6.9.18

¿POR QUÉ SABER ESPERAR ES TAN DIFÍCIL?

Es como si por mi corazón llagado se fuera derramando en la vida todo lo que poseo. No guardo porque no puedo

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Esa alma rota que tengo deja caer el agua que pretendo retener. Yo quiero guardar y no puedo. Guardar para cuando no tenga. Guardar para beber cuando la sed vuelva.

Pero mi alma rota me enseña que he de caminar con lo puesto, con lo que puedo llevar. No más, tampoco menos. No quiero almacenar para cuando no haya. No quiero poseer para cuando no tenga. Camino con lo que soy. Ni más ni menos.

Eso me enseña a vivir cada día con lo puesto. Me enseña a no acumular lo innecesario. Soy un acumulador de pertenencias.

El otro día leí una oración del peregrino que me conmovió: Y aquí, lejos de mis bienes, lejos de mi casa, lejos de la seguridad que da el ser alguien entre los míos, expuesto a la novedad de cada amanecer, viviendo de lleno cada instante de tu creación, quiero ofrecerte este trocito de libertad. La libertad que descubro viviendo al día. Gracias por darme a vivir la serenidad de quien sabe que somos lo que somos ante Dios y no más. No me dejes olvidar que el hombre es lo que es en el camino, y no más.

No soy más que un puñado de días lanzados al aire en las manos de Dios. Con el alma rota. Sintiendo que se me escapa la vida entre los dedos. Noto que el vacío forma parte de mis pasos. Y la levedad de mis días es algo frágil entre mis manos.

Siento que lo que soy es lo que vivo. Lo que guardo en mi alma. Lo que se derrama por las grietas de mis heridas. Despacio, sin que apenas me dé cuenta. No puedo retener todo lo que vivo, lo que siento, lo que sufro.

Es como si por mi corazón llagado se fuera derramando en la vida todo lo que poseo. No guardo porque no puedo. No retengo porque no sé. No puedo calmar la sed de mañana. Sólo la de hoy y sólo por un tiempo. La inseguridad de mi mañana me perturba.

Y la poca seguridad de todo lo que puedo llevar conmigo para defenderme en medio de la vida. Es tan poco. Soy tan pequeño. Estoy tan roto. Me abruma el peso de los años y la fugacidad de mis días. Soy lo que soy en el camino.

Eso me enseña a vivir con mi presente cogido entre los dedos. Sin querer acumular pesos que mis pies no pueden cargar. Mi alma rota siempre tiene sed.

Esa experiencia me recuerda que soy pobre. Estoy vacío y soy necesitado. Me lleno de ruidos tantas veces para olvidar quién soy. Lo que de verdad me hace falta para vivir.

Leía el otro día: El silencio nos permite percibir y escuchar mejor. Abre nuestro espacio interior. Resulta paradójico que el silencio exterior y la soledad, cuyo objetivo es facilitar el silencio interior, empiecen por sacar a la luz todo el ruido que hay en nosotros Ese ruido es una medicina peligrosa e ilusoria, una mentira diabólica que impide al hombre enfrentase a su vacío interior [2].

En el silencio escucho mis ruidos interiores. Esos ruidos que siguen queriendo tapar mi vacío, disimular mi infelicidad, desfigurar mis verdaderos miedos.

Me gusta comprender que sólo en el silencio del camino de mi vida podré apreciar la verdad de mi alma herida. Estoy solo. En lo más profundo de mi ser estoy solo. Allí donde más veo las grietas que no dejan retener el agua. Donde veo la inconsistencia de todos mis esfuerzos.

Y compruebo que es gracia todo lo que viene de Dios y me hace mejor persona. Aprender a caminar en silencio me permite apreciar los ruidos que no me dejan escuchar en mi interior lo que mi alma grita. Sí. Grita con fuerza y yo la veo herida y sufriendo.

Y sé que necesito escuchar más. Callar más. Andar más por los caminos sin detenerme. En un silencio total en el que pueda escuchar la voz más callada de mis susurros. No quiero hacer ruido. No quiero vivir con ruidos. Me calmo por un momento para intentar llegar a lo más hondo.

Nada, imposible. Lleva más tiempo del que estoy dispuesto a invertir. Sigo siendo un impaciente que lo desea todo ya, ahora, en este momento.

Quiero apartar de mí todo lo que me pesa y me llena de ruidos y preocupaciones. No para esconderme egoístamente en mis deseos. No para querer calmar sólo mi sed mezquina. No.

Sé que si me encuentro con más paz ante mí mismo en el misterio de mi vida, podré luego caminar con otros, entregar lo que soy y tengo.

Seré solo eso, un hombre más en medio de los hombres. Sin más pretensiones. Sin títulos que me representen y dignifiquen. Sin derechos. Sin tener que justificar el porqué de mis pasos. Soy lo que soy en el camino.

Desprendido de la apariencia de la vida que pretende darme una seguridad que no es mía. Aparto de mí los ruidos que me enloquecen. Me quedo mirando el camino, tranquilo. El sol que me quema. La vida que discurre lentamente delante de mis pasos.

Callo unos momentos. Miro dentro de mi alma. Espero paciente.

Carlos Padilla Esteban

Fuente: Aleteia

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