Acaba la Cuaresma y empieza la Semana Santa
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| Antoine Mekary | | ALETEIA | I.Media |
Llega el final de la Cuaresma de repente.
Cuarenta días de camino quedan debajo de mis pies. ¿Llego con el corazón
renovado? ¿Con la esperanza dibujada en el alma? ¿Ha aumentado mi fe? Eso
pretendo, eso deseo. Más fe, más paz, más alegría, más vida. Es todo lo que
busco.
Recuerdo las
palabras del papa Francisco al comenzar la Cuaresma:
“El camino hacia la Pascua nos llama
precisamente a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos,
mediante el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda
la riqueza de la gracia del misterio pascual. Cuando
se abandona la ley de Dios, la ley del amor, acaba triunfando la ley del más
fuerte sobre el más débil”.
Me siento
pecador. Necesito una mirada de misericordia. Una fuente en la que saciar mi
sed. Un abrazo en el que calmar mi hambre. Una mano que devuelva la luz a mis
ojos.
Quisiera
tener el rostro renovado al acabar la Cuaresma. Quisiera tener el corazón
converso. ¡Está tan enfermo mi corazón! Tan herido por
los avatares de la vida.
El amor y el desamor. El encuentro y el desencuentro. Es duro el ritmo que
marcan mis pasos. No llego a hacer todo lo que deseo. No alcanzo la meta que
dibujan mis manos.
Quisiera tener el alma más llena de la
presencia de Dios. Tener a Dios muy dentro. Quisiera ser más libre para amar y estar
así más vacío de esclavitudes. Más lleno de amor y esperanza en medio del polvo
de mi camino.
¿Nadie me
condena? Jesús no lo hace. Me mira con misericordia. Y logra así que yo viva
más lleno de alegría y de vida.
Me he
arrepentido tantas veces… He pedido perdón humillado. He recibido la
misericordia en forma de abrazo. Y así llego a las puertas de Jerusalén, en la
semana de la Pascua.
Asomo mis
ojos en el domingo de ramos. Aguardo en la puerta por la que Jesús entra
comenzando así estos días de Semana Santa. La semana más santa del año. Las más
dolorosa, la más llena de vida.
Acaban los
cuarenta días y el corazón desea más tiempo. Necesita más tiempo para poder
cambiar. Sigo siendo débil y superficial.
¿Qué me
sucede que se me olvida lo importante en estos días? Me fijo en lo
intrascendente, en lo que no me da la vida.
Miro a Jesús
que llega a Betania en estos días. Se adentra en el huerto de los olivos.
Vuelve una y otra vez al templo. Allí predica, exhorta, sana.
Y sueña en
medio del temor que invade a los suyos. Siento ese dolor tan humano al previvir lo
que va a suceder en estos días antes de que ocurra.
Tengo el corazón pendiente de cosas poco
importantes. Me fijo
en la superficie de las cosas, en lo aparente.
Vivo con
miedos absurdos que no me dejan amar. Con el corazón no reconciliado con el
mundo, con mis hermanos.
Comienzo el
camino a la cruz que conduce a la vida. El via crucis que será via lucis,
camino de luz. Paso de la muerte a la esperanza. De
la traición a la resurrección. Del abandono a la plenitud.
Se abre ante
mis ojos la puerta inmensa de la Pascua. Pero antes no dejo de mirar cada día
como un nuevo presente. Una oportunidad para dar la vida, para entregarme por
entero.
Jesús me
invita a seguir sus pasos. No quiere que me llene de dolor. Al contrario. Desea
que me convierta y viva. Desea que deje atrás mis temores y egoísmos. Que entre
libre en la Semana Santa. Libre de apegos innecesarios. De desamores que me
llenan de amargura.
Quiere que
entre alegre con el corazón tranquilo. Deseo poder sujetar a Jesús como el
Cireneo. Voy a limpiar su rostro como la Verónica. Voy a poder correr hacia Él
como María para levantar sus pasos heridos.
Él hace
nuevas todas las cosas y yo no lo entiendo. Porque me
cuesta creer en la victoria después de sufrir el fracaso. Y
entender la novedad de un amor crucificado.
Por eso huyo
del sufrimiento como un niño temeroso. Y detesto la muerte de mis sueños cuando
creía poder alcanzarlos. Me abro al presente, a la vida.
Hoy no
comienzo una Semana Santa más en medio de mis días. Es la misma Semana Santa de
entonces que ahora cobra un peso nuevo. La revivo en mi alma, en mi carne.
La revivo y
quiero ser uno esos discípulos con miedo al lado del Maestro. Voy a
Betania, al huerto. Amo a su lado.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia






