¿Cómo amar al que no me gusta, al que me critica y
juzga, al que simplemente aparece en mi vida exigiendo mi amor? Para el hombre
es imposible, pero no para Dios
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El amor llamado Caritas es un amor que
desciende. Ama abajándose, donándose. El amor que deseo es el de caridad para
mirar así al que Dios pone en mi camino.
Va más allá de la búsqueda de mi propio
bien. Es un amor que casi me parece imposible. ¿Cómo puedo amar a aquel por el que no
siento simpatía? ¿Cómo puedo amar a mis enemigos?
¿Cómo amar al que no me gusta,
al que me critica y juzga, al que simplemente aparece en mi vida exigiendo mi
amor? Para el hombre es imposible. Pero no para Dios.
Me conmueve la conversión de san
Francisco: “Viví durante veinte años como si Cristo no existiese. Por
entonces, me repugnaba y amargaba ver leprosos. Pero Dios mismo me condujo a
ellos, y en el encuentro con ellos despertó mi amor. Se transformó en la
felicidad (dulzura) más íntima para el cuerpo y el alma lo que hasta entonces
me parecía amargura. Poco después, abandoné el mundo burgués”[1].
Francisco no era capaz de amar a
los leprosos. Y veía que Dios los ponía en su camino. Él se alejaba y huía con
miedo. Su presencia le producía repugnancia.
Su
encuentro con Jesús lo hace capaz de un amor que es caridad. Un amor que
desciende para abrazar a aquel al que me cuesta tanto amar.
Es ese el amor que Dios quiere despertar en
mí. Un amor sin límites. Un amor que se abaja. La gran barrera del amor es el orgullo.
Cuando
renuncio a mi amor propio puedo llegar a amar con más libertad. Querer al que
me hace mal. Amar
al que no me gusta ni me agrada. ¿Es posible? ¿No estaré fingiendo?
Santa
Teresita es
conocida por su esfuerzo por amar a aquellas hermanas de comunidad que le
resultaban difíciles: “Trataba de prestarle todos los servicios
que podía; y cuando sentía la tentación de contestarle de manera desagradable,
me limitaba a dirigirle la más encantadora de mis sonrisas”[2].
Una monja que le costaba de
forma especial, le preguntó un día: “Podría decirme, Sor Teresa del Niño Jesús,
¿qué es lo que tanto le atrae en mí? Cada vez que me mira la veo sonreír”[3].
Lo que le atraía era Jesús en su corazón.
Me impresiona esa forma de amar, de mirar, de tratar al prójimo viendo a Jesús en su
alma.
Quisiera mirar yo así a los que
tengo a mi lado. Tratarlos con delicadeza y ternura. Volcarme
en ellos hasta el punto de que ellos puedan percibir el amor de Dios en mí.
Esa actitud de santa Teresita
lograba producir en ella, que lo que antes era desprecio, se acabara
convirtiendo en amor.
No
era fingimiento. Era amor verdadero. Dios lo puede todo. La verdad de sus obras, de sus sonrisas,
de sus gestos de amor, acababa cambiando su propio corazón. Como Francisco al
besar al leproso.
Es lo que yo deseo. Amar con obras, con
gestos, con actos concretos que me cambian a mí por dentro y a aquel que Dios
pone en mi camino.
Si llegara a amar así,
escucharía que Jesús me diría: “No estás lejos del reino de Dios”. El
reino de Dios nace en mí cuando amo. Cuando le pido a Dios
ser capaz de amar con su amor. Es ese amor el que yo más deseo.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






