Discurso
a la Administración Capitolina
En
el marco de su visita al Capitolio Romano, el Papa Francisco ha expresado
que “Roma, de alguna manera, obliga al poder temporal y al espiritual a
dialogar constantemente, a colaborar establemente en el respeto mutuo”, así
como requiere “ser creativos, tanto en el tejido diario de las buenas
relaciones, como en el tratamiento de los muchos problemas que la gestión de
una herencia tan inmensa necesariamente conlleva”.
El
Pontífice, tras las huellas de Pablo VI, es el cuarto papa en visitar la sede
del Ayuntamiento de Roma. Francisco ha realizado esta visita el martes, 26 de
marzo de 2019, por la mañana, aceptando la invitación de la alcaldesa Virginia
Raggi.
La
joven alcaldesa le ha recibido en la zona de Sixto IV, y tras visitar las salas
del Capitolio y firmar en el libro de Oro, Francisco ha dirigido unas palabras
a las personas que trabajan en la Administración Capitolina, así como los
concejales y autoridades municipales.
La
Iglesia –ha explicado– que está en Roma “quiere ayudar a los romanos a
redescubrir el sentido de pertenencia a una comunidad tan peculiar y, gracias a
la red de sus parroquias, escuelas e instituciones caritativas, así como al
compromiso amplio y encomiable del voluntariado, colabora con los poderes
civiles y con toda la ciudadanía para que esta ciudad mantenga su rostro más
noble, sus sentimientos de amor cristiano y de sentido cívico”.
Roma
“tiene una vocación universal”, es “portadora de una misión y un ideal que
puede cruzar montañas y mares”, y que “puede narrarse a todos, sean cercanos o
lejanos, cualquiera sea su pueblo de pertenencia, su idioma o el color de su
piel”, ha descrito Francisco.
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Discurso del Papa a la
Administración Capitolina
Señora
alcaldesa
Señoras y señores concejales de la Municipalidad de Roma,
Ilustres Autoridades,
Señoras y señores concejales de la Municipalidad de Roma,
Ilustres Autoridades,
Queridos amigos:
Doy
las gracias a la señora alcaldesa por su invitación y por las amables
expresiones que me ha dirigido. Mi saludo cordial se extiende a los ediles, a
los concejales de la Municipalidad, a los representantes del Gobierno, a las
demás autoridades presentes y a toda la ciudadanía romana.
Desde
hace tiempo quería venir al Capitolio para encontraros y agradeceros
personalmente la colaboración brindada por las autoridades de la ciudad a las
de la Santa Sede con motivo del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, así
como durante la celebración de otros eventos eclesiales que, para llevarse a
cabo con orden y éxito, necesitan la disponibilidad y el trabajo
calificado de vosotros, los administradores de esta ciudad, testigos de una
historia milenaria y que, al acoger al cristianismo, se ha convertido a lo
largo de los siglos en el centro del catolicismo.
Roma
es la patria de una concepción original del derecho, basada en la sabiduría
práctica de su pueblo y mediante la cual ha irradiado al mundo con sus
principios e instituciones. Es la Ciudad que ha reconocido el valor y la
belleza de la filosofía, del arte y en general de la cultura de la antigua
Hélade, que la ha aceptado y la ha integrado hasta el punto de que la
civilización que surgió de ella se ha llamado con razón grecorromana. Al mismo
tiempo, por una coincidencia que es difícil no llamar diseño, aquí los santos
apóstoles Pedro y Pablo coronaron su misión con el martirio, y su sangre,
mezclada con la de muchos otros testigos, se convirtió en la semilla de
nuevas generaciones de cristianos que contribuyeron a dar a la Urbe un nuevo
rostro que, no obstante la infinidad de sus vicisitudes históricas, con sus
dramas, luces y sombras, sigue resplandeciendo con la riqueza de sus
monumentos, obras de arte, iglesias y palacios, todo dispuesto de manera
inimitable en las siete colinas, de las cuales esta es la primera.
Roma,
a lo largo de sus casi 2.800 años de historia, ha sabido acoger e integrar a
diferentes poblaciones y personas procedentes de todo el mundo, pertenecientes
a las más variadas categorías sociales y económicas, sin anular sus diferencias
legítimas, sin humillar o aplastar sus respectivas características ni su
identidad. Más bien, ha otorgado a cada uno de ellos un terreno fértil,
ese humus adecuado para obtener lo mejor de cada uno y dar forma, en
diálogo mutuo, a nuevas identidades.
Esta
ciudad ha acogido a estudiantes y peregrinos, turistas, refugiados y migrantes
de todas las regiones de Italia y de muchos países del mundo. Se ha convertido
en polo de atracción y bisagra. Bisagra entre el norte continental y el mundo
mediterráneo, entre las civilizaciones latina y germánica, entre las
prerrogativas y los poderes reservados a los poderes civiles y las propios del
poder espiritual. En efecto, se puede afirmar que, gracias a la fuerza de las
palabras del Evangelio, se ha inaugurado aquí esa distinción providente, -en
respeto mutuo y colaborativo por el bien de todos-, entre la autoridad civil y
la religiosa, que mejor se ajusta a la dignidad de la persona humana y le
ofrece espacios de libertad y participación.
Roma,
pues, se ha convertido en meta y símbolo para todos aquellos que,
reconociéndola como la capital de Italia y el centro del catolicismo, se han
encaminado hacia ella para admirar sus monumentos y huellas del pasado, para
venerar los recuerdos de los mártires, para celebrar las principales fiestas
del año litúrgico y para las grandes peregrinaciones del Jubileo, pero también
para prestar su labor al servicio de las instituciones de la nación italiana o
de la Santa Sede.
Por
eso, Roma, de alguna manera obliga al poder temporal y al espiritual a dialogar
constantemente, a colaborar establemente en el respeto mutuo; y también
requiere ser creativos, tanto en el tejido diario de las buenas relaciones,
como en el tratamiento de los muchos problemas que la gestión de una herencia
tan inmensa necesariamente conlleva.
La
“Ciudad Eterna” es como un enorme crisol de tesoros espirituales,
histórico-artísticos e institucionales, y al mismo tiempo es el lugar donde
viven unos tres millones de personas que trabajan, estudian, rezan, se
encuentran y continúan su historia personal y familiar, y que juntos son el
honor y el esfuerzo de cada administrador, de cualquiera que trabaje por el
bien común de la ciudad. Es un organismo delicado, que necesita cuidados humildes
y asiduos y valor creativo para mantener el orden y la habitabilidad, para que
no se degrade tanto esplendor. Pero al cúmulo de glorias pasadas podemos
agregar la contribución de las nuevas generaciones, su genio específico, sus
iniciativas, sus buenos proyectos.
El
Capitolio, junto con la Cúpula de Miguel Ángel y el Coliseo, -que se pueden ver
desde aquí-, son, de alguna manera, sus emblemas y su síntesis. En efecto,
todos estos vestigios nos dicen que Roma tiene una vocación universal,
portadora de una misión y un ideal que puede cruzar montañas y mares, y que
puede narrarse a todos, sean cercanos o lejanos, cualquiera sea su pueblo de
pertenencia, su idioma o el color de su piel. Como la Sede del Sucesor de San
Pedro, es un punto de referencia espiritual para todo el mundo católico. Por
eso, bien se explica que el Acuerdo entre Italia y la Santa Sede sobre el
Concordato, que celebra este año su 35 aniversario, afirme que «la República
Italiana reconoce el significado particular que Roma, sede episcopal del Sumo Pontífice,
tiene para la catolicidad “(art. 2 § 4).
Esta
peculiar identidad histórica, cultural e institucional de Roma requiere que la
Administración del Capitolio pueda gobernar esta realidad compleja con
herramientas regulatorias apropiadas y una buena dotación de recursos.
Aún
más decisivo, sin embargo, es que Roma se mantenga a la altura de sus tareas y
de su historia, que sepa, incluso en las circunstancias cambiantes de nuestros
días, ser faro de la civilización y maestra de la acogida, que no pierda la
sabiduría que se manifiesta en la capacidad de integrar y hacer que todos se
sientan partícipes de un destino común.
La
Iglesia que está en Roma quiere ayudar a los romanos a redescubrir el sentido
de pertenencia a una comunidad tan peculiar y, gracias a la red de sus
parroquias, escuelas e instituciones caritativas, así como al compromiso amplio
y encomiable del voluntariado, colabora con los poderes civiles y con toda la
ciudadanía para que esta ciudad mantenga su rostro más noble, sus sentimientos
de amor cristiano y de sentido cívico.
Roma
requiere y merece la colaboración activa, sabia y generosa de todos; merece que
tanto los ciudadanos privados como las fuerzas sociales y las instituciones
públicas, la Iglesia Católica y otras comunidades religiosas, se pongan al
servicio del bien de la ciudad y de las personas que aquí viven, especialmente
aquellos que por cualquier razón se encuentren en los márgenes, casi
descartados y olvidados o que experimentan el sufrimiento de la enfermedad, el
abandono o la soledad.
Han
pasado cuarenta y cinco años desde el congreso titulado: “Las responsabilidades
de los cristianos frente a las expectativas de caridad y justicia en la
diócesis de Roma”, más conocido como el congreso “sobre los males de
Roma” que se comprometió a poner en práctica las indicaciones del Concilio
Vaticano II y permitió que se enfrentaran con mayor responsabilidad las
condiciones reales de las periferias urbanas, a las que habían llegado masas de
inmigrantes de otras partes de Italia. Hoy en día, aquellas y otras periferias
han visto la llegada, desde muchos países, de numerosos migrantes que huyen de
las guerras y la pobreza, que buscan reconstruir su existencia en condiciones
de seguridad y de vida digna.
Roma,
ciudad hospitalaria, está llamada a enfrentar este desafío trascendental en el
surco de su noble historia; a utilizar sus energías para acoger e integrar,
para transformar tensiones y problemas en oportunidades de encuentro y
crecimiento. Roma, fertilizada por la sangre de los mártires, sabe cómo obtener
de su cultura, formada por la fe en Cristo, los recursos de creatividad y
caridad necesarios para superar los temores que corren el riesgo de bloquear
las iniciativas y los posibles caminos. Esos recursos podrían lograr que la
ciudad floreciera, hermanar y crear oportunidades para el desarrollo,
tanto cívico y cultural, como económico y social. ¡Roma, ciudad de
puentes, nunca de muros!
¡No
hay que temer la bondad y la caridad! Son creativas y generan una sociedad
pacífica, capaz de multiplicar las fuerzas, de abordar los problemas con
seriedad y con menos ansiedad, con mayor dignidad y respeto para cada uno y de
abrir nuevas oportunidades para el desarrollo.
La
Santa Sede desea colaborar cada vez más y mejor por el bien de la ciudad, al
servicio de todos, especialmente de los más pobres y desfavorecidos, por la
cultura del encuentro y por una ecología integral. Alienta a todas sus
instituciones y estructuras, así como a todas las personas y comunidades de las
que es referente, a comprometerse activamente para dar testimonio de la
eficacia y del atractivo de una fe que se convierte en trabajo, iniciativa y
creatividad al servicio del bien.
Expreso,
pues, mis mejores deseos para que todos se sientan plenamente involucrados
en el logro de este objetivo, para confirmar con la claridad de las ideas y la
fortaleza del testimonio diario las mejores tradiciones de Roma y su misión, y
para que todo ello favorezca un renacimiento moral y espiritual de la Ciudad.
Señora
alcaldesa, queridos amigos, al final de mi intervención, quiero encomendar a
cada uno de vosotros, vuestro trabajo y las buenas intenciones que os animan, a
la protección de María Salus Populi Romani y de los santos patrones
Pedro y Pablo. ¡Servid con concordia a esta amada Ciudad, a la cual el Señor me
ha llamado para llevar a cabo el ministerio episcopal! Sobre cada uno de
vosotros invoco de todo corazón la abundancia de bendiciones divinas y os
aseguro un recuerdo en la oración. Y vosotros rezad por mí, y si alguno de
vosotros no reza, por lo menos que piense bien en mí ¡Muchas gracias!
Rosa
Die Alcolea
©
Librería Editorial Vaticano
Fuente:
Zenit






