Soñar siempre está en mis manos. Esperar y luchar
por lo que quiero también. Ser campeón o sólo subcampeón ya no depende sólo de
mí
lzf |
Cuando yo era pequeño, no sé, tendría tres
o cuatro años, me gustaba cargar con piedras por el camino. Las cogía en un
punto. Las llevaba a otro. Piedras pesadas. Las cargaba con mucho esfuerzo.
Porque yo era pequeño y la piedra grande para mi tamaño.
Hoy al ver las fotos de entonces
no entiendo muy bien el sentido de tanto esfuerzo. Seguro que en mi corazón de
niño sentía valor, estaba orgulloso de mi fuerza. No lo sé bien.
Tal vez competía conmigo mismo
por ser capaz de lograrlo. Me fijaba una meta. Un lugar lejano. Y me decía a mí
mismo que lo iba a lograr. Y lo hacía.
Veo a mi madre detrás en una foto,
sonriendo. ¿Qué pensaría mi madre? Allá yo con mis locuras. Y me dejaba cargar
con la piedra.
No tenía sentido para un adulto.
Ningún sentido ese esfuerzo vano sin recompensa, sin premio. Pero ahí estaba yo
sudando, cargando una piedra inútil, demasiado pesada para mi altura. Ese
esfuerzo, quizás, fue formando mi alma. No lo sé.
El otro día vi una película que
me conmovió: Campeones. Cuenta la historia de unos chicos con
discapacidad intelectual que sueñan con ganar un título de baloncesto. Un sueño
imposible. Una meta lejana. La vida misma. La realidad.
Ellos tienen una discapacidad.
Una piedra demasiado pesada aparentemente. Pero no por ello ven obstáculo
alguno en luchar por lo que quieren.
Yo a veces corro
el peligro de encasillar a las personas. Las clasifico y decido
lo que pueden y lo que no pueden lograr en la vida.
Las encasillo en sus
discapacidades. Y de acuerdo a ellas les pongo sus límites, sus topes. No tiene
sentido que se esfuercen por una meta ilusoria. No lo van a conseguir. Las
desanimo. No van a llegar a la meta.
Es verdad que hay un
falso mito que a veces me atrae: “Sueña, esfuérzate, lucha y lograrás lo que
quieres”. Hay
algo de falso y algo de verdadero en este mito que me venden para darme
fuerzas. Lo verdadero es que los sueños hay que cultivarlos.
Es bueno soñar más allá de la
pobreza de mi propia vida. Más allá de mis discapacidades. Para no deprimirme y
no perder la esperanza. Para no vivir con desesperanza.
Decía el psiquiatra Viktor
Frankl: “En
el momento en que ves un sentido en tu sufrimiento, puedes moldearlo en un
logro; puedes convertir la tragedia en un triunfo personal, pero debes saber
para qué. Si las personas no pueden encontrar ningún
sentido en absoluto a sus vidas, tal vez tengan algo con lo que vivir, pero no
tendrán nada por lo que vivir”.
Soñar me llena de esperanza. Le
da sentido a mi vida. Un motivo por el que luchar. Y justifica que cargue
muchos metros con una piedra pesada entre mis brazos. Tiene un sentido para mí.
Se justifica en mi corazón.
Persigo un sueño. Tal vez soy yo sólo el que lo veo. No importa. No me
desanimo. La lucha, el camino, el esfuerzo, el sudor, ya tienen sentido y eso
me llena de esperanza.
Lo que no es cierto de esa
primera afirmación es que no siempre lograré la meta.
No siempre seré campeón. No triunfaré en todas mis batallas.
Tal
vez mi sueño inicial cambia con el paso del tiempo. Y el esfuerzo abre otros horizontes
que me iluminan el camino.
No dejo de soñar. Pero no
siempre obtendré aquello con lo que sueño. Lo importante es el sueño y la lucha. Es
estar ahí entregando la vida, en medio del camino. No tanto ser campeón.
Me gusta cuando esos chicos con
discapacidad afirman que “ellos tienen capacidades
diferentes”. Diferentes a las que el mundo valora. Es verdad.
Tienen capacidades quizás que yo no tengo. Y yo tengo discapacidades que ellos
no tienen.
Y tal vez el mundo valora
ciertas capacidades, sólo algunas, unas más que otras. Y clasifica en un lugar
aparte a los que no cumplen con esas capacidades tan valoradas.
Ellos, dentro de sus
capacidades, luchan por lo que quieren. Y necesitan, igual que yo también lo
necesito, que alguien crea en ellos, confíe en ellos. Y los anime a luchar por
lo que pueden hacer con sus vidas.
Me gusta esa mirada positiva
sobre la vida. Soñar siempre está en mis manos. Esperar y
luchar por lo que quiero también. Ser campeón o sólo subcampeón ya no depende
sólo de mí. Depende de otras circunstancias.
Y entonces al final del camino
tengo que alegrarme como ellos en la película. Que disfrutan con el éxito de
los que han vencido. Y hablan con sencillez de lo que sucede al ser campeones o
subcampeones: “¿Qué es mejor, un marino o un submarino?”.
Está claro. La felicidad no se
encuentra en ser campeón siempre. En vencer en todas las batallas. El prefijo “sub” puede
ser una oportunidad, una ventana, una forma de sacar lo mejor de mí. Depende de
mis ojos.
Tal vez la mirada de los niños
me haga disfrutar más mi camino. El sufrir llevando una piedra pesada en mis
manos con la mirada puesta en una meta imposible.
Lo
que le da sentido a mi sufrimiento es la meta que persigo. El horizonte amplio de un cielo lleno de
estrellas. En el que mi vida tiene sentido y vale la pena. Con mis capacidades
y discapacidades. No importa. Yo no dejo de creer en las estrellas que
marcan mi camino.
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia