La Eucaristía es una
fiesta, pero una fiesta del todo particular
Me
llamo Sara y soy ‘librepensadora’ es decir, no tengo una religión en
específico, me gustaría saber, porque me llamó la atención, ¿por qué ustedes
dicen que la misa o ‘eucaristía’ es una fiesta? Cuando yo fui a una misa no me
pareció. Gracias.
Respuesta:
El
Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica enseña que: «La Eucaristía es el
sacrificio del mismo Cuerpo y de la Sangre del Señor Jesús, que Él instituyó
para perpetuar en los siglos, hasta su segunda venida, el sacrificio de la
cruz, confiando así a la Iglesia el memorial de su Muerte y Resurrección. Es
signo de unidad, vínculo de caridad y banquete pascual, en el que se recibe a
Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la vida eterna»
(n. 271).
La
Eucaristía es, pues, una fiesta, pero una fiesta del todo particular. En primer
lugar, porque Jesús la instituyó en el marco de las fiestas pascuales de los
judíos, por las que hacían memoria (celebraban) la liberación de la esclavitud
de Egipto.
Lo
que se festeja son las hazañas de Dios en su Pueblo, las magnalia Dei. La
Pascua se festejaba mediante el sacrificio del Cordero Pascual y una Cena, que
es comunión o participación de dicho sacrificio. En la Santa Misa están también
estos dos aspectos, el de Sacrificio (el mismo de Cristo en la Cruz por el que
nos liberó de la esclavitud del pecado) y el de Banquete, por eso comemos el
Cuerpo de Cristo ofrecido en el altar. De manera que el altar es al mismo
tiempo, ara del sacrificio, y mesa de la Cena Pascual católica.
Seguramente
a Usted no le habrá parecido fiesta, precisamente por el carácter de
sacrificio, que perpetúa la muerte de Cristo, y esto es un muy buen signo de la
adecuada celebración de la Santa Misa, del respeto de su esencia. La liturgia
de la Misa (ya desde los inicios del cristianismo) no se redujo a una imitación
crasa de la Cena del Señor –y, por tanto, a un banquete-, sino que mantuvo la
forma de una comida, pero estilizada de tal modo, que ya no puede hablarse de
una «comida normal», sino sólo «simbólica» (al modo sacramental), permaneciendo
así abierta a un significado más profundo, que es el del mismo Sacrificio de la
Cruz.
Esto se pone de manifiesto en la postura de los fieles, que de estar sentados para la liturgia de la Palabra, se ponen de pie cuando comienza la liturgia de la Eucaristía, «lo cual ciertamente no puede significar el pasaje a una comida normal» (J. RATZINGER, La festa della fede, Jaca Book, Milano 21990, 46). La estilización hace que el pan pueda llamarse «hostia», la mesa transformarse en altar, el dueño de casa (que en las fiestas judías presidía el rito) ahora sea un sacerdote (puesto que se trata de un verdadero y propio sacrificio), los saludos se realicen con fórmulas solemnes, etc.
Esto se pone de manifiesto en la postura de los fieles, que de estar sentados para la liturgia de la Palabra, se ponen de pie cuando comienza la liturgia de la Eucaristía, «lo cual ciertamente no puede significar el pasaje a una comida normal» (J. RATZINGER, La festa della fede, Jaca Book, Milano 21990, 46). La estilización hace que el pan pueda llamarse «hostia», la mesa transformarse en altar, el dueño de casa (que en las fiestas judías presidía el rito) ahora sea un sacerdote (puesto que se trata de un verdadero y propio sacrificio), los saludos se realicen con fórmulas solemnes, etc.
Sin
embargo, al mismo tiempo celebramos la victoria de Cristo, es decir, su
resurrección y su paso (que eso significa ‘pascua’) al Padre. Por eso, para los
cristianos, el Domingo, Día del Señor, día en que resucitó Cristo, es «la
fiesta primordial», y de este Misterio (el misterio pascual) deben nacer entre
nosotros las fiestas, ya que la auténtica fiesta debe nacer del culto, es
decir, en la alabanza tributada al Creador por la bondad de la existencia, ya
que el séptimo día ‘Dios vio que todo era bueno… y descansó (Gn 1, 31; 2, 2-3).
San
Agustín enseña que el culto tiene lugar mediante ‘el ofrecimiento de alabanza y
acción de gracias’ (‘Eucaristía’ quiere decir eso, acción de gracias, o buena
gracia), y siendo el acto principal de culto el sacrificio, se constituye así
en el alma de la fiesta. Los cristianos nos adentramos mediante la Misa en la
fiesta eterna, con la esperanza de ir, como decía San Atanasio, «de fiesta en
fiesta hacia la Fiesta», esto es, de domingo a domingo, primer día de la
semana, día de la Creación de la Luz, día de la nueva creación -resurrección- de
Cristo, Luz del mundo, hacia el Domingo eterno, el octavo día, el día que no
conoce ocaso.
De
la resurrección del Señor y del Domingo, toma también participación toda otra
fiesta, ya que el motivo de la fiesta es la alegría: «Fiesta es alegría y nada
más», decía San Juan Crisóstomo. Pero la alegría supone un fundamento, algo de
qué alegrarse: es la respuesta de un amante a quien ha caído en suerte aquello
que ama. Alguien se alegra porque posee el bien que le es conveniente, o
realmente, o en esperanza, o al menos en la memoria.
Y sólo se alegra verdaderamente el que se alegra en el amor: «Donde se alegra la caridad, allí hay festividad», decía el mismo Crisóstomo. Por eso no hay motivo mayor de alegría que la Resurrección del Señor, porque su triunfo es nuestro triunfo, su victoria es nuestra victoria. Este es el fundamento objetivo por el que la liturgia cristiana es una fiesta, y se diferencia de todo otro culto, y de los «party» mundanos. «La fiesta presupone una autorización a la alegría; esta autorización es válida sólo si está en grado de hacer frente a la respuesta sobre la muerte (…); la resurrección de Cristo da la autorización a la alegría buscada en toda la historia y que ninguno estaba en grado de conferir. Por eso, la liturgia cristiana –Eucaristía- es, por naturaleza, fiesta de la resurrección, Mysterium Paschae» (J. RATZINGER, op. cit., 62-63).
Y sólo se alegra verdaderamente el que se alegra en el amor: «Donde se alegra la caridad, allí hay festividad», decía el mismo Crisóstomo. Por eso no hay motivo mayor de alegría que la Resurrección del Señor, porque su triunfo es nuestro triunfo, su victoria es nuestra victoria. Este es el fundamento objetivo por el que la liturgia cristiana es una fiesta, y se diferencia de todo otro culto, y de los «party» mundanos. «La fiesta presupone una autorización a la alegría; esta autorización es válida sólo si está en grado de hacer frente a la respuesta sobre la muerte (…); la resurrección de Cristo da la autorización a la alegría buscada en toda la historia y que ninguno estaba en grado de conferir. Por eso, la liturgia cristiana –Eucaristía- es, por naturaleza, fiesta de la resurrección, Mysterium Paschae» (J. RATZINGER, op. cit., 62-63).
En
la Misa se muestran los matices de sacrificio (inmolación, muerte,
ofrecimiento) y Resurrección (fiesta, alegría). Son matices; a veces se resalta
más un aspecto, a veces otro, a veces hay un equilibrio. Pero de todos modos,
hay que tener en cuenta que se trata de una fiesta sagrada, y por tanto no es
como una fiesta de cumpleaños o un aniversario, sino que es una fiesta en la
que el festejado es Dios, por la Creación y porque envió a su Hijo Único para
salvarnos (re-creación), y el modo de entrar en unión con Él es a través de los
misterios, es un modo sacramental.
Por
lo tanto, habrá fiesta y alegría, pero mesurada, contenida, o, mejor, sublimada
en el espíritu; no habrá una fiesta en la que se produzca un éxtasis o
exacerbación de los sentidos, al modo dionisíaco, o en el que hay una
alienación del hombre (que busca evadirse en su desesperación por no poder dar
respuesta a la realidad de la muerte), sino que el modo de festejar es «en
espíritu y en verdad», lo que no quita que festejemos también con nuestra
sensibilidad, más aún, el corazón y todos nuestros afectos, y todo nuestro
cuerpo, se espiritualiza y se eleva a Dios, como se dice en la Misa: «sursum
corda», «levantemos el corazón».
A
quien le interese profundizar en el tema, le recomiendo la lectura de dos
libros del Card. Ratzinger, actual Papa Emérito Benedicto XVI: Un canto
nuevo para el Señor. La fe en Jesucristo y la liturgia hoy, y, sobre todo el
arriba citado, La fiesta de la fe. Se puede leer también con mucho
provecho el libro de Joseph Pieper, Sobre una teoría de la fiesta; de
Romano Guardini, Preparación para la celebración de la Santa Misa, y la
estupenda Carta Apostólica de Juan Pablo II, Dies Domini, sobre la
santificación del día domingo.
Por: P. Jon M. de Arza, IVE
Fuente:
TeologoResponde.org