Volverse hacia Cristo,
fuente de gracia, para permanecer unidos y fieles a lo largo de todo vuestro
matrimonio
La
fantasía de una noche, una atracción recíproca palpable o una admiración
embelesada totalmente platónica, el deseo ilegítimo toma muchas formas, pero
ninguna es trivial. Es momento de hacerse ciertas preguntas, sobre uno mismo,
sobre la pareja y sobre el significado del matrimonio
“El espíritu está dispuesto, pero la carne
es débil” (Mt 26, 41), dijo Jesús a
sus amigos que se habían quedado dormidos en el monte de los Olivos la noche de
su detención.
El hombre y la mujer son seres carnales,
sometidos a impulsos y emociones más o menos fuertes y, en consecuencia, son
seres debilitados y además marcados por el pecado original.
Al mismo tiempo, el hombre y la
mujer tienen dentro de sí los recursos necesarios para resistir la tentación.
¿Por qué Dios permite esta dualidad que a veces causa
sufrimiento?
Parte de la respuesta reside en
el hecho de que Dios ama a la humanidad y quiere su bien, por eso le da, a
través del Espíritu Santo, la fuerza para luchar contra cualquier tentación que
vaya en contra de su felicidad.
Al mismo tiempo, Él deja que la
felicidad sea libre. Y porque Él la deja
libre, puede sucumbir.
¿Qué hacer entonces? San Mateo nos ofrece
un comienzo de respuesta en la otra parte del mismo versículo: “Estén
prevenidos y oren para no caer en tentación” (Mt 26, 41).
El estado
de guardia, que también puede ser entendido a través de la introspección
y la prudencia, es de hecho un buen medio para prevenir y
purificar los deseos improcedentes.
La búsqueda de la causa
del deseo
¿Qué ha pasado para que una u otro se
sienta tentado de “ir a otros lugares”? ¿Qué falta en la relación que explique
un sentimiento de amor hacia otra persona? ¿La relación goza de buena salud o
está un poco marchita?
¿Por qué este deseo de seducir a cualquier
precio? ¿La pareja sufre por la rutina? ¿Por la falta de comunicación?
¿Por la falta ternura o de atención? ¿Se han concedido todos los
perdones?
Una introspección seria y
profunda, que se puede hacer solo, en pareja o acompañado(s) de un consejero
matrimonial, permite ver con más claridad y paliar una disfunción que puede ser
fatal para la pareja.
Tomar distancia física
No hay necesidad de jugar con fuego. Se
trata, por tanto, de evitar situaciones que puedan llevarnos aún
más lejos en la pasión o la obsesión.
Rechazar los ambiguos almuerzos
cara a cara con una colega, evitar salir exactamente a la misma hora que tu
guapo vecino para cruzarte con él o huir a toda prisa, si es necesario, cuando
el objeto de tu deseo aparece.
Estas son actitudes de precaución que
adoptar para evitar sucumbir a la tentación y salvar la relación de pareja.
Tomar distancia mental
Sucede que a uno simplemente le
gusta imaginar el objeto de su deseo, diciéndose a sí mismo que no hay nada
malo en ello. Pero esto solo alimenta y refuerza su deseo ilegítimo. Esta
actitud es mala, inútil, vana y pone en peligro la salud del alma.
Los Padres del desierto abogaron
por la práctica de la “custodia del corazón” (en griego nepsis: vigilancia), que consiste en prestar
atención a todo lo que sucede en nuestro corazón.
Es un método espiritual dirigido a liberar
a la persona de los pensamientos malos o apasionados. Nos invita a observar
los pensamientos que penetran en nuestra alma y a discernir los buenos de los
malos.
“Que los pensamientos nos
perturben o no forma parte de esas cosas que no dependen de nosotros. Pero que
permanezcan o no en nosotros, que susciten o no las pasiones, es parte de lo
que sí está en nuestro poder”, escribió uno de los Padres, Juan Damasceno,
en su Discurso útil al alma.
Pedir a Dios poder
experimentar la gracia del matrimonio
Jesús aconseja a sus discípulos que velen y
oren. Por la oración y por la gracia de los sacramentos, Dios nos da
Su fuerza, si nos abrimos a Él, para redescubrir el sentido del
matrimonio y experimentar su gracia tan particular.
El Catecismo de la Iglesia
Católica precisa que “para sanar las heridas del pecado, el hombre y la mujer
necesitan la ayuda de la gracia que Dios, en su misericordia infinita, jamás
les ha negado. Sin esta ayuda, el hombre y la mujer no pueden llegar a realizar
la unión de sus vidas en orden a la cual Dios los creó ‘al comienzo’” (CIC
1608).
Esta gracia particular “está
destinada a perfeccionar el amor de los cónyuges, a fortalecer su unidad
indisoluble” (CIC 1641).
Parece, pues, prácticamente
indispensable volverse hacia Cristo, fuente de gracia, para permanecer unidos y
fieles a lo largo de todo vuestro matrimonio.
Mathilde de Robien
Fuente:
Aleteia