El
Papa Francisco definió la vida consagrada como “alabanza que da alegría al
pueblo de Dios, visión profética que revela lo que importa”
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El Papa Francisco en la Misa de ayer. Captura Youtube |
Así
lo expresó en la homilía pronunciada durante la Misa celebrada este sábado 2 de
febrero en la Basílica de San Pedro del Vaticano con motivo de la Fiesta de la
Presentación del Señor y de la XXIII Jornada Mundial de la Vida Consagrada,
celebrada junto a cardenales, obispos y sacerdotes pertenecientes a las
órdenes, congregaciones e institutos religiosos.
En
su homilía, el Papa definió la Fiesta de la Presentación del Señor como la
fiesta del encuentro: “la novedad del Niño se encuentra con la tradición del
templo; la promesa halla su cumplimiento; María y José, jóvenes, encuentran a
Simeón y Ana, ancianos. Todo se encuentra, en definitiva, cuando llega Jesús”.
El
Santo Padre explicó que este acontecimiento “nos enseña, en primer lugar, que
también nosotros estamos llamados a recibir a Jesús que viene a nuestro
encuentro”.
“Al
Dios de la vida hay que encontrarlo cada día de nuestra existencia; no de vez
en cuando, sino todos los días”, subrayó.
En
este sentido, señaló que “seguir a Jesús no es una decisión que se toma de una
vez por todas, es una elección cotidiana. Y al Señor no se le encuentra
virtualmente, sino directamente, descubriéndolo en la vida”.
De
lo contrario, “Jesús se convierte en un hermoso recuerdo del pasado. Pero
cuando lo acogemos como el Señor de la vida, el centro de todo, el corazón
palpitante de todas las cosas, entonces él vive y revive en nosotros”.
“Con
Jesús hallamos el ánimo para seguir adelante y la fuerza para estar firmes. El
encuentro con el Señor es la fuente. Por tanto, es importante volver a las
fuentes: retornar con la memoria a los encuentros decisivos que hemos tenido
con él, reavivar el primer amor, tal vez escribir nuestra historia de amor con
el Señor”.
El
Pontífice invitó a los consagrados a recordar “nuestro encuentro decisivo con
el Señor”, porque así, “nos damos cuenta de que no surgió como un asunto
privado entre Dios y nosotros. No, germinó en el pueblo creyente, en medio de
tantos hermanos y hermanas, en tiempos y lugares precisos”.
Destacó
que la vida consagrada “germina y florece en la Iglesia; si se aísla, se
marchita. Madura cuando los jóvenes y los ancianos caminan juntos, cuando los
jóvenes encuentran las raíces y los ancianos reciben los frutos”.
En
cambio, “se estanca cuando se camina solo, cuando se queda fijo en el pasado o
se precipita hacia adelante para intentar sobrevivir”.
Asimismo,
Francisco reflexionó sobre la llamada, una llamada que es doble, como se
desprende del Evangelio: Una primera llamada según la Ley, y una segunda
llamada según el Espíritu.
El
Papa explicó que cuando José y María acuden al Templo de Jerusalén para
presentar a Jesús, “no van a la fuerza o para realizar un mero cumplimiento
externo; van para responder a la llamada de Dios”, “van al templo para cumplir
lo que la ley prescribe”.
En
cuanto a la llamada según el Espíritu: “Es la de Simeón y Ana. También esta
está resaltada con insistencia: tres veces, refiriéndose a Simeón, se habla del
Espíritu Santo y concluye con la profetisa Ana que, inspirada, alaba a Dios”.
“Dos
jóvenes van presurosos al templo llamados por la Ley; dos ancianos movidos por
el Espíritu. Esta doble llamada, de la Ley y del Espíritu, ¿qué nos enseña para
nuestra vida espiritual y nuestra vida consagrada? Que todos estamos llamados a
una doble obediencia: a la ley –en el sentido de lo que da orden bueno a la
vida–, y al Espíritu, que hace todo nuevo en la vida”.
El
Papa insistió en que “así es como nace el encuentro con el Señor: el Espíritu
revela al Señor, pero para recibirlo es necesaria la constancia fiel de cada
día. Sin una vida ordenada, incluso los carismas más grandes no dan fruto. Por
otro lado, las mejores reglas no son suficientes sin la novedad del Espíritu:
la ley y el Espíritu van juntos”.
“Dios
nos llama a que lo encontremos a través de la fidelidad en las cosas concretas:
oración diaria, la misa, la confesión, una caridad verdadera, la Palabra de
Dios de cada día. Cosas concretas, como en la vida consagrada la obediencia al
Superior y a las Reglas. Si esta ley se practica con amor, el Espíritu viene y
trae la sorpresa de Dios”.
Además,
para explicar mejor en qué consiste la vida consagrada, el Papa recurrió a las
palabras de Simeón al contemplar al Niño en el Templo: “Mis ojos han visto a tu
Salvador”.
“Ve
al Niño y ve la salvación. No ve al Mesías haciendo milagros, sino a un niño
pequeño. No ve nada de extraordinario, sino a Jesús con sus padres, que llevan
al templo dos pichones o dos palomas, es decir, la ofrenda más humilde. Simeón
ve la sencillez de Dios y acoge su presencia. No busca nada más, pide y no
quiere nada más, le basta con ver al Niño y tomarlo en brazos. Le basta Dios
así como es. En él encuentra el sentido último de la vida”.
La
visión de Simeón “es la visión de la vida consagrada, una visión sencilla y
profética, donde al Señor se le tiene ante los ojos y entre las manos, y no se
necesita nada más. La vida es él, la esperanza es él, el futuro es él”.
“La
vida consagrada es esta visión profética en la Iglesia: es mirada que ve a Dios
presente en el mundo, aunque muchos no se den cuenta; es voz que dice: ‘Dios
basta, lo demás pasa’; es alabanza que brota a pesar de todo”.
“Cuando
es así, florece y se convierte en un reclamo para todos contra la mediocridad:
contra el descenso de altitud en la vida espiritual, contra la tentación de
jugar con Dios, contra la adaptación a una vida cómoda y mundana, contra el
lamento, la insatisfacción y el llanto, contra la costumbre del ‘se hace lo que
se puede’ y el ‘siempre se ha hecho así’”.
“La
vida consagrada –concluyó el Papa– no es supervivencia, es vida nueva. Es un
encuentro vivo con el Señor en su pueblo. Es llamada a la obediencia fiel de
cada día y a las sorpresas inéditas del Espíritu. Es visión de lo que importa
abrazar para tener la alegría: Jesús”.
Fuente:
ACI Prensa