Lo que
liberó el cuerpo sin vida de Jesús puede también romper la piedra que cubre tu
corazón, la coraza con la que crees protegerte
Por Amanda Carden/Shutterstock
¿Cómo lograr amar con ese amor crucificado de
Jesús? Miro su amor en la Cruz. Ese amor que me rompe por dentro. Ese amor
clavado en una roca que se hunde en lo profundo de la tierra. La roca partida
por el peso de su amor…
Quiero tocar
su carne inmaculada escondida en la roca. Su sangre vertida que me da una vida nueva. Su
amor me desborda . Es desproporcionado todo lo que recibo. Sólo
puedo mirar su costado abierto y dar gracias.
Me invita a
ir a su encuentro. A adentrarme en la roca hendida. A meterme en sus llagas
abiertas en la cruz.
Lo
miro flagelado en su columna. Lo miro coronado como rey con espinas. Y vislumbro
torpemente la hondura de un amor que es más que humano .
Un amor que
se abaja, que se pone a la altura de mi alma. Un amor que me pide que lo siga.
Me dice que mi vida sólo vale la pena si la entrego . Sólo
merece ser vivida si la doy. No vale si sólo la guardo por temor. Si escondo mi
amor por miedo a perderlo.
¿Cómo es mi
amor al hermano, al enemigo, al herido que sufre? Mi
amor es muy débil. Amo cuando me aman.
Digo que es amor, pero veo que sufro indiferencia. ¿Por
qué amo tan poco? Porque tengo un corazón herido. Duro y egoísta. Pobre y
mendigo. Cerrado .
Mi amor se
busca a sí mismo por los caminos empolvados. Pretende ser amado antes que amar.
Aceptado antes que aceptar. Elogiado antes que elogiar.
Pero ni
siquiera después de recibir se aventura a dar. Me siento insensible. Incapaz de
sufrir. De compadecerme. De abajarme. Construyo una muralla para que no se
acerquen.
Yo no soy así en el fondo. Soy sensible,
soy frágil, soy alma .
Por eso no quiero volverme roca fría. Me da miedo que me vuelvan a hacer daño
cuando siento que he sido herido.
No quiero que
me hieran en mi confianza cuando la entrego. No quiero quedarme frío sin amar
por ese miedo tan profundo que tengo a sufrir. Quiero aprender a amar como
Jesús me ama.
“El
Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el
Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas”.
Quiero amar
con ese amor misericordioso que es clemente y cariñoso con todos. Así es el
amor de Jesús en su vida entre los hombres. La ternura que se hace carne en sus
manos, en sus gestos.
Quiero
pedirle a Jesús que me enseñe a romper mi corazón, la
coraza que me protege . Quiero suplicarle que pueda aprender a
dejarme el alma hecha jirones entre los hombres que me cercan.
Tantas veces
me rodean. Quieren retenerme. Me desangran. Y yo no doy abasto. Y luego
experimento el dolor de la traición. Por un beso. Por un supuesto amigo. Que me
prometió fidelidad y luego olvidó sus promesas.
Quiero amar
con ese amor que es más grande que yo mismo, que mi carne humana. Porque es un
amor que me desborda y hace posible lo imposible en mi vida.
Quiero vivir
el amor resucitado de un Dios que hace morada en medio de mi vida para sacarme
de mi miseria:
“Esta es la morada de Dios con los hombres:
– Acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será
su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni
llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado. Y el que estaba sentado en
el trono dijo: – Todo lo hago nuevo”.
Jesús lo puede hacer todo nuevo en mí
cuando yo abro la puerta de
mi sepulcro para que entre y me dé su vida. Él puede cambiar mi forma de mirar,
de amar, de ser. Puede hacerme misericordioso y fiel.
Me adentro en
su sepulcro vacío. Donde vence la vida sobre la muerte. El amor sobre el odio.
Y tocando la roca fría que me habla de la ausencia de su cuerpo y de la
presencia de su Espíritu , me conmuevo.
Porque el
amor ha vencido al odio. La roca no ha retenido la muerte. El
amor del Padre quebró la roca que quería cubrir su cuerpo para siempre.
El vacío del
santo sepulcro es la semilla de una vida que es eterna. Es la esperanza de los
que creen sin haber visto. Es la luz para los que esperan lo imposible de la
vida.
Quisieron
retener la vida eterna entre rocas. Y el amor fue más fuerte rompiendo la
fortaleza de la piedra.
El amor vence, aunque tantas veces me
parezca que el odio tiene más fuerza. Porque el odio divide, enfrenta, grita,
difama, agrede, insulta. Y la violencia parece gritar con más fuerza que el
corazón pacífico.
El odio me
parece inmenso en comparación con una misericordia casi invisible. Me asusta el
olor de la muerte. El olor del odio en la piel que traspira. El olor de la
traición y de las negaciones.
Quiero que venza en mi vida el amor. Por
encima de mis miedos y condenas .
Quiero perdonar con el amor de Jesús que abraza al ladrón de la última hora.
Ese pobre
hombre que vio a Jesús y creyó, cuando parecía imposible. Usó la ranura que se
abría en aquel cielo tan negro. Y entró por ella. La fe era grande.
Quiero esa fe que abre el cielo . Que empuja la puerta del paraíso. Ese
amor es el único que les da sentido a mis pasos, a mis días.
Si pudiera
tocar el amor de Dios. Si pudiera ser testigo de su fuerza arrasadora. Si
pudiera confiar en que el Señor se sube a la barca de mi vida para hacerme más
dócil y fuerte…
Confío. Me dejo hacer en sus manos heridas.
Me adentro en la piedra que se abre. En el muro que se rompe. Lo necesito.
Quiero
destruir los muros que separan, aíslan y dividen. Los muros del odio y del
rencor. Los muros de la envidia y la rabia.
Lo entrego
todo en la piedra vacía del sepulcro. No está su cuerpo. Jesús vive. Allí
toco su amor pegado a la piel de mis manos que
acarician la piedra ungida .
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia