Un casado (por vocación), aunque esté
involucrado plausiblemente en la vida por ejemplo parroquial, se debe a su
familia, ella es su PRIORIDAD

Y así como
alguien inventa algo con un fin u objetivo bien preciso, de la misma manera Dios
tiene un propósito o un fin específico para cada ser humano. Cada persona
es única e irrepetible y creada con una misión propia y exclusiva; por tanto nadie
debe ocupar un lugar que no le corresponde.
Pero como
lastimosamente nadie nace con un manual de instrucciones bajo el brazo para
saber manejar su vida o para ocupar el lugar que le corresponde en el mundo
según la voluntad de Dios y encajar felizmente, se necesita obviamente
discernimiento, oración, conocerse y dejarse conocer.
¿Dónde
encontramos o cómo se expresa esa voluntad divina? Esa voluntad divina se
conoce a través de la vocación que Dios le regala a cada persona o bautizado.
Lo primero que
hay que hacer es preguntarle a Dios qué quiere de cada uno. Y Dios responde de muchas maneras.
Dios muestra lo
que quiere de cada uno ya sea inspirando ideas en el intelecto, poniendo
deseos en el corazón, regalando aptitudes y carismas, y finalmente poniendo
personas sabias que guían en el discernimiento.
Estas aptitudes
y carismas son dones específicos que nos permitirán saber cuál es nuestro
camino a seguir, dones que pueden y deben hacerse fructificar durante la vida;
dones que bien aprovechados promoverán un aumento en la plenitud y en la
alegría de vivir.
Y si le
preguntamos a Dios, Él nos responde revelando su plan. Él sabe lo que más nos
conviene y lo que nos haría verdaderamente felices porque nos ha creado uno
a uno con amor personalizado, Él es el único que nos conoce de verdad.
En cuanto a la
vocación, hay tres niveles: la vocación profesional y la vocación a un estado
de vida. En este orden son los dos niveles inferiores de nuestra gran vocación:
la santidad.
La vocación
profesional está subordinada o integrada, si es el caso, a la vocación como
estado de vida.
Y la vocación a
un estado de vida puede ser concretada a través de uno de los cuatro siguientes
estados: celibato laical para mujeres y hombres que se supone debe ser
casto, matrimonio igualmente para hombres y mujeres, celibato
religioso (con la consecuente castidad bajo voto público) en un instituto
religioso ya sea para hombres ya sea para mujeres y celibato sacerdotal
(con la consecuente castidad) para hombres.
Sea cual sea
nuestra vocación a uno de estos estados de vida, todos tenemos una función
en el plan de Dios. Por eso es importante discernir a qué nos está llamando
Dios. Y para todos, sin excepción, existe la vocación o llamado de Dios a la
felicidad, a la salvación y a la santidad.
Cada uno de
estos estados de vida tiene sus características propias bien definidas, de
manera que cada quien se debe identificar, única y exclusivamente, con uno, y
ser coherente con él.
Es decir, la
vida de un casado no puede tener las mismas características de vida de un
consagrado (sea de vida contemplativa o de vida activa) que vive en
comunidad o en soledad o de un sacerdote y viceversa.
Un casado (por
vocación), aunque esté involucrado plausiblemente en la vida por ejemplo
parroquial, se debe a su familia, ella es su PRIORIDAD y objetivo de vida, su rol se centrará a favor de su familia.
Así mismo un(a)
religioso(a) o un sacerdote (por vocación) debe estar de lleno dedicado(a) a su
misión y ministerio sin obligaciones con una familia (esposo(a) e hijos).
Se sabe también
que así como la caridad empieza por casa, así también la misión empieza por
casa. El casado se tiene que santificar como casado, santificando al
cónyuge y a los hijos; dedicado plenamente a su familia.
Hay muchos
padres y madres de familia que han sido canonizados; recordemos que no hace
muchos días se elevaron al honor de los altares a dos parejas de esposos. Una
de estas parejas son los padres de santa Teresa del Niño Jesús.
¿Cómo vivieron
estos esposos? Eso es lo que cada casado debe hacer. Si hay conflictos en la
vida personal, es que se podría estar en el lugar equivocado.
Ahora, ya se
sabe que “el que mucho abarca poco aprieta”. Es pues necesario
decantarnos por algo, no lo podemos hacer todo y menos por encima de nuestras
capacidades.
El anterior es
un refrán que nos ayuda a entender que debemos dar lo máximo de nosotros en
nuestro propio campo de acción ya que no podemos invadir el campo de acción
de los demás porque aquí comienzan los problemas por exceso o por defecto
en uno u otro sentido.
Con que se haga
bien lo propio es más que suficiente. Es esto lo que Dios ve y pide: que lo
que Él nos ha encomendado lo hagamos bien, aunque a nivel humano pueda parecer
poco o irrelevante; lo que cuenta es la calidad de la misión, no la
cantidad de acciones.
Otra cosa. Hay
un dicho: “Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar”. Es decir cada
bautizado tiene un lugar concreto en el plan de salvación de Dios según su
infinita sabiduría.
Y este lugar
en el mundo hay que identificarlo cuanto antes y prepararnos debida y
dignamente para ocuparlo.
El futuro no se
improvisa, como tampoco podemos incurrir en el acto irresponsable de dejarlo al
azar, porque fuera de causarnos infelicidad podemos perjudicar a terceras personas.
Se dice que la
vida es una obra de teatro que no admite ensayos. La vida es como un puzzle o
un rompecabezas en el que cada persona es como una pieza del mismo, en el que
encaja perfectamente; es decir la vida o el rompecabezas no sería igual si una
pieza del rompecabezas no está en su lugar o está mal colocada.
Cada persona
tiene pues una misión A FAVOR de la humanidad y/o a favor del reino de Dios,
misión que sólo le corresponde a dicha persona realizar.
La misión de
cada uno tiene contenidos específicos e intransferibles, según sean las propias
potencialidades y dones personales. Y la misión de cada uno es una tarea única
y personal aunque tenga algunos rasgos genéricos que se puedan aplicar a
cualquier otra persona.
Tener clara la
misión da valor y brillo a la persona y a todo lo que hace y le enseña a
respetar y a valorar la misión de los demás, de manera que
nadie puede juzgar quién brilla más o qué brillo es más importante.
Cuando la
persona sabe cuánto vale, cuánto le ha costado llegar donde está, aprende a
respetar y a valorar a los otros que también han hecho o hacen su propio
camino.
En la vida no
basta con sobrevivir, hay que tener un sentido y una razón que nos motive a
crecer, buscar, sentir y ser mejor cada día pues la vida tiene un
propósito, un sentido, una razón de ser y de existir.
Cuando se vive
con una misión clara, se experimenta la alegría de vivir, se vive con
entusiasmo, emoción y una energía que parece no acabar.
Es imposible
sentir depresión y culpa cuando uno sabe que lo que hace es lo que tiene que
hacer en el momento y lugar correctos, cuando uno sabe que no hay nada más
importante que hacer o cuando uno está en el lugar donde debe estar y que da
razón y valor a su existencia.
Fuente: Aleteia