Espero no equivocarme al tomar decisiones, pero hay algo más
importante que eso
Tengo con frecuencia la tentación de querer
saber con exactitud todo mi futuro. Como si pudiera controlarlo todo. Deseo
saber lo que va a pasar mañana, pasado mañana.
No suelto las riendas de mi
vida, lo asumo. Digo que sí. Que Dios puede hacer conmigo lo que quiera. Pero temo
tanto el dolor…
Tengo tanto miedo a la
oscuridad, a la noche, a no ver nada, a no ver a Dios, que no me
relajo. No cedo. No me abandono.
Una canción dice así: “Recorriendo
tus huellas he querido encontrar el sentido a las preguntas que hay en mí.
Esperando en la noche he buscado respuestas en mi soledad. Tus silencios,
Señor, me duelen muy dentro. Tú sabes muy bien cómo soy. Háblame, Señor, grita
en mi interior. Llámame, Señor, mándame ir a ti. Si pudiera obedecer cada
insinuación. Si supiera comprender tu voz”.
Quiero saber el sentido de mis
pasos. Quiero tener respuesta a todas mis preguntas. Dios calla.
La Biblia dice: “Sabed
que Él está cerca, a las puertas”. Siento que hay oscuridad y
que no lo sé todo. Tengo miedo a que la luna no me muestre el camino, ni
tampoco las estrellas.
¿Cómo
puedo hacer para asegurar mis pasos? Jesús sólo me pide que confíe. Por eso me gustan esas
palabras: “Jesús está cerca”.
Está más cerca de mí de lo que
yo mismo creo. Está a las puertas de mi vida, esas puertas que guardo cerradas.
Vivo
como si estuviera tan lejos de mí. Quizás porque he apartado de Él lo que creo que a Él no
le interesa. Lo he encadenado a mis oraciones y momentos de oración.
Apartándolo de esta manera de mis momentos lúdicos, de diversión.
He
separado a Dios de mi rutina.
No lo tomo en cuenta en mis decisiones, como si ahí no tuviera nada que decir.
Lo he alejado de mi trabajo, de mis cuentas, de mis planes.
Lo he dejado quieto para que no
me moleste en mis días de paz y sosiego. Cuando estoy tranquilo y no quiero que
altere mis planes. Como si Dios no tuviera nada que decir de tantas cosas.
Pero Él se empeña en decirme que
está cerca.
No quiero saber cuándo va a
venir. No quiero conocer el futuro exacto de mis días presentes. Me afano
tantas veces por controlar ese futuro tan desconocido. ¡Cuánto miedo a vivir mi
presente! Es cierto que no quiero que nada me salga mal en un futuro que
desconozco. Quiero confiar.
La Biblia prosigue: “Entonces
enviará a los ángeles, y reunirá a sus escogidos de los cuatro vientos”. Me
impresiona esa afirmación. Enviará a los ángeles a buscar a los que ha elegido.
¿Me ha elegido a mí? ¿Estoy
entre los que Él busca? Siempre me gusta estar entre los
elegidos. Pensar que Dios ha inscrito mi nombre en el libro de la vida. Sé que
me ha llamado. Me ha mirado. Me ha querido. Pero, ¿tanto como necesito? ¿Es tan
grande su amor?
Quiero creer en su amor de predilección. Me
ha rescatado en
medio de mis debilidades para que sonría y tenga una vida verdadera, plena. Ha
venido como una luz para disipar las sombras en mis noches.
Me gusta pensar en esa luz de
estrella, de luna, de sol, que viene a acabar con mis tinieblas. No para saberlo
todo. No para controlar cada uno de mis pasos. No para inventarme mi vida cada
noche de nuevo. Una vida nueva cada día cuando la del día pasado no me ha
convencido.
No
soy yo el dueño absoluto de mis pasos. Confío más en Él. Viene a buscarme. Viene a darme la vida.
Quiero
que desaparezcan las sombras de mi alma. Que la oscuridad deje paso a la luz de su Palabra. ¿Cómo lo
hago? No lo sé. Tal vez dándome por vencido. Dejando la puerta abierta.
No puedo caminar solo. Quiero
que esté conmigo, que entre en mi vida. Que no se quede a las puertas. Que
entre dentro y traiga una luz que yo no tengo. Que ilumine mis pasos. Que dé
paz a mis miedos.
Está cerca y viene hasta mí para
calmarme, para hacerme suyo.
Y quiere que yo también salga de
mí para llevar luz a otros. ¿Doy luz, siembro esperanza? Quisiera
ser siempre un milagro de confianza en medio de los hombres. A veces es tan
difícil…
Jesús está a las puertas de mi
vida. Yo vivo encerrado. No está rota mi puerta, no la rompe Él. He cerrado mi
puerta para que no entren. Quizás también por miedo a salir.
Pero Jesús respeta tanto mi
libertad que no me presiona. No me fuerza. No insiste. Respeta mis tiempos y
permanece impotente esperando a que yo abra, a que rompa mi puerta.
“Estoy
a la puerta y llamo. Si me llamas entraré”. Escucho su voz. Quiere
quedarse conmigo, compartir mi pan, encender la luz en mi alma.
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






