Centros
nacionales de la Iglesia
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Audiencia con los participantes en el Congreso de los Centros Nacionales para las Vocaciones © Vatican Media |
“Debemos
acompañar, guiar y ayudar para que el encuentro con el Señor les haga ver cuál
es el camino en la vida. Los jóvenes son diferentes, son diferentes en todos
los lugares, pero son iguales en la inquietud, en la sed de grandeza, en el
deseo de hacer el bien. Todos son iguales. Hay diversidad e igualdad”.
Con
este mensaje, el Papa quiso remarcar que las personas más mayores deben
comprender la necesidad de los jóvenes de estar siempre “en conexión” y
desprenderse de ideas preconcebidas e imposiciones puramente doctrinales,
especialmente a la hora del discernimiento de la vocación.
Francisco
recibió en la mañana de hoy, 6 de junio, a los participantes en el Congreso de
los Centros nacionales para las Vocaciones de la Iglesia de Europa, celebrado
en Roma del 4 al 7 de junio en la Casa San Juan de Ávila.
Se
trata de un congreso orientado a promover la implementación del Sínodo de los
Obispos dedicado a los jóvenes.
Después
de haber entregado a los presentes el discurso preparado para esa ocasión, el
Santo Padre ha improvisado un breve mensaje “sobre lo que viene de mi corazón”.
Crecimiento por atracción
En
dichas palabras improvisadas Francisco ha aclarado que el trabajo para las
vocaciones y con las vocaciones no deber ser proselitismo, no es “buscar
socios” para el club.
En
contraposición, el Pontífice ha expresado que el crecimiento de las vocaciones
en la Iglesia, en línea con expresado con Benedicto XVI, debe producirse “por
atracción”.
Con
un ejemplo sobre unas religiosas que viajaban a Filipinas con el único fin de
llevar vocaciones a su lugar de origen, el Papa ha subrayado que ese espíritu
proselitista “nos hace daño”.
Diálogo con el Señor
El
Papa Francisco se refirió también a la ayuda que los jóvenes pueden
recibir por parte de otra persona “ya sea como laico, laica, sacerdote o
religiosa”, indicó.
En
este sentido, el Obispo de Roma subrayó que esta ayuda a cada joven consiste en
“asegurar que encuentre el diálogo con el Señor. Que aprenda a preguntarle al
Señor: ‘¿Qué quieres de mí?'”.
En
consecuencia, para ello, el trabajo de los que asisten a la juventud implica
aprender a dialogar con Dios. Así, Francisco ha explicado a los presentes que “si
no dialogáis con el Señor, será bastante difícil enseñar a otros a hablar”.
¡Hay que cansarse!
Por
otra parte, el Pontífice ha reconocido que la labor con los jóvenes,
especialmente para ayudar en el discernimiento de la vocación, requiere mucha
paciencia, capacidad de escucha, “rejuvenecerse”.
“Hoy
los jóvenes están en movimiento, y hay que trabajar con ellos en movimiento, y
tratar de ayudarlos a encontrar la vocación en sus vidas. Eso cansa… ¡Hay que
cansarse! No se puede trabajar por las vocaciones sin cansarse. Es lo que la
vida, la realidad, el Señor, y todos nos piden”, declaró.
Lenguaje de los jóvenes
El
Santo Padre también habló sobre la necesidad de adaptarse al lenguaje de los
jóvenes, para los que el de los adultos a veces suena a “esperanto”.
Igualmente,
señaló que es importante enseñarles que la informática es buena para tener
algún contacto, pero que deben apostar por la verdadera comunicación, por
hablar, lo cual implica un trabajo de “filigrana”.
Islandia
Al
ver a un capuchino de Islandia, el Pontífice ha finalizado sus palabras con una
anécdota sobre el frío en este país. “En el norte de su tierra, hace 40
bajo cero en invierno. Y hubo uno de sus fieles que fue a comprar una nevera, y
le preguntaron: ‘¿Pero por qué vas a comprar la nevera?’ – ‘¡Para calentar a mi
hijo!’”, contó Francisco.
A
continuación presentamos el discurso completo entregado por el Santo Padre.
***
Discurso entregado a los presentes
Queridos
hermanos y hermanas,
Saludo
a todos los que participan en este congreso, que quiere promover la
implementación del Sínodo de los Obispos dedicado a los jóvenes. Os agradezco
el trabajo que lleváis a cabo en vuestros respectivos campos de servicio y
también el esfuerzo por confrontaros y compartir experiencias. Por mi parte, me
gustaría señalar algunas líneas que son particularmente importantes para mí. En
la Exhortación Apostólica Christus Vivit alenté “a crecer en la
santidad y el compromiso con la propia vocación” (No. 3). También os aliento a
vosotros que trabajáis en el llamado “viejo continente”, a creer que “todo lo
que toca Cristo se vuelve joven y se llena de vida” (cf. ibíd., 1).
Las
tres líneas que os indico son: la santidad, como un llamado que da sentido al
camino de toda la vida; la comunión, como “humus” de vocaciones en la Iglesia;
la vocación misma, como palabra clave a preservar, combinándola con las demás:
“felicidad”, “libertad” y “juntos” y finalmente a declinarla como una
consagración especial.
Santidad
El
discurso sobre la vocación siempre nos lleva a pensar en los jóvenes, porque “la
juventud es el momento privilegiado para tomar las decisiones de la vida y para
responder a la llamada de Dios.” (Doc. Final del Sínodo de los Obispos sobre
los Jóvenes,140). Esto es bueno, pero no debemos olvidar que la vocación es un
camino que dura toda la vida. De hecho, la vocación atañe al tiempo de la
juventud por cuanto se refiere a la orientación y la dirección que deben
tomarse en respuesta a la invitación de Dios, y atañe a la vida adulta en
el horizonte de la fecundidad y el discernimiento del bien a realizar.
La
vida está hecha para fructificar en la caridad y esto atañe al llamado a la
santidad que el Señor hace a todos, cada uno a través de su propio camino
(ver Gaudete et exsultate, 10-11). Muy a menudo hemos considerado la
vocación como una aventura individual, creyendo que se trata solo de “mí” y no
en primer lugar de “nosotros”. En realidad, “nadie se salva solo, sino que nos
convertimos en santos juntos” (ver ibíd., 6). “La vida de uno está vinculada a
la vida del otro” (Gen 44.30), y es necesario que cuidemos de esta santidad
común de las personas.
Comunión
La pastoral
solo puede ser sinodal, es decir, conformando un “caminar juntos” (cf. Christus
vivit, 206). Y la sinodalidad es hija de la comunión. Se trata de vivir
más el ser hijos y la fraternidad, de fomentar la estima mutua, de valorar la
riqueza de cada uno, de creer que el Resucitado puede hacer maravillas incluso
a través de las heridas y la fragilidad que forman parte de la historia de
todos. De la comunión de la Iglesia nacerán nuevas vocaciones. A menudo, en
nuestras comunidades, en las familias, en los presbiterios, hemos pensado y
trabajado con lógicas mundanas, que nos han dividido y separado. Esto también
pertenece a algunas características de la cultura actual y la historia política
dolorosa de Europa es una advertencia y un estímulo. Solo reconociéndonos
verdaderamente comunidades (abiertas, vivas, inclusivas) seremos capaces de
futuro. Los jóvenes tienen sed de esto.
Vocación
La
palabra “vocación” no ha caducado. La retomamos en el último Sínodo, durante
todas las fases. Pero su destino sigue siendo el pueblo de Dios, la predicación
y la catequesis, y sobre todo el encuentro personal, que es el primer momento
de la proclamación del Evangelio (véase Evangelii gaudium, 127-129).
Conozco algunas comunidades que han optado por no pronunciar la palabra
“vocación” en sus propuestas para los jóvenes, porque creen que tienen miedo de
ella y no participan en sus actividades. Esta es una estrategia fallida:
eliminar la palabra vocación del vocabulario de la fe significa mutilar el
léxico corriendo el peligro, tarde o temprano, de no entendernos unos a otros.
Necesitamos, en cambio, hombres y mujeres consagrados y apasionados, ardientes
por el encuentro con Dios y transformados en su humanidad, capaces de anunciar
con la vida la felicidad que proviene de su vocación.
Felicidad
Esto
– ser un signo alegre – no es del todo obvio, sin embargo, es el tema más
importante para nuestro tiempo, en el que la “diosa queja” tiene muchos
seguidores y nos contentamos con las alegrías pasajeras. En cambio, la
felicidad es más profunda, persiste incluso cuando la alegría o el entusiasmo
del momento desaparecen, incluso cuando surgen dificultades, dolor, desánimo,
desilusión. La felicidad permanece porque es el mismo Jesús, cuya amistad es
inquebrantable (ver Christus vivit, 154). “En el fondo –decía el Papa
Benedicto XVI- queremos sólo una cosa, la «vida bienaventurada», la vida que
simplemente es vida, simplemente «felicidad»” (Enc. Spe Salvi, 11).
Algunas
experiencias de la pastoral juvenil y vocacional confunden la felicidad que es
Jesús con la alegría emocionante y anuncian la vocación como completamente
luminosa. Esto no es bueno, porque cuando uno entra en contacto con la carne
sufriente de la humanidad, la propia o la de los demás, esta alegría
desaparece. Otros introducen la idea de que discernir la vocación propia o
caminar en la vida espiritual se trata de técnicas, de ejercicios detallados o
de reglas a seguir; en realidad, “la vida que Dios nos ofrece es una invitación
[…] a formar parte de una historia de amor que se entreteje con nuestras
historias” (Christus vivit, 252).
Libertad
Es
cierto que la palabra “vocación” puede dar miedo a los jóvenes, porque a menudo
se la confunde con un proyecto que quita la libertad. Dios, en cambio, sostiene
siempre la libertad de cada persona hasta el fondo (ibíd., 113). Es bueno
recordarlo, especialmente cuando el acompañamiento personal o comunitario
desencadena dinámicas de dependencia o, peor aún, de plagio. Esto es muy grave,
porque impide el crecimiento y la consolidación de la libertad, asfixia la vida
haciéndola infantil. La vocación se reconoce a partir de la realidad,
escuchando la Palabra de Dios y de la historia, escuchando los sueños que
inspiran decisiones, en la maravilla de reconocer, en un momento dado, que lo
que realmente queremos es también lo que Dios quiere de nosotros. Desde el
asombro de este punto de encuentro, la libertad se orienta a una elección
disruptiva de amor y la voluntad hace que crezcan orillas capaces de contener y
canalizar toda la energía vital de una persona hacia una sola dirección.
Juntos
La
vocación, como ya lo hemos mencionado, nunca es solo “mía”. “Los sueños
verdaderos son los sueños de “nosotros “(Vigilia con los jóvenes italianos, 11
de agosto de 2018). Nadie puede hacer una elección de vida solo por sí mismo;
la vocación es siempre para y con los demás. Creo que deberíamos reflexionar
mucho sobre estos “sueños del nosotros” porque se refieren a la vocación de
nuestras comunidades de vida consagrada, nuestros presbíteros, nuestras
parroquias, nuestros grupos eclesiales. El Señor nunca llama solo como
individuos, sino siempre dentro de una fraternidad para compartir su proyecto
de amor, que es plural desde el principio porque él mismo es Trinidad
misericordiosa. Creo que es muy fecundo pensar en la vocación desde esta
perspectiva. Primero porque ofrece una visión misionera compartida, luego
porque renueva la conciencia de que en la Iglesia nada se hace solos; de que
estamos dentro de una larga historia orientada hacia un futuro que es la
participación de todos. La pastoral vocacional no puede ser tarea de solo
algunos líderes, sino de la comunidad: “toda pastoral es vocacional, toda formación
es vocacional y toda espiritualidad es vocacional” (Christus vivit, 254).
Vocaciones a una
consagración especial.
“Si
partimos de la convicción de que el Espíritu sigue suscitando vocaciones al
sacerdocio y a la vida consagrada, podemos “volver a echar las redes “en nombre
del Señor, con plena confianza” (ibíd., 274). Quiero reiterar firmemente esta
certeza mía animándoos a usar todavía más energía para iniciar procesos y
ampliar espacios de fraternidad que fascinen (ver ibíd., 38) porque viven del
Evangelio.
Estoy pensando en las muchas comunidades de vida consagrada que operan capilarmente en la caridad y en la misión. Pienso en la vida monástica, en la que hunde sus raíces Europa y que todavía es capaz de atraer muchas vocaciones, especialmente entre las mujeres: hay que custodiarla conservarla, valorarla y ayudarla a expresarse por lo que realmente es, una escuela de oración y comunión. Pienso en las parroquias, enraizadas en el territorio y en su fuerza para evangelizar en esta época. Pienso en el esfuerzo sincero de innumerables sacerdotes, diáconos, consagrados, consagradas y obispos “que cada día se entregan con honestidad y dedicación al servicio de los jóvenes. Su obra es un gran bosque que crece sin hacer ruido “(ibíd., 99).
No
tengáis miedo de aceptar el desafío de anunciar nuevamente la vocación a la
vida consagrada y al ministerio ordenado. ¡La Iglesia lo necesita! Y cuando los
jóvenes se encuentran con hombres y mujeres consagrados y creíbles, no porque
sean perfectos, sino porque están marcados por el encuentro con el Señor, saben
cómo probar una vida diferente y preguntarse acerca de su vocación. “La Iglesia
atrae la atención de los jóvenes al estar enraizada en Jesucristo. Cristo es la
Verdad que hace a la Iglesia diferente de cualquier otro grupo mundano con el
que nos podemos identificar. “(Documento Pre-sinodal de los jóvenes, 11).
Hoy
la vida de todos está fragmentada y, a veces, herida; la de la Iglesia no lo
está menos. Estar enraizado en Cristo es el gran camino para dejar que su obra
nos recomponga. Acompañar y formar la vocación es consentir en la obra
artesanal de Cristo, que vino para traer el alegre anuncio a los pobres, para
vendar las heridas de los corazones rotos, para proclamar la libertad de los
esclavos y la vista de los ciegos (véase Lucas 4:18) ¡Valor, pues!
¡Cristo nos quiere vivos!.
Larissa I. López
Fuente:
Zenit