Tres
sacerdotes hablan de la vida, naturaleza y gracia y, aunque el libro
"¡Atrévete a soñar!" se dirige a los jóvenes, no está de más tenerlo
como referente de motivaciones e ilusiones
No
sé a quién se le ocurrió juntar a estos tres curas y pedirles que escribieran,
al alimón, un libro sobre los jóvenes y la vocación. Pero habría que darle un
premio. Porque componer una sinfonía tan atractiva a tres manos no es tarea
fácil.
Los tres curas autores de este
texto, aunque no sepamos qué parte corresponde a cada cual, son tres primeras
espadas del frente apostólico. Conozco bien a dos de ellos, Nicolás Álvarez de
las Asturias y Fulgencio Espa. El primero es, sin lugar a dudas, una mente, un
cerebro, y con eso lo digo todo. Y el segundo es un torbellino, un huracán
apostólico. Y con eso también lo digo todo. Y el que me queda, creo que es
profesor en la Universidad de Navarra, y supongo que no está muy lejos de los
otros, hecho de la misma madera.
Pues bien, ahí les tienes hablando
de jóvenes y de la juventud, ofreciendo un singular coloquio, quizá porque gran
parte de su tiempo pastoral lo dedican a estar con ellos. Lo primero que hay
que hacer es definir términos. Como diría el santo Juan Pablo II, la Juventud
“no es solamente un período de la vida correspondiente a un determinado número
de años, sino que es, a la vez, un tiempo dado por la Providencia a cada
hombre, tiempo que se la ha dado como tarea, durante el cual busca, como el
joven del Evangelio, la respuesta a los interrogantes fundamentales; no solo el
sentido de la vida, sino también un plan concreto para comenzar a construir su
vida”(Cruzando el umbral de la esperanza).
O como escribió Novalis: “¿Qué
distingue a un joven de un viejo? ¿La edad? ¿Las arrugas y las canas? No es
eso: hay personas que con 80 años permanecen jóvenes, y otras que con 20 son ya
ancianos decrépitos. Quizá tenga razón aquel poeta que se preguntaba: ¿Qué es
verdaderamente ser viejo? ¿Y qué es ser joven? Joven, cunado predomina les
futuro; viejo, cuando el pasado prevalece”.
Por lo tanto, estamos ante un libro
que nos habla de la vida, naturaleza y gracia, y que, aunque se dirige a los
jóvenes no está demás tenerlo como referente de motivaciones e ilusiones.
Porque este libro, que puede perfectamente ser utilizado en grupos, recomendado
para la lectura y trabajado en diversos ambientes, al fin y al cabo, es un
canto a la vida. Una vida de sueños, de esos sueños que dice A. D´Avenia “son
la sangre de nuestra vida”.
La clave de este libro son sus
interlocutores, jóvenes reales, no imaginarios, ni ideales. Les habla a los
jóvenes de lo que les pasa a los jóvenes reales, no a los imaginarios. Por
ejemplo, describe cómo tres experiencias están marcando a la juventud de hoy:
la experiencia del cansancio, la experiencia del fracaso con sus efectos
secundarios y la experiencia de la ligereza. Una tríada que se sana por la
experiencia de la aceptación, del perdón y de la grandeza.
Y
ante ese universo vital, llega la propuesta alternativa de otra forma de
vida. Una vida posible, real, que supera los miedos y que responde al
sueño de Dios para cada uno. Por lo tanto, este libro es una invitación a soñar
como Dios sueña. Un sueño que han soñado infinidad de personas a lo largo de la
historia desde que se repite la llamada de Jesús a cada uno. Esa llamada que
oyeron Andrés y Juan, protagonistas también de este libro. Y otros muchos como
Pablo de Tarso, John Henry Newman, la madre Teresa de Calcuta, Edith Stein,
Josemaría Escrivá o Sophie Choll. Este libro, por tanto, nos habla de la
vocación. Y lo hace en el lenguaje y con las claves mentales de los jóvenes
hoy. Es decir, desde su contexto mental e, incluso, con sus formas expresivas.
Hay que agradecer, por tanto, a los
autores que se hayan atrevido a renovar una propuesta que sigue siendo
necesaria y que forma parte de la misión de la Iglesia: la invitación al amor,
que es invitación a la libertad y a la felicidad. Y lo hayan hecho de forma
singular, incluso con una lógica textual y narrativa cercana a las charlas.
Como señala un personaje de
Thornton Wilder, “si el espectáculo de una derrota o de cien derrotas
desalentara al hombre, la civilización no habría avanzado en absoluto”.
Fuente:
ReligionConfidencial






