Los
actos que cambian el mundo no se publican en Instagram
Hoy miro a Jesús que es Rey y lo adoro, y
me conmueve ese poder que viene a salvarme: “El Señor reina, vestido de majestad”.
Jesús reina, pero no como quiere el mundo,
no como quiero yo: “¿Qué has hecho? Respondió Jesús: – Mi
Reino no es de este mundo”.
¿Qué has hecho? Le pregunta
Pilatos. Se pregunta quizás lo que ha podido hacer para que lo quieran matar. O
quiere ver señales inequívocas de su poder: “Aquel día Pilato y Herodes se hicieron
amigos”. Lc 23, 12.
Los dos quieren saber cómo es el
reino de Jesús. Por un lado, temen perder su poder. Por otro, se sienten
seguros.
Ante
Jesús indefenso se sienten superiores. Jesús está en sus manos. No puede defenderse. No tiene
ejército. ¿Hará algún milagro?
¿Qué ha hecho realmente Jesús
para que deseen su muerte? Parece que su reino no es de este mundo.
¿Hay otro mundo?
Si el reino que sueño no es de
este mundo, ¿qué me queda? El mundo es atractivo. Tengo la tentación
de buscar a Jesús en el reino de este mundo. En lo visible. En lo que es digno
de alabanza. En lo que se manifiesta como victorioso. Un
reino poderoso y visible.
El
reino de Jesús crece en lo oculto,
como la semilla que muere bajo la tierra para dar fruto. No puedo ver cómo
crece. No soy capaz de distinguir su fuerza.
Un
reino que no es de este mundo no sirve para este mundo. Y yo quiero reinar aquí
y ahora. La eternidad está lejos,
en otro mundo que no conozco. Y el mundo que conozco y amo es el de aquí.
El reino de Jesús no me parece
como el reino que yo espero. Yo, tal vez como Pilatos y Herodes, espero un
reino de este mundo. Quizás también como los apóstoles que querían sentarse en
los primeros puestos.
Jesús me viene a decir que nace
en mi corazón. En lo oculto de mi vida. No en aquellos actos míos
grandilocuentes, llenos de belleza. No allí donde los demás aplauden a rabiar
al ver mis éxitos. No, ahí no reina Jesús.
Más bien reina
en el silencio de mis gestos de amor. En mis actos ocultos de renuncia que
nadie valora, porque no los conoce. En medio del dolor de mis
fracasos. Allí reina.
Cuando
consigo que reine en mí dejo de lado a los reyes de este mundo. Dejo de buscar
el reconocimiento y el poder.
Es el suyo un reino del amor que
crece en la noche. En la paz de la oscuridad. Oculto a los ojos curiosos.
A veces tiendo a pensar que en
lo oculto sólo sucede el pecado y la infidelidad. Creo que la mentira busca
lugares oscuros para crecer.
Pero no me fijo en el
poder invisible y oculto del bien. Que no es noticia. El
director de la película Francisco: el padre Jorge, el
argentino Beda Docampo Feijóo, comentaba: “Yo no encontré lados oscuros en Bergoglio
y eso fue lo que me sorprendió”.
Corro el peligro de pensar que
todos tienen un lado oscuro. Una sombra. Un pecado inconfesable. Una vida
oculta digna de repudio. Se me olvida mirar más hondo.
Hay
personas que tienen un lado oculto, pero no oscuro, más bien lleno de luz. Sigo creyendo que los
actos que cambian el mundo son los que no se ven. No se publican en Instagram.
No salen en las noticias.
Son renuncias realizadas por
amor. Actos ocultos, silenciosos, callados, que cambian la realidad. Jesús
reina en esos corazones capaces de un amor más grande, más sublime, más puro.
No todo lo oculto es malo. No siempre el bien se expone.
¿Qué has hecho?, pregunta
Pilatos porque no ve nada malo en Él. ¿Dónde estará su pecado, su lado oscuro?
No parece vanidoso. No tiene rabia en el corazón. No arde en Él un rencor lleno
de odio. ¿Qué ha hecho entonces?
Dirán después que pasó haciendo
el bien. Y recogieron algunos de esos actos que fueron visibles. ¡Cuántos
actos ocultos haría Jesús!¡Cuánta luz sembraría con sus actos
silenciosos!
Me gusta su lado oculto. Me
gustaría a mí ser así. Proclamo siempre el bien que hago.
Dejo que se vea, que se sepa. Me gusta que los demás lleven cuenta del bien que
obro.
Decía el papa Francisco: “Para
ser de Jesús, no basta con no hacer nada malo, hay que hacer el bien”.
Muchas personas al confesarse
afirman que no hacen nada malo. Y seguramente es cierto. No matan, no roban, no
hieren. Pero tampoco hacen el bien. Me pregunto si yo caigo en lo mismo.
No
hago el mal. O al menos no tanto mal como podría. Pero dejo de hacer el bien.
No renuncio, no me sacrifico, no amo desde mi pobreza.
Quiero aprender a pasar haciendo
el bien. Eso es lo que quiero hacer. Para eso tengo que encontrarme con Jesús en lo
oculto de mi corazón y dejar que Él reine en mí.
Los pastorcillos de Fátima se
encontraron con “Jesús oculto en el Sagrario”. Un Jesús
silencioso que cambió sus vidas.
Así quiero yo que Jesús reine
oculto en mi alma. Que mi corazón sea su sagrario desde el que
vaya cambiándome.
El
reino comienza en mí cuando digo que sí y me abro a su poder. Cuando renuncio a mi ego y dejo que
Jesús esté en el centro.
Él es el que ha de tener poder
sobre mí. Él es el sol, yo reflejo su luz. Y me ayuda a optar por el bien. A
hacer de mí un instrumento de su amor, de su misericordia.
El poder de lo oculto me
impresiona. El poder del silencio se impone a los gritos de odio.
El poder de una vida derramada sin que nadie aprecie su valor. El poder de la
oración oculta tantas veces despreciada.
El poder de los fracasos que me
educan más que los éxitos. El poder del sí que pronuncio como María en el
sagrario de mi corazón. Y vuelvo a empezar a dar la vida.
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia