El camino no es la uniformidad: el amor ama las
diferencias
En ocasiones veo que me comporto como todos
lo hacen para no desentonar. Es como si no quisiera quedar excluido de un
grupo. No quiero perder la pertenencia. Me asusta la soledad, la exclusión.
En un
experimento hecho en la sala de espera de una consulta se muestra cómo uno se
adapta al comportamiento que ve en el grupo sin cuestionarlo.
Con el sonido
de un bip todos se levantan y vuelven a sentarse inmediatamente. Los que van
llegando a la sala de espera se incorporan al ritual sin rechazarlo. Todos
lo hacen, yo también lo hago.
Se adaptan
por miedo a quedar fuera. Es más fácil formar parte del grupo. Aunque no
entienda las razones del propio comportamiento.
Este
experimento sencillo se puede aplicar a otras facetas de mi vida. Un
niño sin móvil en una clase en las que todos tienen móvil y WhatsApp. Unos
padres que ceden a las presiones de los padres de la clase para dejar hacer a
sus hijos ciertas cosas.
Es más fácil ceder y adaptarme que
mantenerme firme.
Cuando me adapto a lo que todos hacen no me siento solo. Formo parte del grupo.
Pero si no lo hago, siento que la vida sigue sin mí y yo quiero
formar parte de la vida.
Tener la personalidad suficiente
para no seguir patrones de comportamiento establecidos no es tan sencillo.
Corro el
peligro de dejarme llevar por la masa, por lo que todos piensan o creen. Acabo
haciendo lo que no quiero hacer, y pensando lo que no quiero pensar.
No deseo entrar en confrontación con nadie
y por eso me amoldo. Dejo
de pensar por mi cuenta. Dejo de tener ideas originales. Dejo de actuar de
acuerdo con mi forma de ser.
Imito, copio,
me amoldo. Sigo los comportamientos de los otros. No me atrevo a desentonar.
Tengo miedo a la reacción del grupo. No quiero la condena, ni la crítica.
Esto que
parece tan obvio sucede en muchas facetas de mi vida. No quiero que me señalen
como distinto.
Pertenecer a un grupo tiene su coste.
Renuncio a mis ideas propias, a mis formas originales de ver las cosas, a mis actitudes
únicas. Renuncio a ser como yo soy para ser uno más del grupo. Así no me diferencio.
Creo que
siguiendo unas normas mínimas impuestas por el ambiente no desentonaré y seré
aceptado por todos. ¡Cuánto me cuesta diferenciarme de los demás!
En la vida cuesta mucho aceptar la
originalidad de
los otros. Cuesta aceptar las diferencias. Digo que acepto al otro como es,
pero no es así. Muchas veces quiero que sea como yo quiero. Quiero cambiarlo.
Comenta el
padre José Kentenich: “Incluso cuando creemos tener abiertas las
puertas de nuestra alma para permitir la entrada de un tú personal y ser
acogido por él, a veces nos engañamos. Porque en esos casos no
solemos ver al tú en su figura real, sino que nos fabricamos una imagen de
él a
nuestro antojo, una imagen que armonice con nuestro propio yo necesitado. Y
así no amamos al tú con abnegación y con olvido de nosotros mismos, sino que,
en el fondo, nos amamos a nosotros mismos. Medimos al tú con nuestra propia vara y
tratamos de meterlo en la camisa de fuerza de nuestro propio yo; nos
proyectamos en el tú.
No servimos a su ideal personal sino al nuestro. No desarrollamos con espíritu
de servicio su originalidad”[1].
Quiero al otro como yo quiero que sea. Intento meterlo en la camisa de fuerza de
mi proyecto. Quiero que sea como yo soy. O de una forma que me parezca
adecuada.
Me niego a
aceptar su originalidad, sus diferencias y pretendo que renuncie a ellas. Para
poder amarlo tiene que ser como yo deseo.
Para que me amen tengo que responder a esa
expectativa que tienen sobre mí. Tengo que dejar fuera lo que les molesta a los otros. Todo lo
que incomoda, lo que es distinto, lo que desentona.
Dejo de lado
mi forma de vestir, de comportarme, de pensar, de ser. Lo dejo todo fuera, a la
puerta, para adaptarme a las exigencias del amor.
Me piden que
sea distinto si quiero ser amado. Y yo transo, renuncio, me adapto, entrego
mi vida con el fin de conseguir la paz de una convivencia tranquila.
Si hago lo
que esperan de mí me aceptarán en el grupo. Si reacciono como espera de mí la
persona que me ama, seré siempre amado.
Pero si
sigo empeñado en ser fiel a mi originalidad, a mi ideal personal, no tendré
cabida en ese proyecto de amor. Me rechazarán, me dejarán
fuera. No me amarán tanto como deseo.
Ya sea en el
matrimonio, en la familia, en una comunidad. No importa donde. Si no cambio no
soy amado. Si no me adapto a los demás y renuncio a mis formas, no voy a
ser integrado en el grupo.
Tengo la tendencia
a adaptarme. Y tengo la inclinación a exigir a los demás esa adaptación. Eso no
me hace feliz y veo que mi amor no hace felices a los otros.
Cuando no se respeta la originalidad uno no
puede ser feliz.
Cuando no se ve con buenos ojos las formas diferentes. Los hábitos distintos.
Quiero cuidar lo mío, mi originalidad. Si
lo hago seré capaz de aceptar las diferencias de los demás. Mi amor será más abierto y aceptará que el
camino no es la uniformidad.
El amor ama las diferencias. Las integra. El amor verdadero no vive en
confrontación con lo que es diferente. No niega lo original. El amor verdadero lo
acoge todo sin pretender cambiarlo.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia