Cuánta
división, críticas, condenas, ... No siempre estoy de acuerdo, pero construyo
esa familia que es sagrada y coloco a Jesús en el centro
Alexey Skachkov | Shutterstock |
Jesús vino a formar una sola comunidad en torno a
Él. Una familia. Un solo rebaño, un solo pastor. Esa unidad es la que Dios
quiere. Una
comunidad reunida en oración junto al Señor. Una comunidad de santos enamorados
de Dios.
Jesús me une a mis hermanos. Tengo un solo pastor. Hay una sola
sangre derramada por todos. Espero una única salvación para todos.
Esa unidad es la que deseo mientras a mi
alrededor veo sólo división.
Un solo rebaño es lo que sueño, mientras contemplo tantos rebaños divididos y
enfrentados.
Siguiendo a
un mismo Cristo puedo estar dividido con los que lo siguen de forma diferente.
Enfrentado a los que tienen otras formas de rezar, de evangelizar, de pensar.
Un solo
rebaño es lo que anhelo mientras critico y condeno a los que no se
comportan como yo. Diferentes maneras. Diferentes puntos de
vista.
Y Jesús
quiere ser el único pastor. Dios quiere que sea parte de un solo pueblo como
comenta el papa Francisco en la Exhortación Gaudete y Exultate:
“Nadie
se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae tomando en
cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la
comunidad humana: Dios quiso entrar en una dinámica popular, en la dinámica de
un pueblo”.
Me hago solidario.
Me importa caminar con otros, construir con otros. La fecundidad de
un trabajo hecho en equipo. Me vuelvo solidario. Me importa lo que le sucede al otro.
El padre José
Kentenich siempre hablaba del “Ideal de la nueva comunidad. Y creo yo que
aquí debemos poner especialmente el acento: Estar
en espíritu uno en el otro, con el otro y para el otro. No sólo un superficial estar junto al
otro”[1].
Una unidad profunda. El otro no me hace sombra. No me
quita protagonismo. Porque lo que él construye es un bien para todos. Para el
conjunto. Para mi familia.
¡Con cuánta
facilidad puedo hablar mal de mis hermanos! Hablo más de la cuenta. Condeno y
critico. Y no sólo con otros hermanos, lo puedo hacer fuera.
Comenta el
Padre Kentenich en referencia a una comunidad de sacerdotes:
“Hay
algo en la vida que me produce bastante rechazo y es el caso de comunidades que
le hablan a cualquier extraño sobre los lados oscuros de la comunidad. Naturalmente,
donde hay hombres suceden cosas humanas. Pero no es coherente, y no debería
serlo, que le espetemos arbitraria e inescrupulosamente a cualquiera todas las
cosas desagradables que
vivamos en la comunidad”[2].
No hablar mal
del otro. No comentar lo que me disgusta de mi hermano. ¡Qué
difícil guardar silencio! Una comunidad que aspira a la
santidad. Un hombre nuevo en una nueva comunidad. Donde prevalece el amor y el
respeto. El trato misericordioso. La mirada que enaltece. Una familia de santos
que no se conforman con una vida mediocre.
¿Qué Iglesia
estoy construyendo? Una Iglesia en la que cada hermano habla con respeto del otro. Es
el ideal que mueve mi corazón. Construir una unidad. Una
Iglesia que es familia. Un solo rebaño. Un solo pastor. Estar
unido a mi hermano en el corazón. No camino solo. Voy con
otros con los que formo una unidad sagrada.
Es difícil,
lo sé. Una comunidad que tiene un solo pastor. Eso es lo que me da
identidad. Un pastor que marca el camino. Que me mantiene
unido a mi hermano, porque tengo un mismo padre.
El papa
Francisco es mi pastor. En torno a él permanezco en comunión. No hablo mal de
él cuando no piensa como yo, cuando no se comporta como yo espero.
Me duelen las
críticas que a veces escucho. Me duele que se hable mal del papa
Francisco que es Cristo, que es el Pastor que une a su rebaño. Es
fácil condenar.
Como leía el
otro día: “Las
palabras son como flechas. Una vez lanzadas no hay manera de hacerlas volver”. Las
palabras hieren, dividen, enfrentan.
Las palabras
pueden hacer presente la verdad. O imponer la mentira. Siembran sospechas.
Pueden separar y romper. Son flechas que no puedo controlar una vez lanzadas.
Quiero construir
unidad con mis palabras. Sembrar comunión. Un solo rebaño, no
miles de rebaños. Una comunión en la que no prevalece la diferencia. Una
familia en la que me siento en casa en comunión con mi hermano.
Hay un solo
pastor que es Cristo. El Papa es ese Cristo que me une en la diversidad. Me une
con mi hermano que no siempre piensa como yo.
Pero eso no
es lo importante. Somos un solo rebaño y nos ayudamos a caminar juntos. Ese
espíritu es el que me sostiene. Camino con otros y los respeto. No siempre
estoy de acuerdo. Construyo esa familia que es sagrada y
coloco a Jesús en el centro. Mi pastor.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia