El verdadero significado de la indicación de Jesús de buscar la oveja
perdida
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El pastor
arriesga la vida de noventa y nueve ovejas que están seguras en el redil cuando
sale a buscar una sola oveja perdida. Deja solas a
todas por salvar a una. ¿Tiene sentido?
Quizás
cualquier empresario no justificaría ese riesgo. Es excesivo. Pueden perderse
más ovejas en ausencia del pastor. ¿Para qué arriesgar tanto? Puede venir el
lobo y hacer estragos entre las ovejas atrapadas en el redil.
No lo entiendo.
Es verdad que no comprendo la dinámica de Jesús. La intento explicar, pero no
la comprendo del todo. Dice Jesús:
“¿Qué hombre de
vosotros, si tiene cien ovejas y se le pierde una de ellas, no deja las noventa
y nueve en el desierto y va tras la que se le perdió, hasta que la halla? Y al
encontrarla, la pone sobre sus hombros gozoso”.
Jesús da por
evidente la reacción del pastor. ¿Es tan evidente? Tal vez me he
malacostumbrado a vivir en este mundo utilitarista.
Si una persona
llega a mayor y se hace dependiente, no interesa, mucho gasto, mucha
dedicación. O si viene un niño con problemas, mejor que no nazca, va a exigir
demasiado.
En esa misma
forma de pensar, se justifica dejar que una oveja se pierda si con ello salvo
al resto de las ovejas al vigilarlas. La utilidad. El número. Una
por cien. Merece la pena salvar al resto.
Esa mirada
mezquina es la que llena mi corazón de tristeza. Caigo en ella con frecuencia y
me alejo. Dejo de ser el buen pastor. No pienso en la oveja perdida. Me fijo en
las que están bien y seguras.
No pienso en
los que están lejos, perdidos, solos, sin ayuda, sin medios. Vivo peinando
ovejitas que viven seguras en sus vidas. Con miedo a
salir en busca de pastos mejores.
Miro hoy a
Jesús. Sale a buscar a la oveja perdida. Le importa más que nada en
este mundo. Quiere atraer hacia sí al que está solo, abandonado, triste, perdido.
Y vuelve con él sobre los hombros.
Me gusta mucho
esa imagen. Un pastor cubierto por la oveja que descansa en los hombros del
pastor.
La estola con
la que el sacerdote se reviste para impartir los sacramentos es la oveja
perdida. Siempre me conmueve cuando beso la estola antes de ponérmela. Me
cubre. Y me recuerda para qué he venido.
No me cubre de
dignidad. Me cubre de misericordia. Porque hace falta una mirada
misericordiosa para dejar a las ovejas seguras en el redil y emprender un
camino incierto. El camino de búsqueda.
Voy hacia el
que está perdido. Puedo volver a casa con las manos vacías. O puedo
volver feliz con la oveja cubriendo mis hombros doloridos.
Esa oveja que
ha sufrido y se ha perdido. Esa oveja que ha soñado con amores imposibles y ha
fracasado, ha caído. Esa oveja que ha deseado poseer el infinito en la tierra,
y ha bebido la amarga bebida de la soledad.
Esa oveja que
ha pretendido amores profundos y verdaderos y ha malgastado en amargos sorbos
su gran capacidad de amar. Esa oveja aventurera y ciega que
pretendía poseer el mundo entero y se ha quedado sola en la lucha.
Miro a esa
oveja que tiene nombre. No me quiero acostumbrar a dejar que se aleje.
No me conformo
con recibir como pastor a la puerta de mi redil al que llega. Acogiendo,
abrazando, esperando. Con paciencia y alegría.
Me falta tomar
la iniciativa, salir al encuentro. Quizás
tengo miedo del fracaso. Temo volver con las redes vacías y el desprecio
recibido como respuesta.
Una Iglesia en
salida es una Iglesia accidentada. Forma parte
de la misma vida. Quiero seguir a Jesús por los caminos, aunque duela el alma y
el corazón se resista a abandonar los lugares seguros.
Quiero menos
prudencia y más sed de aventuras. Necesito un corazón más audaz y valiente
capaz de ponerse en camino una y otra vez cada mañana.
Con el deseo de
volver al caer la tarde con mi oveja perdida sobre los hombros. No me
importa fracasar en las redes. Sí me importa fracasar sin echarlas, sin arriesgar
el día, sin salir de mis rutinas y comodidades.
He nacido para
dar la vida. Y mi forma es llevando una estola sobre los
hombros. No me quiero olvidar de mi vocación de pastor herido, de pastor
valiente, de pastor padre. De pastor con olor a oveja como decía el papa
Francisco.
Porque necesito
ponerme a la altura del que se ha alejado de mis normas, de mis exigencias,
de mi lista perfecta de mandatos.
Necesito
recuperar al que ha huido pensando que yo jamás aceptaría su vida como es sin
pretender cambiarla.
Necesito salir
al encuentro del que no me busca, porque no me
necesita, ni requiere mis preceptos.
Quiero ponerme
a la altura de mi oveja perdida. Esa que salió de mi vida buscando pastos
mejores porque, como el hijo pródigo, pensó que sola podría comerse el mundo.
Quiero salir a
buscarla para que no se sienta desesperada en su soledad y en sus
fracasos. Me la colocaré sobre mis hombros con cuidado, estará herida
y cansada.
Y volveré a
casa con ella. Haré una fiesta, como el Padre del hijo pródigo.
Invitaré a todas las demás ovejas que obedecieron y no dejaron el redil por
miedo al lobo.
No quiero que
nadie se quede conmigo por miedo a lo que
desconoce. Quiero que el motivo de lo que hacen, de lo que hago, sea
siempre el amor y no el miedo.
Mi buen Pastor
Jesús también me coge a mí sobre sus hombros. A mí cuando estoy herido y solo.
A mí cuando me alejo queriendo ganar el mundo entero.
Siento a Jesús
que me abraza y sostiene. Me mira conmovido. Me perdona. ¡Qué locura de
misericordia! Ese amor infinito en forma de estola, de oveja sobre los
hombros. Ese amor yo lo quiero.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia