He aprendido a leer en la historia dibujada, en los
recuerdos grabados en la piel, desentraño así los misterios que Dios ha tejido
en mí con hilo invisible
Mosuno | Stocksy United |
Veo en una foto a una mujer sacando agua de
un pozo mirando su hija que está justo enfrente. Veo a una mujer mirando por la
espalda a su hijo pequeño que camina preocupado de otras cosas, ensimismado.
Veo a una mujer que mira por la
espalda a su hija mientras ella lee algún libro, distraída. Veo el pozo, la
ventana y el camino. Veo a una mujer, a un niño, a una niña. Veo su mirada
clara, sus manos fuertes, la luz de sus entrañas.
Creo que hay
momentos que guardo en el alma como se guarda el agua dentro del pozo. De
vez en cuando vuelvo a los recuerdos sagrados, cuando tengo sed y necesito
agua.
Uso el cubo del pozo. Saco el
agua. Y bebo. Así vivo yo, apoyado en el brocal de mi pozo, esperando a que
suba el cubo lleno de agua.
Tengo en el alma guardado un álbum
completo de recuerdos. No se borran, no se olvidan. De vez en cuando como un
niño ojeo inquieto foto tras foto.
He
aprendido a leer en la historia dibujada, en los recuerdos grabados en la piel. Desentraño así los
misterios que Dios ha tejido en mí con hilo invisible, apenas se percibe.
No quiero olvidarme de nada, soy
recuerdo, soy historia. Aun así, ¡cuántas cosas olvido! No
quiero olvidar el amor cocinado a fuego lento en mis días
de niño.
No quiero olvidar la mirada
posada en mi espalda cuando caminaba perdido. No quiero olvidar las manos
fuertes que sacan agua del pozo para saciar mi sed de niño, de hombre.
No quiero olvidar el abrazo que
me daban cuando tenía miedo, en medio de mis noches de infancia. No quiero
olvidar la palabra que sujetaba todos mis silencios. Una palabra firme, segura,
sólida, casi eterna.
Quiero recordarlo todo. Cada
gota de agua que rebosa del pozo. Me detengo callado pensando en lo que he
vivido.
Tengo tanta sed en el alma… Una
sed infinita. Necesito querer y que me quieran. Abrazar y que
me abracen. Dar la mano y que sujeten la mía. Necesito estar y que permanezcan.
Necesito ser fiel y que perseveren. Necesito, como un niño en medio de la
noche, una luz que me guíe, en plena oscuridad.
Guardo una sonrisa amiga
imperturbable ante mis tormentas y tristezas. Un puerto firme para mi barca
cuando ya no sepa navegar más lejos.
Quiero vencer las tinieblas
abrazado a la luz que llevo dentro. Quiero calmar esos vientos y alejar de mí
el llanto. Quiero reír con los ojos, perdonar con los brazos, sostener
con una risa fuerte, con una sonrisa franca.
Quiero levantarme siempre cada
vez que haya caído. Quiero sonreír de nuevo aunque no me mire nadie. Espero
escuchar su nombre en los vientos que la nombran.
No quiero tener más miedo
esperando al anochecer su abrazo, su mirada en mi espalda, sus manos fuertes,
sobre el brocal del pozo.
Quiero
una vida eterna preocupándome del presente. Quizás por eso le digo a Dios que me
espere, a la vuelta de la esquina. Que no me deje. Que no se aleje, mientras yo
recojo las piedras que esparcieron los caminos.
Miro el agua de mi pozo. Cavo
hondo. Muy adentro. Tengo guardados recuerdos que acaban con la nostalgia. Miro a
Dios que me sostiene cuando me duele la espera. Y me dice que
me quiere. Y que sueñe.
“A
un ave no la define la permanencia en el suelo, sino su capacidad para volar.
Recuerda esto: a los seres humanos no los definen sus limitaciones, sino las
intenciones que yo tengo para ellos; no lo que parecen ser, sino todo lo que
significa el hecho de que hayan sido creados a mi imagen”[1].
Miro mi pozo vacío y lleno al
mismo tiempo. Vuelo. Los recuerdos guardados me dan alas. Las palabras de
esperanza me sostienen y levantan.
Han creído en mí ya cuando era
niño. Cuando ni yo mismo sabía el poder oculto dentro de mi alma. Y Dios me
pedía que creyera. Lo hacía con lazos humanos, con voz de madre, con mano
firme.
Y yo creía que mis límites
entonces no eran mi barrera. Sino el trampolín humano para llegar más lejos.
Aprendí a volar siendo niño. A
soñar siendo hombre. A creer siendo hijo. Me define siempre lo que Dios ha soñado
para mí. Eso me conforta.
No son mis límites los que
cuentan, sino mis posibilidades. Lo que Dios ha previsto para mi vida.
Miro el brocal de mi pozo, me
abismo dentro. Y veo a Dios sonriendo en las aguas. Esperándome en mi camino.
Sin dejar de mirarme. Porque confía en todo lo que puede hacer conmigo.
He sido amado. Por
eso se calma el viento de mi alma. Y sonrío.
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia