entender cómo debemos orar.
Personalmente creo que sí existe
una fórmula para que Dios atienda nuestras súplicas y quiero compartir lo que
he podido aprender sobre la oración.
1. Invocar al Espíritu Santo
Jesús nos asegura lo siguiente: “Pidan
y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que
pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama se le abrirá (…) ¡Si
ustedes que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuanto más el Padre
del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!”
(Lucas 11, 9-13).
También nos asegura todo esto en
otras partes de la Biblia como cuando dice “Les aseguro que todo lo que pidan en mi
nombre yo lo haré” (Juan 14, 14); o cuando dice “Todo
lo que pidan en oración con fe, lo alcanzarán” (Mateo 21, 22).
El pasaje que quise destacar nos
habla del amor y voluntad de Dios por querer estar presente y proveernos de
todo lo que necesitamos.
Noten que este pasaje no solo
nos alienta a pedir por nuestras necesidades, sino que también nos revela que,
para orar debemos pedir la asistencia del Espíritu Santo pues es
quien se adelanta hacia Dios para pedir sabiduría, para saber qué y cómo pedir.
De modo que, debemos
primeramente invocar al Espíritu Santo para dirigirnos a Dios en toda ocasión.
Los siguientes pasajes nos
hablan de “abandonar” todas nuestras peticiones en Sus manos sabiendo que de
todo se ocupará Él para nuestro mejor provecho, entendiendo que abandonar
significa dejarlo todo en la oración.
2. Orar siempre
Otra de las pautas que nos revela la
Sagrada Escritura en palabras de san Pablo es que debemos “orar
sin cesar” (Tesalonicenses 17-18).
Si no oramos continuamente, no
alcanzamos esa familiaridad de Padre
e hijo con Dios, no crecemos espiritualmente y no aprendemos a dirigir
adecuadamente nuestras oraciones.
Orar de forma continua nos hace
ser verdaderos hijos de Dios. Lo hacemos partícipe de nuestra vida, aprendemos
a hablar su lenguaje y podemos sentir su presencia.
Pensemos en la relación de
amigos, de qué manera uno va apoyándose en el otro, confiándole su historia,
cómo se escuchan y aconsejan, y así caminando juntos se establece un vínculo.
Los amigos se conocen cada día más, son capaces de anticipar tantas cosas.
Esto pasa en todo tipo de
relaciones personales, entre novios, esposos, hermanos, etc. Con Dios ocurre lo
mismo, orando siempre, nos sabemos amados, mimados, correspondidos.
3. Aprender a pedir
Este último punto me lleva a lo siguiente, la
cercanía con Dios nos ayuda a saber qué y cómo pedir. La
Carta de Santiago nos dice: “Ustedes no tienen, porque no piden. O bien,
piden y no reciben, porque piden mal, con el único fin de satisfacer sus
pasiones”. (Santiago 4, 2-3)
Vean la importancia de todo
aquello que hasta aquí hemos apuntado. Jesús nos asegura que recibiremos todo
lo que en oración pidamos, pero debemos aprender a pedir, primero la asistencia
del Espíritu Santo.
Y no podemos acercarnos a Dios
solo en nuestras necesidades, debemos ser amigos íntimos de Dios, ser
verdaderos Hijos que caminan de la mano de su Padre.
Debemos hablar continuamente con
Él, cuantas veces podamos en el día. Aprendamos a rezar el Rosario, vayamos
creciendo con pequeñas oraciones que nos ayudan cada día.
A
veces un simple “Gracias Padre mío, yo también te amo” es una manera bellísima
de mirar a Dios con el corazón en medio de nuestras vidas tan ocupadas.
Rezando con frecuencia
aprendemos a adentrarnos cada vez más en este diálogo personal y amoroso con
Dios, a dar nuevos pasos cada día, con un sin fin de frases y oraciones que nos
hacen levantar el corazón hasta el cielo y nos ayudan a transformar nuestras
vidas.
Al principio uno pide cosas
simples: en un asunto de pareja, por ejemplo, que todo salga bien o que él o
ella se disculpe por el sufrimiento causado.
Con Dios, aprendemos a orar
aproximándonos cada vez más a Sus planes y pedimos sabiduría para entender,
capacidad para perdonar, para aceptar algunas cosas, ser mejor, aprender a ser
menos egoístas y que podamos ser ejemplo en la vida de los hijos, se pide la
gracia de creer y responder según los planes de Dios.
De esta manera nuestras
oraciones se van desplegando hacia nuevos horizontes que van transformando
nuestra situación personal.
4. Aprendiendo a orar con la ayuda de las redes sociales
Algo que disfruto de las redes sociales es
que uno puede suscribirse a varias páginas de contenido católico, como
Catholic.net, Aleteia, Píldoras de Fe, Luz el Trigal, EWTN y muchas otras más.
Todos los días te traen
oraciones para encontrar el perdón, para invocar al Espíritu Santo, para
discernir los planes de Dios en nuestras vidas, para conseguir causas
imposibles, para aprender a orar por nuestros hijos, por nuestros esposos (as).
Son una
gran herramienta para acerarse a Dios de mil maneras según
tus propias circunstancias. Puedes guardar y aprender las oraciones que más te
gusten y repetirlas constantemente.
5. Pidamos ayuda al cielo
No olvidemos por último que todos somos
hermanos y que donde dos o más estén reunidos en nombre de
Dios, está Él mismo presente.
Aunque oremos solos, es de gran
ayuda apoyarse en el regazo de nuestra buena Madre María, pidámosle ya sea con
el Rosario o con alguna otra oración particular que ore por nosotros, pues su
hijo no le negó nada cuando ella se lo pidió.
Pidamos a algún santo que
también ore por nuestra causa, recemos incluso a nuestro Ángel de la Guarda que
se acerque para asistirnos, de esta manera tendremos al cielo rezando por
nosotros.
6. Participar de los sacramentos
Acercarse a los sacramentos demuestra
nuestro interés en demostrarle cuánto lo necesitamos. Ya lo había dicho Jesús
que, sin Él, nada podemos hacer.
“No solo de pan vive el hombre”
decía Jesús. La Eucaristía es el gran
alimento del alma, hay que tener presente que verdaderamente recibimos a Cristo
cuando comulgamos, lo tenemos con nosotros.
Si tanto necesitamos a Dios,
debemos confesarnos sin miedo. La confesión nos
permite despejar los canales por los cuales escuchamos internamente la
presencia de Dios.
Orando no solo nos “descubrimos”
ante Dios, sino que logramos vislumbrar la manera en que Dios va respondiendo a
nuestras oraciones y “viéndolo” de esta manera, lo amamos cada día más y oramos
con mayor devoción.
¡Cuán amados nos sabemos cuando
tenemos a Dios viviendo en nosotros!
Lorena Moscoso
Fuente:
Aleteia