Centro
de Cumplimiento de Menores Las Garzas
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| Papa Francisco © Vatican Media |
“Abran
la venta y miren el horizonte, no se olviden”, ha dicho el Papa a los jóvenes
infractores panameños al despedirse de ellos, en el Centro de Cumplimiento
de Menores Las Garzas de Pacora, el viernes, 25 de enero de 2019.
En
la liturgia penitencial que el Santo Padre ha celebrado con los chicos en la
capilla del centro, un joven ha contado al Papa su historia, se ha leído el
Evangelio y después Francisco ha dado un mensaje de esperanza, sencillo,
directo, mirando a los ojos a los chicos que cumplen condena en este centro
panameño: “Todos tenemos un horizonte. Todos. Yo no lo tengo, puede decir
alguno. Abrí la ventana y lo verás, abrí la ventana y lo vas a encontrar”.
“Todos
somos pecadores. Todos. Todos los que estamos acá. Y si alguno no se siente
pecador, sepa que el Señor no lo va a recibir. Se pierde lo mejor”, les ha
asegurado el Pontífice.
El
Centro de Cumplimiento de Menores Las Garzas, inaugurado en 2012, tiene una
capacidad de 192 reclusos. Está considerado modelo de reinserción integral a
través de aspectos como el educativo, familiar y de salud.
Incluir e integrar
“Una
sociedad se enferma cuando no es capaz de hacer fiesta por la transformación de
sus hijos, una comunidad se enferma cuando vive de la murmuración aplastante,
condenatoria e insensible”, ha advertido.
“Una
sociedad es fecunda cuando logra generar dinámicas capaces de incluir e
integrar, de hacerse cargo y luchar para crear oportunidades y alternativas que
den nuevas posibilidades a sus hijos, cuando se ocupa en crear futuro con
comunidad, educación y trabajo”.
Homilía del Papa Francisco
«Este
recibe a los pecadores y come con ellos» acabamos de escuchar al inicio del
evangelio (Lc15,2). Es lo que murmuraban algunos fariseos y escribas bastante
escandalizados y molestos con el comportamiento de Jesús.
Con
esa expresión pretendían descalificarlo y desvalorizarlo delante de todos, pero
lo único que consiguieron fue señalar una de sus actitudes más comunes y
distintiva: «este recibe a los pecadores y come con ellos». Y todos somos
pecadores. Todos. Todos los que estamos acá. Y si alguno no se siente pecador,
que sepa que el Señor no lo va a recibir. Se pierde lo mejor.
Jesús
no tiene miedo de acercarse a aquellos que, por un sinfín de razones, cargaban
sobre sus espaldas con el odio social como eran los publicanos ―recordemos que
los publicanos se enriquecían en base a saquear a su mismo pueblo; ellos
provocaban mucha pero mucha indignación― o con el peso de sus culpas, errores o
equivocaciones como los así llamados pecadores. Jesús lo hace porque sabe que
en el cielo hay más fiesta por un solo pecador convertido que por noventa y
nueve justos que no necesitan conversión (cf.Lc 15,7).
Mientras
esta gente se limitaba a murmurar o indignarse coartando y cerrando así todo
tipo de cambio, conversión e inserción, Jesús se acerca y se compromete, Jesús
pone en juego su reputación e invita siempre a mirar un horizonte capaz de hacer
nueva la vida y la historia. Todos tenemos un horizonte. Todos. Yo no tengo
horizonte, me decía alguno de vosotros. Abré la ventana y lo verás (…) Dos
miradas bien diferentes que se contraponen. Una mirada estéril e infecunda ―la
de la murmuración y el chisme― y otra que invita a la transformación y
conversión ―la del Señor.
La mirada de la
murmuración y el chisme
Muchos
no toleran y no les gusta esta opción de Jesús, es más, entre dientes al
principio y con gritos al final, manifiestan su disgusto buscando desacreditar
su comportamiento y el de todos aquellos que están con él. No aceptan y
rechazan esta opción de estar cerca y ofrecer nuevas oportunidades. Esta gente
condena de una vez para siempre. Esta gente califica de una vez para siempre.
Con la vida de la gente parece más fácil poner rótulos y etiquetas que congelan
y estigmatizan no solo el pasado sino también el presente y el futuro de las
personas. (…) Hay gente que pone etiquetas (…) Rótulos que, en definitiva, lo
único que logran es dividir: acá están los buenos y allá están los malos; acá
los justos y allá los pecadores. (…) Nos encanta adjetivar a la gente, nos
encanta (…). La cultura del adjetivo, esto Dios no lo acepta.
Esta
actitud contamina todo porque levanta un muro invisible que hace creer que
marginando, separando o aislando se resolverán mágicamente todos los problemas.
Y cuando una sociedad o comunidad se permite esto y lo único que hace es
cuchichear, chismorrear y murmurar, entra en un círculo vicioso de divisiones,
reproches y condenas; curioso esta que no acepta a Jesús así, y se están
condenando entre ellos. Entra en una actitud social de marginación, exclusión y
de una confrontación tal que le hace decir irresponsablemente como Caifás,
mejor que se muera… nosotros queremos vivir tranquilos (…). Y normalmente el
hilo se corta por la parte más fina: la de los pobres y la de los indefensos.
Qué
dolor genera ver cuando una sociedad concentra sus energías más en murmurar e
indignarse que en luchar y luchar para crear oportunidades y transformación.
La mirada de la conversión
En
cambio, todo el evangelio está marcado por esta otra mirada que no es nada más
y nada menos que la que nace del corazón de Dios. Dios nunca te va a echar.
Dios no echa a nadie. Dios te dice: vení, Dios te busca y te abraza. El Señor
quiere hacer fiesta cuando ve a sus hijos que retornan a casa (cf. Lc
15,11-32). Así lo testimonió Jesús manifestando hasta el extremo el amor
misericordioso del Padre. Tenemos Padre, hijitos, tenemos Padre. Me gustó esa
confesión tuya: “Yo tengo Padre”. Un amor que no tiene tiempo para murmurar,
sino que busca romper el círculo de la crítica superflua e indiferente, neutra
e imparcial y asume la complejidad de la vida y de cada situación; un amor que
inaugura una dinámica capaz de ofrecer caminos y oportunidades de integración y
transformación, de sanación y de perdón, caminos de salvación. Comiendo con
publicanos y pecadores, Jesús rompe la lógica que separa, excluye, aísla y
divide falsamente entre “buenos y malos”. Y no lo hace por decreto o con buenas
intenciones, tampoco con voluntarismos o sentimentalismo, lo hace creando
vínculos capaces de posibilitar nuevos procesos; apostando y celebrando cada
paso posible.
Así
rompe también con otra murmuración nada fácil de detectar y que “taladra los
sueños” porque repite como susurro continuo: no vas a poder, no vas a poder. Es
el cuchicheo interior que aparece en quien, habiendo llorado su pecado y
consciente de su error no cree que pueda cambiar. Es cuando se cree interiormente
que el que nació “publicano” tiene que morir “publicano”; y esto no es verdad.
Los
apóstoles traicionaron a Jesús y Jesús los buscó uno a uno (…). Cuidado con la
polilla de “no vas a poder”, mucho cuidado.
Amigos:
Cada uno de nosotros es mucho más que sus rótulos. Así Jesús nos lo enseña e
invita a creer. Su mirada nos desafía a pedir y buscar ayuda para transitar los
caminos de la superación. Hay veces que la murmuración parece ganar, pero no la
crean, no la escuchen. Busquen y escuchen las voces que impulsan a mirar hacia
delante y no las que los tiran abajo. Escuchen las voces que le abren la
ventana y le hacen ver el horizonte. Está lejos… es difícil. Sí, pero vas a
poder. ¡Vas a poder!
La
alegría y la esperanza del cristiano ―de todos nosotros, también del Papa― nace
de haber experimentado alguna vez esta mirada de Dios que nos dice: vos sos
parte de mi familia y no puedo dejarte a la intemperie, no puedo perderte en el
camino, estoy aquí contigo. ¿Aquí? Sí, aquí. Es haber sentido como lo
compartiste vos, Luis, que en aquellos momentos que parecía que todo se había
acabado algo te dijo: ¡No! Todo no ha terminado, porque tenés un propósito
grande que te permite comprender que el Padre Dios estaba y está con todos
nosotros y nos regala personas con las que caminar y ayudarnos a alcanzar
nuevas metas.
Y
así Jesús transforma la murmuración en fiesta y nos dice: “¡Alégrate conmigo!”.
Hermanos:
Ustedes son parte de la familia, ustedes tienen mucho para compartir, ayúdennos
a saber cuál es la mejor manera para estar y acompañar el proceso de
transformación que, como familia, todos necesitamos.
Una
sociedad se enferma cuando no es capaz de hacer fiesta por la transformación de
sus hijos, una comunidad se enferma cuando vive de la murmuración aplastante,
condenatoria e insensible. Una sociedad es fecunda cuando logra generar
dinámicas capaces de incluir e integrar, de hacerse cargo y luchar para crear
oportunidades y alternativas que den nuevas posibilidades a sus hijos, cuando
se ocupa en crear futuro con comunidad, educación y trabajo. Y si bien puede
experimentar la impotencia de no saber el cómo, no se rinde y lo vuelve a
intentar. Todos tenemos que ayudarnos para aprender, en comunidad, a encontrar
estos caminos. Es una alianza que tenemos que animarnos a realizar: ustedes, chicos,
los responsables de la custodia y las autoridades del Centro y del Ministerio,
y sus familias, así como los agentes de Pastoral. Todos, peleen y peleen para
encontrar y buscar los caminos de inserción y transformación. Eso el Señor lo
bendice, sostiene y acompaña.
En
breve continuaremos con la celebración penitencial donde todos podremos
experimentar la mirada del Señor, que no mira un rótulo ni una condena, sino
que mira hijos. Mirada de Dios que desmiente las descalificaciones y nos da la
fuerza para crear esas alianzas necesarias que nos ayudan a todos a desmentir
las murmuraciones, alianzas fraternas que permiten que nuestras vidas sean
siempre una invitación a la alegría de la salvación, a la alergia de tener un
horizonte delante, a la alegría de la fiesta de hijos, vayamos por este camino.
Gracias
Rosa
Die Alcolea
Fuente:
Zenit






