Dios es
quien nos regala el valor para seguir adelante enfrentando las dificultades
Jesús me deja su paz: “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo
como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”. Una
paz diferente a la que el mundo me da.
Comenta el papa Francisco:
“La paz
de Jesús es un don. No podemos obtenerla con medios humanos.
La paz de Jesús es otra cosa: nos enseña a soportar, a llevar sobre los
hombros la vida, las dificultades, el trabajo, todo; y a tener el valor de
seguir adelante”.
Es la paz que
anhela mi corazón. No quiero que tiemble. No quiero vivir con ansiedad y angustia. Una
paz honda. Una paz que me capacite para enfrentar la vida.
Estoy lejos de esa paz que sueño. Deseo
llegar a vivir con el corazón en calma. Necesito hacer vida lo que dice una canción:
“Soy
Yo, conozco tu vida, con agua pura tu sed saciaré. Soy Yo, te busco a ti. Le
hablaré a tu corazón. Ningún mal te abatirá. A tu Dios no deberás temer. Si Yo
en ti escribo mi ley, a mi corazón te uniré. Y me adorarás en Espíritu y en
verdad”.
Jesús me habla así. Inscribe su ley en mi corazón. Para que no tema. ¿Prefiero
que me amen o me teman? Si no consigo el amor busco que me teman.
Para que se dobleguen a mi querer.
Me siento
seguro de mi criterio. Yo sé lo que está bien y mal. Y tomo decisiones para
conseguirlo. ¿Conciencia mesiánica? Me creo imprescindible. Si yo estoy las
cosas irán bien. Si me ausento fracasarán. No tengo paz.
Dar paz
Quiero que me amen, no que me teman. Quiero
dar paz con mis palabras, con mis actos, con mi presencia. Que mi
vida sea fuente de paz para los que viven en guerra.
Busco la paz
del corazón. La paz profunda. Sólo Dios me da la paz que yo no tengo. Él
puede hacerme vivir en paz en medio de contrariedades,
dificultades, luchas.
Hay tantas luchas a mi alrededor… Rencores
que guarda la memoria y hacen imposible la paz. Vivo en conflicto, en tensión.
Hay ambientes que me tensionan. Lugares en los que no logro ser yo mismo. Me
siento en lucha, en guerra.
Alguien desea
mi mal. O yo deseo el de alguien. No sé cómo, pero la guerra se ha metido en mi alma. Un
frío gélido que me hiela por dentro. Dejo de tener esperanza.
Y Jesús me
pide que no me acobarde, que no tema. Que mi vida está en sus manos y me cuida
como a la niña de sus ojos. Es bonita esa forma de vivir. Lo anhelo con todo mi
corazón. Vivir en paz. Pacificar los corazones que se acerquen. Vivir tranquilo
porque sé que donde me encuentro ahora es precisamente donde debo de estar.
A menudo me falta la paz por pensar que no
estoy haciendo lo que debería hacer. Y sufro. Pienso que lo hago mal y me falta
la paz. Me turbo. Tengo miedo. ¿Qué me quita hoy la paz?
Ser libre
Miro mi corazón turbado e inquieto.
Necesito tener paz. Busco la paz que me da Dios, no quiero la que me
da el mundo. Esa paz del mundo es una paz en tensión. Una
paz conseguida renunciando a algo. Y no quiero esa paz tan frágil que
fácilmente puedo perder.
Necesito paz
para encontrar mi camino, como leía el otro día:
“Mantener
la paz interior para hacer buenos discernimientos porque si se pierde, no se ve
a dónde se va ni qué hacer”[1].
La paz que me ayude a discernir lo correcto, lo que tengo que hacer.
Necesito esa paz que veo en muchos corazones. Sueño con esa libertad
interior que me ayude a discernir sabiamente.
Libertad y paz en el corazón. Confianza al
saber que Jesús va siempre conmigo. Nunca me deja solo. Lo que Jesús resucitado
da a los suyos es la paz. Una paz que el mundo no les pueda arrebatar.
Miro mi
corazón inquieto. Busca por todas partes algo de paz. Un remanso en algún
corazón en el que beber agua fresca. Quiero sumergirme en la oración buscando
esa paz que sólo Dios me da. Ser capaz de contemplar mi vida en presente,
ahora, tal como es.
A menudo
pierdo la paz intentando cambiar todo lo que no me gusta de mi vida. Pretendo
hacerlo yo solo todo nuevo. No lo consigo. Sólo Dios me da su paz.
[1] Jacques Philippe, Si conocieras el don de Dios
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia