“El día del descanso,
profecía de liberación”
Audiencia General, 12 Sept. 2018 © Vatican Media |
“El
amor te hace libre incluso en la cárcel, aunque seamos débiles y limitados”. El
Papa ha hecho una invitación a renunciar a todo tipo de esclavitud,
especialmente a la más fuerte de todas: “el propio yo”, porque “el amor verdadero
es la verdadera libertad”, ha señalado.
La
audiencia general de esta mañana ha tenido lugar a las 9:25 horas en la Plaza
de San Pedro, donde el Santo Padre ha encontrado grupos de peregrinos y fieles
de Italia y de todo el mundo.
Francisco
ha continuado el ciclo de catequesis sobre los Mandamientos, y en concreto, ha
centrado su atención sobre el tema: “El día del descanso, profecía de
liberación” (pasaje bíblico: Libro del Deuteronomio 5, 12-15).
Liberación en el descanso
El
tercer mandamiento, que nos invita a celebrar la “liberación en el descanso”
–ha anunciado el Pontífice– para nosotros, los cristianos, es profecía del
Señor Jesús, que “rompe la esclavitud interior del pecado para hacer que el
hombre sea capaz de amar”.
En
esta línea, el Papa ha señalado esta mañana que “El amor verdadero es la verdadera
libertad”: aleja de la posesión, reconstruye las relaciones, sabe acoger y
valorar al prójimo, transforma todo esfuerzo en don alegre, hace capaces de
comunión.
Tras
resumir su discurso en diversas lenguas, el Santo Padre ha saludado en
particular a los grupos de fieles presentes procedentes de todo el
mundo. La audiencia general ha terminado con el canto del Pater
Noster y la bendición apostólica.
RD
A
continuación, ofrecemos la catequesis completa del Papa Francisco:
Catequesis del Papa
Francisco
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En
la catequesis de hoy volvemos al tercer mandamiento, el del día del
descanso. El Decálogo, promulgado en el libro de Éxodo, se repite en el libro
del Deuteronomio de una manera casi idéntica, con la excepción de esta Tercera
Palabra, donde aparece una diferencia apreciable: Mientras en el Éxodo el
motivo del descanso es la bendición de la creación, en el Deuteronomio en
cambio, se conmemora el final de la esclavitud. En este día el esclavo
debe descansar como el patrón, para celebrar la memoria de la Pascua de
liberación.
De
hecho, los esclavos, por definición no pueden descansar. Pero hay muchos tipos
de esclavitud, tanto exterior como interior. Hay constricciones exteriores,
como la opresión, las vidas secuestradas por la violencia y otros tipos de
injusticia. Luego están las prisiones interiores, que son, por ejemplo, los
bloqueos psicológicos, los complejos, los límites del carácter y demás. ¿Hay
descanso en estas condiciones? ¿Un hombre encarcelado u oprimido puede
permanecer, de todas formas, libre? ¿Y puede una persona atormentada por
dificultades interiores ser libre?
Efectivamente,
hay personas que, incluso en prisión, viven una gran libertad de ánimo.
Pensemos, por ejemplo, en San Maximiliano Kolbe, o en el cardenal Van Thuan,
que transformaron oscuras opresiones en lugares de luz. Así como hay personas
marcadas por una gran fragilidad interior, que conocen, sin embargo, el
descanso de la misericordia y saben transmitirlo. La misericordia de Dios nos
libera. Y cuando te encuentras con la misericordia de Dios, tienes una gran
libertad interior y también puedes transmitirla. Por eso es tan importante
abrirnos a la misericordia de Dios para no ser esclavos de nosotros mismos.
¿Cuál
es, pues, la verdadera libertad? ¿Consiste quizás en la libertad de elección?
Ciertamente se trata de una parte de la libertad, y nos esforzamos, para que
sea garantizada a cada hombre y mujer (Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II.
Const. Past. Gaudium et spes, 73.) Pero sabemos que poder hacer lo
que se desea no es suficiente para ser verdaderamente libre, y tampoco feliz.
La verdadera libertad es mucho más.
De
hecho, hay una esclavitud que encadena más que una prisión, más que una crisis
de pánico, más que una imposición de cualquier tipo: es la esclavitud del
propio ego. Esa gente que todo el día se mira al espejo para ver su
ego. Y el ego es más alto que su cuerpo. Son esclavos del ego. El ego puede
llegar a ser un esbirro que tortura al hombre en cualquier lugar y le causa la
opresión más profunda, la que se llama “pecado”, que no es la violación
trivial de un código, sino fracaso de la existencia y condición de esclavos.
(cf. Jn 8, 34). El pecado es, al final, decir y hacer ego. “Yo quiero hacer
esto y no me importa si hay un límite, si hay un mandamiento, ni siquiera me
importa si hay amor”.
El
ego, por ejemplo, pensemos en las pasiones humanas: el goloso, el lujurioso, el
avaro, el iracundo, el envidioso, el perezoso, el soberbio – y así
sucesivamente- son esclavos de sus vicios, que los tiranizan y atormentan. No
hay tregua para el goloso, porque la garganta es la hipocresía del estómago,
que está lleno pero nos hace creer que está vacío. El estómago hipócrita nos
vuelve golosos. Somos esclavos de un estómago hipócrita. No hay tregua ni para
el goloso ni para el lujurioso que deben vivir del placer; la ansiedad de
la posesión destruye al avaro, siempre acumulan dinero, perjudicando a los
demás; el fuego de la ira y la polilla de la envidia arruinan las relaciones.
Los escritores dicen que la envidia hace que el cuerpo y el alma se vuelvan
amarillos, como cuando una persona tiene hepatitis: se vuelve amarilla. Los
envidiosos tienen el alma amarilla, porque nunca pueden tener la frescura de la
salud del alma. La envidia destruye. La pereza que evita cualquier
esfuerzo hace incapaces de vivir; El egocentrismo, -ese ego del que
hablaba- soberbio cava una fosa entre uno mismo y los demás.
Queridos
hermanos y hermanas, ¿quién es el verdadero esclavo? ¿Quién es él que no conoce
descanso? ¡El que no es capaz de amar! Y todos estos vicios, estos pecados,
este egoísmo nos alejan del amor y nos hacen incapaces de amar. Somos esclavos
de nosotros mismos y no podemos amar, porque el amor es siempre hacia los
demás.
El
tercer mandamiento, que nos invita a celebrar la liberación en el descanso,
para nosotros, los cristianos, es profecía del Señor Jesús, que rompe la
esclavitud interior del pecado para hacer que el hombre sea capaz de amar. El
amor verdadero es la verdadera libertad: aleja de la posesión, reconstruye las
relaciones, sabe acoger y valorar al prójimo, transforma todo esfuerzo en don
alegre, hace capaces de comunión. El amor te hace libre incluso en la cárcel,
aunque seamos débiles y limitados.
Esta
es la libertad que recibimos de nuestro Redentor, el Señor nuestro Jesucristo.
©
Librería Editorial Vaticano
Fuente:
Zenit