Estamos
tan acostumbrados a la maravilla de los ojos que a veces podemos olvidar el
valor tan grande que tiene la mirada de una persona
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José Antonio Cobeña |
El
fascinante e inefable misterio de los ojos del hombre ha sido fuente inagotable
de inspiración de muchos artistas. Los científicos continúan descubriendo
mundos desconocidos al estudiarlos. Sin embargo, alguno se preguntará por qué
debemos maravillarnos de la mirada de las personas. ¿Acaso no tienen ojos también
los gatos, los perros, los peces? Ellos también nos miran. Estamos tan
acostumbrados a relacionarnos con el mundo por medio de la vista que a veces
podemos olvidar el valor tan grande que tiene la mirada de una persona.
La mirada del hombre es capaz de contemplar
En la mirada de los hombres encontramos algo que va más allá de recibir ondas
de luz, ordenarlas y formar imágenes. En ella descubrimos una huella de que
hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Podemos recordar aquellas
palabras cuando Dios creó el mundo: “Vio lo que había hecho y era todo bueno”.
La capacidad de contemplar es un don que Dios ha dado únicamente al hombre en
esta tierra. Un animal nos puede ver pero nunca podrá entender nuestra mirada.
Este regalo nos asemeja, aunque de manera lejana, a nuestro Creador.
Sólo el hombre puede mirar y descubrir la belleza en el mundo que nos rodea.
Cuando mira con atención un paisaje, un árbol, una flor encuentra un camino
para levantar su alma como expresión máxima de esa experiencia, comunicar a la
sociedad las vivencias de esta contemplación a través del arte en todos sus
diversos estilos.
La mirada del hombre es capaz de amar
Basta una mirada del ser humano para entender que detrás de aquellos ojos se
esconde algo interior. Esa ventana que nos permite ver el alma es un medio
maravilloso que tenemos para conocer el fondo de la persona. Esto lo hemos
experimentado desde pequeños. El juego de miradas que van de una madre a su
hijo recién nacido no son superficiales. Son necesarias para la intercomunicación
cuando todavía no se pueden usar palabras. Una sola de ellas expresa
sentimientos, demuestra el amor que existe entre ellos.
Cuántos jóvenes enamorados pueden pasar horas en miradas, suspiros... “Ojos que
no ven, corazón que no siente”, dice el refrán popular. Qué hermoso es el
lenguaje de la mirada cuando ésta es cristalina, transparente, diáfana. Busca
siempre relacionarse con la persona amada, transmitir en profundidad sus
sentimientos, sacar del corazón los más inefables afectos.
Podemos aprender de la fuerza de la mirada amorosa de Cristo que, en muchos
casos, fue lo único que movió los corazones de las personas. Había tal fuego de
amor y tal profundidad en su mirada que uno no podía resistir aquel torrente de
caridad.
La mirada del hombre es capaz de
perdonar
Cuando ofendemos a alguien nos cuesta mirarle directamente a los ojos. Ya esto
mismo experimentaron nuestros primeros padres, cuando sabiendo que habían
desobedecido a Dios, se escondieron de su presencia. Tuvieron miedo, su mirada
les delataba, les traicionaba. Y fue la mirada de Dios la que les devolvió la
esperanza de vivir, el perdón, la reconciliación.
Cuántos padres, sabiendo que sus hijos les han fallado, son capaces de leer en
sus miradas si están arrepentidos. Es suficiente para ellos una mirada de
arrepentimiento para perdonarles al instante.
El mundo necesita, con nuestro testimonio, recobrar el valor de la mirada de
las personas. Poder descubrir en ella el dolor y el gozo, el sufrimiento y la
alegría, la búsqueda del sentido de la vida y la esperanza que anhelan los
hombres. Ayudar al hombre a vivir en la tierra, con los ojos puestos en el
cielo.
Fuente:
Virtudes y Valores