¿Necesitas
aprender a confiar en los planes que no comprendo? El Espíritu Santo te hace
capaz
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fot. archiwum prywatne |
En la vida suelo tener miedo. Me da miedo el mar y me
llena de dudas la incertidumbre. Me asusta el peligro de la muerte. La
posibilidad de ver fracasar mis sueños. Me quita la paz el futuro incierto.
Pero la paz acaba con el miedo. La alegría
suprime la tristeza del alma. Viene el Espíritu Santo sobre mí para sanar mi
alma. Para pacificar mis miedos. Para calmar mis ansias. Viene a llenarme con
su fuego.
Necesito un corazón pacificado y
confiado. Necesito
aprender a confiar en los planes que no comprendo. En los
vientos que soplan dentro de mi alma. En las nubes que cubren el sol delante de
mis ojos. Jesús me mira al darme su Espíritu y me llena de paz:
“Y los discípulos se llenaron de alegría al
ver al Señor. Jesús repitió: – Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así
también os envío Yo. Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
Recibid el Espíritu Santo”.
Su Espíritu me llena de paz y de alegría. El Espíritu sopla donde quiere y arrasa
con mis resistencias y puertas cerradas. El Espíritu desbloquea los muros que
he construido para impedir que Dios irrumpa. Y lo hace. Llegan la calma y la
alegría. El alma descansa mirando un mar inmenso. El mundo parece no tener fin.
Dejo de pensar en pequeño y pienso en
grande. Dejo de calcular mis días, mis horas, mis plazos, mi entrega. Dejo de
contar lo que doy llevando cuentas del bien que hago. Dejo de ser tan mezquino.
El Espíritu ensancha mi alma estrecha. Me
hace generoso venciendo mis egoísmos. Me hace misionero venciendo mis
comodidades.
Quiero un Espíritu que me saque de mis
estrecheces. El corazón se alegra con una vida nueva. Necesito ese Espíritu que me haga pensar
más en los demás y no tanto en mí mismo. Dejar de mirar mi
problema para apreciar mejor las dificultades de otras vidas.
Vivo encerrado en mí mismo. Busco mi
comodidad. Mi propia cárcel. Veo
mi cenáculo con las puertas cerradas. Protegido y cómodo. En oración. Pero con
temor a que irrumpa el Espíritu y lo cambie todo. Con
miedo a romper rutinas y seguridades.
Imploro el Espíritu que me haga navegar mar
adentro y no al borde de mi playa.
El corazón teme
los cambios y los anhela al mismo tiempo. Quiero la alegría del Espíritu que
borre toda nostalgia, toda melancolía.
Quiero implorar
el Espíritu en mi oración de alabanza, en mis cantos, agradeciendo a Dios por
la vida que tengo que es un don inmenso.
Imploro que el
Espíritu me dé la flexibilidad que tantas veces me falta. Me quite la tristeza
de los ojos. Y llene mi alma de alegría:
“Ven, dulce
huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los
duelos”.
Le pido que
venga a mí para cambiarme por dentro. Que transforme mi corazón de piedra en un
corazón de carne. Necesito esa alegría y esa pasión por la vida.
Quiero que me
haga de nuevo para ser capaz de soñar con las alturas y no conformarme con
mediocridades. Esa alegría que no me puede quitar el mundo porque me la da Dios
para que quede en mí como algo permanente. No lo dudo. Sueño con las
alturas.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia