Compartir complica pero no hacerlo es peor
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Jesús se adapta al corazón de cada uno.
Según cada uno. Eso es lo que hizo en vida y lo que hace conmigo. Con todos.
Recorre mi alma según mis caminos. Según mi sed y mi necesidad.
Alguien
necesita su compasión, su misericordia y Jesús no lo piensa. Me conmueve.
Yo
suelo poner excusas antes de ponerme en camino. Busco que alguien actúe en mi lugar.
Me resulta difícil salir de mí, actuar, curar, sanar. Salir de mí para
acercarme a otros. Alguien necesita la ayuda de Jesús y Él no duda.
San Pablo habla de la generosidad: “Ya
que sobresalís en todo: en la fe, en la palabra, en el conocimiento, en el
empeño y en el cariño que nos tenéis, distinguíos también ahora por vuestra
generosidad. Nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, se hizo pobre por vosotros
para enriqueceros con su pobreza. Pues no se trata de aliviar a otros, pasando
vosotros estrecheces; se trata de igualar. En el momento actual, vuestra
abundancia remedia la falta que ellos tienen; y un día, la abundancia de ellos
remediará vuestra falta; así habrá igualdad. Es lo que dice la Escritura: – Al
que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco no le faltaba”.
Me gustaría ser más generoso. No
pensar tanto en mí. Yo soy mi centro, la persona más importante de mi vida.
Me
gustaría ser como Jesús que se empobrece para darme vida. Se niega a sí mismo para afirmarme a mí.
Yo me detengo al pensar en el
dolor que me causa ser generoso. No me gusta empobrecerme para enriquecer a
otros. Me da miedo esa generosidad que se pone en camino. Busco mi bien.
Pienso sólo en mí. Más que en
ninguna persona enferma. Me cuesta ver que ellas son las personas más
importantes de mi agenda.
Yo pongo pegas, soy reticente,
evito al desconocido. No quiero que vengan a comer en mi mesa los que son
distintos, los que no piensan como yo.
Soy
generoso sólo con los míos. No
con los extraños. Esa generosidad que me pide Jesús me parece excesiva. Me pide dar de
lo mío para igualar, para que otros, que no tienen nada,
tengan.
Y yo vivo con miedo, molesto,
inquieto. Me da miedo perder lo que tengo, vivir con menos, más expuesto, más
exigido, al límite.
Me da miedo la pobreza que
aprieta el alma. Me da miedo no tener para que otros tengan. Ese
acto de Jesús empobreciéndose por amor me parece hasta excesivo.
Leía el otro día que la Iglesia puede perder
la generosidad y la pasión por dar la vida por Cristo: “Se
reduce la capacidad de acogida del corazón; se debilitan la afectividad y la
voluntad, lo cual se traduce en falta de pasión por el bien. En la pérdida de
ímpetu para la entrega a Dios total y sin reservas, y en la incapacidad de
´perderse´ generosamente en el mundo y exigencias de la fe. La religiosidad es
considerada como un seguro para el cielo; pierde más y más el carácter de
audacia que impulsa y arrastra”[1].
Cuando eso ocurre mi fe se
debilita. Pierdo la pasión y las ganas de dar la vida, de darlo todo.
Me vuelvo mezquino y avaricioso.
Pienso sólo en mí, en los míos,
en los cercanos. Y me alejo de los diferentes, de los distintos. Construyo
muros en lugar de puentes.
No
creo en la solidaridad porque he perdido la confianza. No encuentro a personas fiables que me
hagan pensar que mi dinero, mis bienes, van a traer la igualdad a otros.
Tiendo
a dividir, a distanciarme de los que no son como yo y sólo pueden crearme
problemas. No
quiero que me molesten. Me aíslo de los invasivos. Cierro la puerta de mi alma,
de mi vida y me alejo de los molestos.
Esa actitud ante la vida me
resulta perjudicial. Acentúo tanto lo propio, lo mío, lo
original que no tolero a los distintos. Tengo tanto miedo
de no tener para mí que no quiero compartir nada de lo que tengo.
Y hoy Jesús me invita a ser
generoso. Me pide que cambie mis planes por atender al que necesita mi ayuda.
Primero con una hija de un hombre a la que no conozco. Después con una mujer
oculta en la muchedumbre que simplemente se atreve a tocar mi manto.
Detiene mis pasos. Rompe mis
planes, mis horarios. De camino, Jesús se detiene ante cualquiera. ¡Cuánto
me cuesta a mí perder mi tiempo cuando voy a hacer algo que me parece
importante, prioritario!
Jesús me enseña tanto… Me gusta
esa mirada de Jesús que va buscando por la vida quién necesita su ayuda. No
tiene miedo de perder el tiempo. Siempre está abierto a la novedad, a la
necesidad.
Su generosidad es inmensa. Esa
entrega total por amor es la que yo deseo. Romper mis planes para socorrer al
que me necesita. Partir mi capa con el que nada tiene. Ir al encuentro del
desvalido que no ha tenido mis ventajas a la hora de nacer.
Y yo me creo mejor sólo porque
he tenido más suerte. Me da mucho miedo aislarme y convertirme en alguien
inaccesible. Alguien al que nadie puede tocar.
Me
gusta mostrarme débil, accesible, vulnerable. Necesito el amor y el cariño de las personas. Necesito su ayuda.
Cuando
dejo ver mi desvalimiento me acerco al que más sufre. Me dejo ayudar mientras ayudo al que
necesita ayuda.
Es lo que más enaltece. Saber
que puedo ser útil en el camino. Yo puedo sanar la necesidad del que va
conmigo.
Jesús en su reacción me enseña
un camino muy concreto de dar la vida. Siempre decir sí. No sé si siempre estoy
disponible para ponerme en camino. Me gustaría tener el sí siempre en mi boca,
en mi corazón. Me gustaría vivir siempre desinstalado,
libre.
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia