La vida de los primeros cristianos
![]() |
| Audiencia General, 26 de junio 2019 © Vatican Media |
Para el Papa
Francisco, las cuatro actitudes, “las cuatro huellas de un buen cristiano”, son
las prácticas que realizaban las primeras comunidades de creyentes: escuchar
asiduamente la enseñanza apostólica; establecer unas relaciones interpersonales
de gran calidad, también por medio de la “comunión de bienes espirituales y
materiales”; rememorar al Señor a través de la Eucaristía; y dialogar con Dios
en la oración.
Hoy, miércoles
26 de junio de 2019, el Santo Padre ha continuado con la serie de catequesis
sobre el Libro de los Hechos de los Apóstoles, centrándose en el tema “Acudían
asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del
pan y a las oraciones. La vida de la comunidad primitiva entre el amor de Dios
y el amor por los hermanos” (Hechos de los Apóstoles 2, 42.
44-45).
La audiencia
general ha tenido lugar esta mañana en la plaza de San Pedro. No obstante,
antes de acudir a la plaza, el Papa ha saludado a los enfermos que,
a causa del calor, participaban en la misma desde el Aula Pablo VI.
Esta ha sido la
última audiencia general antes del descanso estival. Las audiencias generales
de los miércoles se suspenden durante todo el mes de julio y se reanudarán en
el mes de agosto.
El fruto de
Pentecostés
En primer
lugar, durante la catequesis, el Pontífice ha destacado que el fruto de
Pentecostés, de la venida del Espíritu Santo, fue que cerca de tres mil
personas se bautizaran para adherirse a Cristo, pasando a formar parte de la
comunidad cristiana, “esa fraternidad que es el hábitat de los creyentes y el
fermento eclesial de la obra de evangelización”.
Después,
Francisco se ha referido a cómo Lucas muestra a la Iglesia de Jerusalén como
“el paradigma de cada comunidad cristiana” y como un “icono de fraternidad” que
no conviene minimizar. En los Hechos de los Apóstoles se describe que los
primeros cristianos se reúnen “como familia de Dios, espacio
de koinonia, es decir, de la comunión de amor entre hermanos y
hermanas en Cristo”.
El Obispo de
Roma ha subrayado también que en el alma del cristiano no hay sitio para el
egoísmo y ha propuesto el ejemplo de unidad de la comunidad primitiva que
define los Hechos, en la que todos vivían juntos “cercanos, preocupados unos de
otros, no para chismorrear del otro, no, para ayudar, para acercarse”.
La fraternidad
Según el Papa
Francisco, la gracia del Bautismo revela, en consecuencia, un vínculo
intrínseco entre los hermanos que “están llamados a compartir, a
identificarse con los demás y a dar ‘según la necesidad de cada uno’ (Hechos
2:45), es decir, la generosidad, la limosna, el preocuparse por el otro,
visitar a los enfermos, ir a ver a quienes pasan necesidades, a los que
necesitan consuelo”.
Y añadió que
“esta fraternidad porque elige el camino de la comunión y de la atención a los
necesitados, esta fraternidad que es la Iglesia puede vivir una vida
litúrgica verdadera y auténtica”.
Finalmente, el
Santo Padre explicó que en los Hechos de los Apóstoles, el Señor garantiza el
crecimiento de la comunidad: “la perseverancia de los creyentes en la alianza
genuina con Dios y con los hermanos se convierte en una fuerza atractiva que
fascina y conquista a muchos (ver Evangelii gaudium, 14), un
principio gracias al cual vive la comunidad creyente de cada época”.
***
Catequesis del
Santo Padre
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El fruto de
Pentecostés, la poderosa efusión del Espíritu de Dios sobre la primera
comunidad cristiana, fue que muchas personas sintieron sus corazones
traspasados por el feliz anuncio – el kerigma- de la salvación en Cristo y se adhirieron a Él libremente, convirtiéndose,
recibiendo el bautismo en su nombre y recibiendo a su vez el don del Espíritu Santo. Cerca de tres mil personas entran a formar parte de esa
fraternidad que es el hábitat de los creyentes y el fermento eclesial de la
obra de evangelización. El calor de la fe de estos hermanos y hermanas en
Cristo hace de sus vidas el escenario de la obra de Dios que
se manifiesta con prodigios y señales por medio de los apóstoles. Lo
extraordinario se vuelve ordinario y la vida cotidiana se convierte en
el espacio de la manifestación del Cristo viviente.
El evangelista
Lucas nos lo cuenta mostrándonos a la iglesia de Jerusalén como el
paradigma de cada comunidad cristiana, como el icono de una fraternidad que
fascina y que no debe convertirse en mito pero tampoco hay que minimizar.
El relato de los Hechos deja que miremos entre las paredes de la domus donde
los primeros cristianos se reúnen como familia de Dios, espacio
de koinonia, es decir, de la comunión de amor entre hermanos y
hermanas en Cristo. Vemos que viven de una manera precisa: “acudiendo a
la enseñanza de los apóstoles y a la comunión, a la fracción del pan y al as
oraciones” (Hechos 2:42). Los cristianos escuchan asiduamente el didaché o
la enseñanza apostólica; practican unas relaciones interpersonales de gran
calidad también a través de la comunión de bienes espirituales y materiales;
recuerdan al Señor a través de la “fracción del pan“, es decir, de la
Eucaristía, y dialogan con Dios en la oración. Estas son las
actitudes del cristiano, las cuatro huellas de un buen cristiano.
A diferencia de
la sociedad humana, donde se tiende a hacer los propios intereses, independientemente
o incluso a expensas de los otros, la comunidad de creyentes ahuyenta el
individualismo para fomentar el compartir y la solidaridad. No hay lugar
para el egoísmo en el alma de un cristiano: si tu corazón es egoísta, no eres
cristiano, eres mundano, que busca solo tu favor, tu beneficio. Y Lucas nos
dice que los creyentes están juntos (ver Hechos 2:44), La
cercanía y la unidad son el estilo de los creyentes: cercanos, preocupados unos
de otros, no para chismorrear del otro, no, para ayudar, para acercarse.
La gracia del
bautismo revela, por lo tanto, el vínculo íntimo entre los hermanos en
Cristo que están llamados a compartir, a identificarse con los
demás y a dar “según la necesidad de cada uno” (Hechos 2:45), es decir, la
generosidad, la limosna, el preocuparse por el otro, visitar a los enfermos, ir
a ver a quienes pasan necesidades, a los que necesitan consuelo.
Y precisamente
esta fraternidad porque elige el camino de la comunión y de la atención a
los necesitados, esta fraternidad que es la Iglesia puede vivir una vida
litúrgica verdadera y auténtica: “Acudían al Templo todos los días con
perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban
el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban
de la simpatía de todo el pueblo”. Hechos 2,46-47).
Por último, el
relato de los Hechos nos recuerda que el Señor garantiza el
crecimiento de la comunidad (vea 2:47): la perseverancia de los creyentes en la
alianza genuina con Dios y con los hermanos se convierte en una fuerza
atractiva que fascina y conquista a muchos (ver Evangelii gaudium,
14), un principio gracias al cual vive la comunidad creyente de cada época.
Pidamos al
Espíritu Santo que haga de nuestras comunidades lugares donde recibir y
practicar la nueva vida, las obras de solidaridad y de comunión, lugares donde
las liturgias sean un encuentro con Dios, que se convierte en comunión con los
hermanos y las hermanas, lugares que sean puertas abiertas a la Jerusalén
celestial.
© Librería
Editorial Vaticana
Larissa
I. Lopez
Fuente:
Zenit






