Es como si por mi corazón llagado se fuera
derramando en la vida todo lo que poseo. No guardo porque no puedo
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Esa alma rota que tengo deja caer el agua
que pretendo retener. Yo quiero guardar y no puedo. Guardar
para cuando no tenga. Guardar para beber cuando la sed vuelva.
Pero mi alma rota me enseña que he de
caminar con lo puesto, con lo que puedo llevar. No más, tampoco menos. No
quiero almacenar para cuando no haya. No quiero poseer para cuando no tenga.
Camino con lo que soy. Ni más ni menos.
Eso me enseña a vivir cada día con lo
puesto. Me enseña a no acumular lo innecesario. Soy un acumulador de
pertenencias.
El otro día leí una oración del peregrino
que me conmovió: Y aquí, lejos de mis
bienes, lejos de mi casa, lejos de la seguridad que da el ser alguien entre los
míos, expuesto a la novedad de cada amanecer, viviendo de lleno cada instante
de tu creación, quiero ofrecerte este trocito de libertad. La libertad que descubro
viviendo al día. Gracias por darme a vivir la serenidad de quien sabe que somos
lo que somos ante Dios y no más. No me dejes olvidar que el hombre es lo que es
en el camino, y no más.
No soy más que un puñado de días lanzados
al aire en las manos de Dios. Con el alma rota. Sintiendo que se me escapa la
vida entre los dedos. Noto que el vacío forma parte de mis pasos. Y la levedad
de mis días es algo frágil entre mis manos.
Siento que lo que soy es lo que vivo. Lo
que guardo en mi alma. Lo que se derrama por las grietas de mis heridas.
Despacio, sin que apenas me dé cuenta. No puedo retener todo lo que vivo, lo
que siento, lo que sufro.
Es como si por mi corazón llagado se fuera
derramando en la vida todo lo que poseo. No guardo porque no puedo. No retengo
porque no sé. No puedo calmar la sed de mañana. Sólo la de hoy y sólo por un
tiempo. La inseguridad de mi mañana me perturba.
Y la poca seguridad de todo lo que puedo
llevar conmigo para defenderme en medio de la vida. Es tan poco. Soy tan
pequeño. Estoy tan roto. Me abruma el peso de los años y la fugacidad de mis
días. Soy lo que soy en el camino.
Eso me enseña a vivir con mi presente
cogido entre los dedos. Sin querer acumular pesos que mis pies no pueden
cargar. Mi alma rota siempre tiene sed.
Esa experiencia me recuerda que soy pobre.
Estoy vacío y soy necesitado. Me lleno de ruidos tantas veces para olvidar
quién soy. Lo que de verdad me hace falta para vivir.
Leía el otro día: El
silencio nos permite percibir y escuchar mejor. Abre nuestro espacio interior.
Resulta paradójico que el silencio exterior y la soledad, cuyo objetivo es
facilitar el silencio interior, empiecen por sacar a la luz todo el ruido que
hay en nosotros Ese ruido es una medicina peligrosa e ilusoria, una mentira
diabólica que impide al hombre enfrentase a su vacío interior [2].
En el silencio escucho mis ruidos
interiores. Esos ruidos que siguen queriendo tapar mi vacío, disimular mi
infelicidad, desfigurar mis verdaderos miedos.
Me gusta comprender que sólo en el silencio
del camino de mi vida podré apreciar la verdad de mi alma herida. Estoy solo.
En lo más profundo de mi ser estoy solo. Allí donde más veo las grietas que no
dejan retener el agua. Donde veo la inconsistencia de todos mis esfuerzos.
Y compruebo que es gracia todo lo que viene
de Dios y me hace mejor persona. Aprender a caminar en silencio me permite
apreciar los ruidos que no me dejan escuchar en mi interior lo que mi alma
grita. Sí. Grita con fuerza y yo la veo herida y sufriendo.
Y sé que necesito escuchar más. Callar más.
Andar más por los caminos sin detenerme. En un silencio total en el que pueda
escuchar la voz más callada de mis susurros. No quiero hacer ruido. No quiero
vivir con ruidos. Me calmo por un momento para intentar llegar a lo más hondo.
Nada, imposible. Lleva más tiempo del que
estoy dispuesto a invertir. Sigo siendo un impaciente que lo desea todo ya,
ahora, en este momento.
Quiero apartar de mí todo lo que me pesa y
me llena de ruidos y preocupaciones. No para esconderme egoístamente en mis
deseos. No para querer calmar sólo mi sed mezquina. No.
Sé que si me encuentro con más paz ante mí
mismo en el misterio de mi vida, podré luego caminar con otros, entregar lo que
soy y tengo.
Seré solo eso, un hombre más en medio de
los hombres. Sin más pretensiones. Sin títulos que me representen y dignifiquen.
Sin derechos. Sin tener que justificar el porqué de mis pasos. Soy lo que soy
en el camino.
Desprendido de la apariencia de la vida que
pretende darme una seguridad que no es mía. Aparto de mí los ruidos que me
enloquecen. Me quedo mirando el camino, tranquilo. El sol que me quema. La vida
que discurre lentamente delante de mis pasos.
Callo
unos momentos. Miro dentro de mi alma. Espero paciente.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia