Estos compromisos no deben ser
solo un sacrificio, sino una aceptación plena de una vida dedicada a Dios
Jill Copeland Photography |
Cuando hombres y mujeres son aceptados en
una comunidad religiosa, normalmente profesan tres votos básicos de pobreza,
castidad y obediencia (también conocidos como “consejos evangélicos”).
¿Por qué es
así?
El campeón principal de estos votos fue san
Francisco de Asís, que escribió en su Regla: “La
regla y vida de los Hermanos Menores es ésta, a saber, guardar el santo
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio [es
decir, en pobreza] y en castidad. El hermano Francisco promete obediencia y
reverencia al señor papa Honorio y a sus sucesores canónicamente elegidos y a
la Iglesia Romana. Y los otros hermanos estén obligados a obedecer al hermano
Francisco y a sus sucesores”.
Desde
entonces, muchas otras comunidades religiosas lo imitaron y profesan votos
similares.
Una
explicación perfecta para estos votos puede encontrarse en la exhortación
apostólica Vita Consecrata de
san Juan Pablo II:
A los tres discípulos extasiados se
dirige la llamada del Padre a ponerse a la escucha de Cristo, a depositar en Él
toda confianza, a hacer de Él el centro de la vida. En la palabra que viene de
lo alto adquiere nueva profundidad la invitación con la que Jesús mismo, al
inicio de la vida pública, les había llamado a su seguimiento, sacándolos de su
vida ordinaria y acogiéndolos en su intimidad. Precisamente de esta especial
gracia de intimidad surge, en la vida consagrada, la posibilidad y la exigencia
de la entrega total de sí mismo en la profesión de los consejos evangélicos.
Estos, antes que una renuncia, son una específica acogida del
misterio de Cristo, vivida en la Iglesia. (…) En efecto,
mediante la profesión de los consejos evangélicos la persona consagrada no sólo
hace de Cristo el centro de la propia vida, sino que se preocupa de reproducir
en sí mismo, en cuanto es posible, “aquella forma de vida que escogió el Hijo
de Dios al venir al mundo”.
Pobreza
Imitando su pobreza, lo confiesa como
Hijo que todo lo recibe del Padre y todo lo devuelve en el amor (cf. Jn 17, 7.10).
Castidad
Abrazando la virginidad, hace suyo el
amor virginal de Cristo y lo confiesa al mundo como Hijo unigénito, uno con el
Padre (cf. Jn 10, 30; 14, 11).
Obediencia
Adhiriéndose, con el sacrificio de la
propia libertad, al misterio de la obediencia filial, lo confiesa infinitamente
amado y amante, como Aquel que se complace sólo en la voluntad del Padre (cf. Jn 4, 34), al que está perfectamente
unido y del que depende en todo.
Hablando en
términos prácticos, estos tres consejos permiten a un
religioso o religiosa una cierta libertad para seguir a Cristo y proclamarle al
mundo.
Sin ninguna
posesión, un religioso pobre puede recorrer el mundo libremente, sin apego a
ningún deseo mundano, y predicar el Evangelio con su vida.
Al profesar
un voto de castidad, una persona religiosa puede dedicar toda
su atención a Dios, su auténtico “Esposo”. De esta forma, anticipan
el Paraíso, donde ya no hay matrimonio, sino una profunda unión
con Dios y con los demás (cf. Mateo 22,
30).
La
obediencia es un voto que ve la voluntad de Dios en las acciones del superior,
que está llamado a ser un instrumento de la atención providencial de Dios.
Estos
consejos evangélicos son un don precioso para religiosos y religiosas, un
regalo diseñado para acercarles más a Dios y ayudarles a ser auténticos
testigos del Evangelio.
Philip Kosloski
Fuente:
Aleteia