María Asunción Milá, de
99 años y veterana defensora de los Derechos Humanos, pidió por carta al Papa
Francisco un cambio en el Catecismo
![]() |
María
Asunción Milá tiene 99 años y vive en Sevilla - JOSÉ GALIANA / ABC
|
María Asunción Milá no se lo podía creer cuando recibió la llamada de la Secretaría de Comunicación del Vaticano para
informarle de que el Papa había cambiado el Catecismo para declarar
«inadmisible» la pena de muerte. Se lo había pedido varias veces por carta
desde el primer mes de su Pontificado.
«No quepo en mí de la alegría y satisfacción por la
decisión del Papa más humilde que jamás he podido conocer», aseguró ayer a ABC
esta defensora de los Derechos Humanos y exvicepresidenta de Amnistía Internacional
en España.
Conocedora de la dificultad de que su carta fuese
recibida por el Santo Padre, hizo varias copias del escrito y las fue enviando
escalonadamente durante dos años. «Desde Sevilla, y a mis 93 años, le escribo
para suplicarle por los pobres más pobres entre los pobres, por aquellos que en
el corredor de la muerte de muchos países esperan a que se les quite lo último
que tienen, que es la vida.
Rogamos y suplicamos se suprima del Catecismo la
legitimidad que otorga a este homicidio, que al ser un acto programado,
legalizado y con liturgia propia, carece de las circunstancias por las que
pudiera ser considerado un acto de legítima defensa», aseguraba la carta de
Asunción.
«Lo tomo
en cuenta»
En 2015 le entregó un duplicado al director del Instituto
de Derecho Penal Europeo e Internacional, Luis Arroyo, quien fue recibido en
audiencia por Francisco y pudo entregarle su encomienda. A los ocho días de
esta audiencia, María Asunción recibió en su casa de Sevilla una carta escrita
y rubricada por el Santo Padre: «Tomo en cuenta lo que me dice sobre el
Catecismo y pediré que se estudie el cambio», contestaba el Papa a la propuesta
de Milá.
La promesa se convirtió ayer en realidad. Siguiendo el
rumbo marcado por Juan Pablo II en 1992 y 1997, el Papa Francisco ha decidido
cambiar el Catecismo para declarar que «la pena de muerte es inadmisible» y
añadir que la Iglesia «se compromete con determinación a su abolición en todo
el mundo». El Vaticano presentó ayer el nuevo texto junto con una carta explicativa
a los obispos de todo el mundo.
El Santo Padre sale al paso de un repunte en el
desprecio de la vida humana que ha llevado a una exaltación del homicidio de
los distribuidores de droga en Filipinas y de las ejecuciones de
narcotraficantes en Sri Lanka, o a la decisión del presidente Erdogan de
reintroducir en Turquía la pena de muerte, abolida en 2004 con vistas al
acercamiento a la Unión Europea.
Los países con mayor número de ejecuciones son China,
Irán, Arabia Saudí, Irak y Pakistán -que superan entre los cinco el 90% del
total mundial-, seguidos por Egipto, Somalia y Estados Unidos. Los números de
China son secretos, igual que los de Corea del Norte, que probablemente
figuraría en esa lista de los ocho primeros. La pena de muerte es legal en 57
países, pero en la mayoría de ellos no se aplica.
La Iglesia católica se distanció de ese tipo de
sentencias en el nuevo Catecismo, redactado para incorporar las enseñanzas del
Concilio Vaticano II y promulgado por Juan Pablo II en 1992. El artículo 2.667
marcaba una línea claramente restrictiva pero constatando que «la enseñanza
tradicional de la Iglesia no excluye (…) el recurso a la pena de muerte, si
ésta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor
injusto las vidas humanas».
Aunque rompía con muchos siglos de considerar la pena
de muerte como un castigo normal en casos extremos, la rendija que dejaba
abierta era demasiado amplia. Después de publicar la encíclica «El Evangelio de
la vida» en 1995, el propio Juan Pablo II cambió el Catecismo en 1997 para
añadir una nueva restricción: «los casos en los que sea absolutamente necesario
suprimir al reo ‘suceden muy (...) rara vez (...), si es que ya en realidad se
dan algunos’ (Evangelium Vitae 56)».
Dignidad
de la persona
Benedicto XVI subrayó en varios documentos «la necesidad
de hacer todo lo posible para llegar a la eliminación de la pena capital», pero
Francisco ha sido el primero en declararla «contraria al Evangelio», en algunos
discursos.
La nueva redacción del artículo 2.267 del Catecismo de
la Iglesia Católica recuerda que «durante mucho tiempo el recurso a la pena de
muerte por parte de la autoridad legítima, después de un debido proceso, fue
considerado una respuesta apropiada a la gravedad de algunos delitos y un medio
admisible, aunque extremo, para la tutela del bien común».
Pero añade que «hoy está cada vez más viva la
conciencia de que la dignidad de la persona no se pierde ni siquiera después de
haber cometido crímenes muy graves (…) se ha extendido una nueva comprensión
acerca del sentido de las sanciones penales por parte del Estado (…) y se han
implementado sistemas de detención más eficaces». El artículo concluye: «Por
tanto la Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que ‘la pena de muerte es
inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la
persona’, y se compromete con determinación a su abolición en todo el mundo».
En una carta dirigida a los obispos del mundo, el
cardenal Luis Ladaria, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe,
recuerda las sucesivas restricciones introducidas por san Juan Pablo II y
Benedicto XVI, a medida que mejoraban la sensibilidad moral de las sociedades y
la capacidad de los Estados para aplicar la cadena perpetua. Según Ladaria, «la
nueva redacción del artículo 2.267 del Catecismo, aprobado por Francisco, se
sitúa en continuidad con el Magisterio precedente, llevando adelante un
desarrollo coherente de la doctrina católica», basado en la encíclica
«Evangelium vitae» de Juan Pablo.
El responsable de la Doctrina de la Fe lo presenta
como «un auténtico desarrollo de la doctrina que no está en contradicción con
las enseñanzas anteriores del Magisterio» formuladas a lo largo de los siglos
«en un contexto social en el cual las sanciones penales se entendían de manera
diferente y acontecían en un ambiente en el cual era más difícil garantizar que
el criminal no pudiera reiterar su crimen». En el párrafo final, Ladaria
precisa que el 28 de junio el propio Francisco aprobó el texto de la carta y
ordenó su publicación, por lo que debe considerarse parte de su Magisterio.
Jesús Bayort y Juan Vicente
Boo
Fuente: ABC