Puedo no dejar enfriar el amor si me empeño en
cuidarlo cada día, de mí depende
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Gran parte del milagro de la unión
matrimonial matrimonio está en el alma de cada uno. Y la otra gran parte, infinita tal vez, que
hace posible el milagro, viene de Dios. Si no fuera por la presencia de Dios
creo que no sería posible llegar a ser una sola carne.
Pero es cierto que en mi
naturaleza existe la posibilidad de cambiar siempre de nuevo. Puedo
ser mejor persona.
Puedo ser más de Dios. Más
humano y flexible. Más misericordioso y generoso. Puede crecer el umbral de mi
tolerancia. Puedo ganar altura y profundidad.
Puedo
seguir amando a quien amé siendo joven si logro ver en el otro una belleza
escondida cada mañana tras las arrugas del tiempo.
Puedo
tener un amor más cálido cada día si no distraigo mi mirada buscando fuera lo
que ya he elegido. Puedo no dejar enfriar el amor si me empeño en cuidarlo cada
día. De mí depende.
Comenta el papa Francisco en
Amoris Laetitia: “Las crisis matrimoniales frecuentemente se
afrontan de un modo superficial y sin la valentía de la paciencia, del diálogo
sincero, del perdón recíproco, de la reconciliación y también del sacrificio”.
Muchos
desencuentros vienen cuando falta un diálogo sincero. No consiste en escuchar mientras hago
otras cosas. Ni tiene que ver con la impaciencia al ver que el otro no acaba de
contarme.
Dialogar es la clave del
entendimiento.
No es tan sencillo perder el
tiempo para ganar el amor. Invertir para que sea profunda la amistad que nos
une. Dejar
de lado aficiones o búsquedas egoístas de mí mismo para compartir la vida con
aquel a quien he elegido y me ha elegido.
No es sencillo en el día a día.
Pero es el único camino.
Y el perdón es una gracia muy
necesaria. Tenemos tanto que perdonar al cónyuge… Por ser como es o por no ser
como yo esperaba. Por no darme tanto como necesito. O por buscar fuera lo que
le ofrezco dentro.
El
perdón depende en parte de la voluntad. Pero es una gracia que le pido a Jesús. Mi corazón se resiste a perdonar
siempre, a confiar siempre de nuevo, a esperarlo todo.
Además el
amor exige renuncia y sacrificio. Y no sé cómo pero se me
ha metido en el alma que no es necesario sufrir. Y tampoco renunciar a todo lo
que deseo. Es posible tocarlo todo, quererlo todo, tenerlo todo. Sólo tengo que
desearlo.
Entonces va disminuyendo mi
capacidad para el sacrificio. Y la renuncia me acaba pareciendo innecesaria.
Esa mirada sobre la vida hace infecundos muchos amores.
¿Por qué cerrarme en una sola
elección para toda la vida cuando la vida es tan larga y hay tantas opciones
posibles?
El
corazón quiere ser libre y no atarse para siempre. Y sobre todo, no quiere sacrificarse y
sufrir por otro. Parece innecesario en esta vida que me invita a disfrutar. Que
me llama al placer y a vivir la vida.
Entonces mi tolerancia de la
frustración es muy escasa. No tolero fracasar y que me vaya mal. Le exijo a
quien amo un amor incondicional que tal vez él no posee. Y abandono la lucha
cuando no lo recibo.
Es difícil acompañar situaciones
de ruptura y comprender que el fracaso puede ser parte de un camino que parecía
para siempre.
Quizás entonces veo el dolor más
hondo. El desengaño más duro. Y me duele el alma al ver tanto sufrimiento.
Las
rupturas dejan muchas heridas.
En los cónyuges, en los hijos. Es importante luchar por evitar que lleguen.
Desde antes de la boda, ya como novios.
Y después acompañar
con la ternura de Jesús a tantas personas que viven hoy el dolor de la ruptura. Acompañarlos
en el nuevo camino que se abre ante sus ojos. Y darles esperanza.
Mostrarles que Jesús sigue ahora de otra forma caminando con ellos.
Es importante pedir por tantas
familias que necesitan la gracia de Dios en el camino. Pedir
también por tantos que han sufrido la ruptura y necesitan más aún la fuerza de
Dios en el camino.
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia