Distinguir estos 2 tipos de cansancio te ayudará a
entender muchas cosas
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Llega un momento en el que el alma se cansa. Aunque
siempre resuena en mi interior lo que decía san Juan de la Cruz: “El
alma que anda en amor, ni cansa ni se cansa”.
Quiero
andar en amor, pero me canso. ¿De dónde me viene el cansancio?
Hay un
cansancio físico, sano, que me hace pensar que lo he dado todo.
Como si corriera durante horas tratando de golpear una pelota para que pase la
red.
Es el cansancio sano que
construye mi vida. Me gusta cansarme por haberlo dado todo. Es un cansancio
útil, me parece a mí.
Quemo las energías,
pero también quemo mi aburrimiento, mi pesadez, mi acedía, me
desidia. Lo quemo todo en la carrera de la vida.
Corro persiguiendo sueños,
anhelando metas inalcanzables. Subo montes imposibles y me adentro por caminos
inacabables. No se ve el horizonte perdido entre las montañas.
Me gusta ese cansancio útil,
fecundo, que me hace más libre como los pájaros. Más de Dios y más pleno. Ese
cansancio sano es el que tengo. Quiero descansar.
Pero a
veces otro cansancio no tan sano se me pega a la piel.
Comenta el papa Francisco: “El
maligno es más astuto que nosotros y es capaz de tirar abajo en un momento lo
que construimos con paciencia durante largo tiempo. Aquí necesitamos pedir la
gracia de aprender a neutralizar el mal, no arrancar la cizaña, no
pretender defender como superhombres lo que sólo el Señor tiene que
defender. Todo
esto ayuda a no bajar los brazos ante la espesura de la iniquidad, ante la
burla de los malvados. La palabra del Señor para estas situaciones de cansancio
es: – No teman, Yo he vencido al mundo (Jn 16, 33). Y esta palabra nos dará
fuerza”.
Es el
cansancio que viene del miedo a perder, al no ver los frutos. El cansancio
provocado por el dolor de la soledad. Surge el desánimo y puedo cansarme de
luchar, de esperar, de anhelar.
Por eso me gustan estas palabras
de san Claudio de la Colombiere: “Dios mío, he resuelto vivir en adelante
sin cuidado alguno, descargando sobre ti todas mis inquietudes. Mas yo dormiré en paz y descansaré;
porque Tú has asegurado mi esperanza. Yo mismo puedo perder vuestra gracia por
el pecado; pero no perderé mi esperanza”.
No
quiero que el desánimo me vuelva perezoso. No quiero que la desidia y la pena
turben mi ánimo y borren mi esperanza.
Ese cansancio malo es el que más
me pesa. No lo quiero. ¿Cómo me libero de él? Se
lo quiero entregar a Dios al final de estos meses de trabajos, de luchas, de
esfuerzos.
Meses de fracasos y pequeños éxitos.
De luces y sombras. La vida misma. ¿Qué hago para recobrar la paz? Me abandono
en las manos de Dios.
[1] J. Kentenich, Niños
ante Dios
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia