El
sufrimiento, transfigurado por el amor, en comunión con Cristo se vuelve una de
las expresiones más altas del culto espiritual
Responde Diego Pancaldo, profesor de Teología espiritual en la Facultad teológica de Italia central:
¿Qué
significa concretamente saber ofrecer nuestros sufrimientos a Dios?
Al
encontrarme enfrentando algunas dificultades graves en la familia, oí decir que
el cristiano debe saber ofrecer a Dios sus sufrimientos. Quisiera entender
mejor qué significa exactamente: ¿se trata de aceptar el dolor o es algo más?
Responde Diego Pancaldo, profesor de Teología espiritual en la Facultad teológica de Italia central:
Ofrecer
el sufrimiento personal no puede significar, a la luz de la revelación
cristiana, una aceptación pasiva e inerte del dolor humano.
Cristo,
con sus palabras y sus gestos nos invita a un compromiso activo para
eliminar todo lo que lo provoca.
Ofrecer
el dolor a Dios significa más bien invocar la gracia de participar “en ese
sufrimiento mediante el cual se ha llevado a cabo la redención”, ya que
“llevando a efecto la redención mediante el sufrimiento, Cristo ha
elevado juntamente el sufrimiento humano a nivel de redención”. Así
lo afirma Juan Pablo II en la Salvifici doloris en el número 19.
El
sufrimiento, transfigurado por el amor, en comunión con Cristo se vuelve una de
las expresiones más altas del culto espiritual, del culto según el Logos al
que está llamado el cristiano.
“Les
ruego, pues, hermanos, por la gran ternura de Dios, que le ofrezcan su propia
persona como un sacrificio vivo y santo capaz de agradarle; este culto conviene
a criaturas que tienen juicio”, escribe san Pablo (Rm 12, 1).
Esa
ofrenda es sufrimiento por el Reino de Dios, “pues así completo en mi
carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo para bien de su cuerpo, que es
la Iglesia” (Col 1, 24).
La
redención de Cristo de hecho “permanece constantemente abierta a todo
amor que se expresa en el sufrimiento humano” (Salvifici
doloris n.24).
En
la dimensión del amor, de hecho, observa Juan Pablo II, “la redención ya
realizada plenamente, se realiza, en cierto sentido,
constantemente. Cristo ha obrado la redención completamente y hasta el
final; pero, al mismo tiempo, no la ha cerrado” (Salvifici doloris n.24).
Esta
participación en el dolor salvífico de Cristo “es a su vez algo más que una
mera respuesta abstracta a la pregunta acerca del significado del
sufrimiento” (Salvifici doloris n.26); es más bien una
invitación a seguirlo.
Los
santos dan testimonio con su vida de que esta modalidad de ofrenda, en comunión
con Cristo, basada en el amor de Dios y el prójimo, provoca una verdadera transfiguración
del dolor humano, que, sin embargo, no se anula.
El
mismo Juan Pablo II nos lo mostró con gran claridad en su misma vida.
También
santos muy jóvenes como Chiara Luce Badano, Benedetta Bianchi Porro y Carlo
Acutis; niños santos como Francisco y Jacinta de Fátima o Nennolina, con su
oración de intercesión y sus sufrimientos ofrecidos.
Ellos
son los que nos explican lo que significa ofrecer su dolor a Dios,
revelándonos, como Teresa de Lisieux declara en una carta a su hermana Celina,
que “el canto de nuestro sufrimiento, unido a Su sufrimiento, es lo que
más cautiva Su corazón”.
Toscana
Oggi
Fuente:
Aleteia