El chef con una estrella
Michelin y jurado del programa Masterchef habla de su fe con naturalidad y sin
tapujos
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| El chef Pepe Rodríguez, en su restaurante El Bohío, en Illescas (Toledo) - Mónica Moreno |
Pepe
Rodríguez, reconocido chef con una estrella Michelín, nos abre las puertas de
su restaurante, El Bohío, un día después de la final de MasterChef, programa
estrella de TVE en el que él es jurado.
Asiduo al santuario de la Virgen de la
Caridad, una costumbre que mantiene desde niño, habla sin tapujos para Alfa y
Omega de la fama, de su familia y de la fe.
- ¿Quién es Pepe
Rodríguez?
-
Es un hombre que nació en Madrid el 13 de marzo de 1968, aunque toda su familia
era de Illescas y se vino de muy niño aquí. Me he criado en un ambiente
hostelero. En resumen, soy una persona normal que ha trabajado en aquello que
sus padres le dejaron, el restaurante El Bohío, que data de antes de la guerra
civil. Que fue un chico feliz, que se crió como cualquier otro niño de los años
80, jugando en la calle a las bolas, a la peonza… Uno más.
- ¿Y quién es para usted
la Virgen de la Caridad? Es habitual verle en su santuario.
-
Para mí ella es muy importante. Llevo a la Virgen de la Caridad en el corazón.
Justo ahora vengo de hacerle una visita y estaba pensando que, lamentablemente,
no se la pudo ver en la final de MasterChef. También me acordaba de la suerte
que he tenido de disfrutar del santuario y de su presencia. Recordé cada mes de
mayo, cuando nos sacaban del colegio y las hermanas mercedarias nos traían a
cantar a la Virgen y a rezarle. Aquellos momentos eran tan bonitos, todos
reunidos en torno a la Madre. Recuerdo cómo nos teníamos que inventar la frase
que decíamos a la Virgen, frases que todavía llevo hoy en mi corazón.
- ¿Cómo vive su fe en
medio del mundo de la televisión y la fama?
-
Pues con normalidad. La fe no está reñida ni con la televisión ni con la fama;
tampoco está reñida con ser arquitecto o médico. La fe se tiene o no se tiene,
se vive o no se vive, se lleva o no se lleva. No sé si soy un hombre capacitado
para dar ninguna norma, pero a mí no me estorba para nada en mi trabajo.
Intento que la gente que está a mi alrededor entienda que soy un hombre de fe,
pero tampoco lo voy pregonando ni creo que sea necesario. Cuando toca y surge
lo digo con naturalidad para que todo se normalice y no parezca algo
extraordinario.
- ¿Qué es para usted la
parroquia?
-
Soy un hombre que vive en la parroquia, que va a la iglesia de su pueblo y
participa en ella. No sé si participo todo lo que debería, pero sí intento que
mi familia, mis hijos y mi mujer la vivamos desde dentro. Pero no es nada fácil
enseñar a los hijos que vayan a la iglesia. En mi casa mi madre sí iba a Misa,
mi padre no. Y quiero que mis hijos vean que yo voy a Misa, aunque ellos son a
veces los que no quieren, por la edad y por diversos motivos. El mejor ejemplo
que les puedo dar es que vean que yo voy con normalidad y naturalidad.
- ¿Qué ingredientes debe
tener la relación de una persona con Dios?
-
La mía es muy profunda, pero hacer de eso una receta… ya es difícil. Yo me
pregunto: ¿por qué he tenido la suerte de conocer a Dios? ¿Por qué he tenido la
suerte de sentirlo cerca y otros no lo sienten? No dependerá de mí; ha sido
algo que me ha venido dado. ¿Cómo dar los ingredientes? Primero, es importante
haber conocido a Dios. Y luego, darte cuenta de que tienes que cultivar esa
relación día a día y que te debe exigir más. Como soy una persona que fallo
tanto, no soy ningún ejemplo que seguir para nadie, pero sí sé que, aunque
caiga, me puedo levantar y que Dios siempre me perdona.
- Ha hecho los Cursillos
de Cristiandad. ¿Fue algo determinante?
-
Sí, hubo un antes y un después del cursillo. Desde niño había ido a Misa porque
mi madre me obligaba. Iba y seguro que iba feliz. Aparecí en un cursillo y no
sabía muy bien para qué. De hecho, me llevé un balón de baloncesto, pensando
que iba a ser algo así como un campamento de verano. Y me encontré con Dios.
Tres días sin parar de rezar y sin parar de hablar con Dios, de preguntarle qué
quiere de mí. Aquello me cambió, me ayudó a sentirme más cerca de Él. Dios me
dijo: «Quiero que te enteres».
- ¿Se acuerda de sus
catequistas?
-
Sí. Quiero resaltar la labor de un catequista que deja su domingo, que da su
tiempo libre, que quita tiempo a su familia por dar la catequesis a los niños.
Esto sí me parece algo único. Estamos ahora resaltando un programa de televisión,
pero eso no tiene ningún valor comparado con lo que hace un catequista.
- ¿Qué es para usted la
familia?
-
Es un pilar fundamental. Los que no han encontrado una familia seguro que viven
también felices, pero yo tengo tres hijos y no encuentro nada tan grande como
ellos. Nada hay más grande que mi familia.
- ¿Cómo conjuga la vida
familiar con la televisión y el restaurante?
-
Seguramente lo conjugo mal, pero no sé hacerlo de otra manera. Aunque gano
otras cosas, me pierdo mucho de vivencias muy importantes de mi familia y de
mis hijos. Eso sí, el momento en que estoy con mi familia es único y lo vivo
con mucha intensidad. No sé si lo adecuado es pasar un día entero con la
familia, si basta solo con las tardes, si hay que ponerse unos horarios para
estar con ellos… Yo sobre todo intento que ese tiempo con ellos sea de calidad.
- ¿Qué valores inculca a
sus hijos?
-
Los que yo tengo, que no sé si son los mejores. A mi hija mayor le insisto para
que vaya a Misa los domingos, pero ella no quiere. Me dice: «Papá, que estoy
muy liada; papá, que no tengo tiempo, tengo que estudiar…, ¿y cómo voy a perder
una hora?». Pues yo voy y doy ejemplo. Y, a veces, cuando me pregunta, le
respondo: «¿No te das cuenta de que yo trabajo todos los días de la semana pero
encuentro ese momento para ir; lo busco porque lo quiero, porque lo necesito?».
Quiero que se dé cuenta de que ir a Misa es lo mejor que va a hacer en su vida.
Si saca un siete o un nueve es secundario, pero entiendo que mi ejemplo le
puede llegar. Soy lo que soy porque he visto muchos ejemplos en mis padres. A
lo mejor quiere volver a ir mañana o dentro de 18 domingos, pero llevarla
obligada no es la mejor fórmula.
- Si se pregunta a
vecinos de Illescas, muchos se acuerdan de cuando ayudaba usted a los toxicómanos.
-
Fue un momento muy bonito, justo después de hacer cursillos. Todos los
cursillistas que conocía hacían algo en aquel momento, y yo nada. Me sentía
acomplejado. Me llamaba la atención cuando por la noche tomaba algo con los
amigos y veía a un señor en Illescas que se acercaba a los drogadictos y tomaba
algo con ellos. Íbamos diciendo: «Mira este, que me robó el radiocasete ayer;
mira aquel…». Me di cuenta de lo fácil que es criticarlos y de lo difícil que
es hacer como aquel hombre que los ayudaba, don José Soriano. Me estaba dando
un ejemplo. Un día por la calle me lo crucé de frente –yo nunca había hablado
con él– y le ofrecí mi ayuda.
- ¿Y qué le contestó?
-
«Mañana nos vemos, te espero en casa. Empezamos una labor de entrega por los
demás…». La cuestión es ayudar al que nos necesita, ya sea da porque no tiene
que comer, porque ha venido en una patera… En este caso, se trataba de ayudar
al prójimo en una época difícil en la que la droga no se entendía. Esa labor de
cuerpo a cuerpo, de buscar recursos, de llevarlos a casa, 24 horas al día… Fue
la época más emocionante de mi vida. Estar con los más necesitados te aterriza.
Necesitamos contacto con la realidad porque si no perdemos la esencia del ser
humano. Cualquiera puede acabar en la droga. Es una pandemia que está ahí, y si
no somos sensibles y no lo hacemos algo por los demás, es que no hemos
entendido nada de la vida.
- Es usted empresario.
¿Cuál es su compromiso en la empresa como cristiano?
-
Intento ser el mejor empresario posible, pero también es difícil ser el mejor
cocinero posible, el mejor maestro posible… Intento llevar a la empresa lo que
tengo en el corazón, lo que se me ha dado. Con mis defectos, pero intento
tratar a la gente que trabaja conmigo como me gustaría que me tratasen a mí si
la empresa fuera de ellos. Al final, soy el administrador y ya está. Lo
reflexiono muchas veces, porque es muy difícil mandar con criterio, con
sentido, con pulso, con talante, sin superioridad… Mando porque tengo esa
responsabilidad no porque lleve una insignia de jefe. Intento aplicar el
Evangelio a la empresa y en el trato con la gente que trabaja para mí. Intento
también dar ejemplo, llegar el primero, con el compañerismo…
- ¿Y su colaboración con
Cáritas?
-
La labor de Cáritas es impagable, extraordinaria, solo puedo hablar bien. Me
siento parte de Cáritas. Sobre la colaboración, ¡cómo no vas a ayudar a quien
te pide ayuda! Si me piden ayuda ahí estoy. Ahora que uno es muy reconocido te
llaman de mil asociaciones para que seas su imagen. Bueno, está bien ayudar de
esa forma, pero esa disponibilidad hay que tenerla siempre y con todo el mundo.
No ahora porque soy reconocido. Tampoco me parece bien que, porque seas famoso,
se presuponga que lo que tú digas es lo mejor. No me parece esa la mejor manera
de predicar. No me gusta que se me invite ahora que soy reconocido cuando se
podría haber hecho antes y lo necesitaba tanto o más. La relación que yo tengo
con Dios está por encima de la tele o de la cocina. La ayuda la necesito y la
puedo prestar siempre. ¿Solo por mi imagen? No valoro más el testimonio de un
famoso creyente que el de un fontanero, un taxista… A mí me interesa el pueblo
llano. La gente sencilla y normal.
- A los cristianos de a
pie nos da miedo decir «yo soy creyente».
-
A mí también me da miedo. Lo he dicho en ámbitos, más pequeños… Para mí es
igual de importante lo que tú me estás contando como lo que yo cuento, para mí
tiene el mismo valor; No necesito que seas famosa para que me des ejemplo, ya
me lo has dado. Necesitamos sensibilizar a la sociedad. Perdamos todos el miedo
a decir que somos creyentes.
- ¿Cómo ve hoy la labor
de la Iglesia?
-
Como todo, ha evolucionado. La cocina se está actualizando porque es un
lenguaje vivo que se transforma. La Iglesia se tiene que renovar, se está renovando
continuamente; lleva 2.000 años en constante renovación. Y se tendrá que
renovar aún más, y lo que antes eran extraordinario se normalizará. No hay que
tenerle miedo al futuro. Antes había un cristianismo con muchas obligaciones. Y
ojalá la Iglesia fuese más pobre todavía; la Iglesia nació pobre, deberíamos
ser más pobres para quererla más. Las palabras de don José Rivera [conocido
sacerdote de Toledo] no se me olvidarán en la vida, cuando decía: «Ojalá la
Iglesia se hubiera dedicado a hacer iglesias más pequeñas y más feas; hoy las
tendríamos más feas, pero más llenas». En esas tenemos que seguir.
Mónica
Moreno
Fuente:
ABC






