Teológica o filosóficamente hablando no es algo factible, veamos el porqué
Hace
días pasó en mi ciudad en Monterrey Nuevo León, que a una mujer joven durante
un rito satánico que hacían en su casa, le pidieron que ofreciera a su hijo, un
pequeño de 3 años, y sin piedad lo quemó vivo dentro de su casa. ¿Qué dice la
Iglesia sobre estas almas que por otras son ofrecidas al demonio? Era un niño,
creo yo que a su edad aún no conocía el pecado, ¿qué pasa con él entonces? ¿Se
condena o entra en la justicia divina y confiamos esté en la casa de Dios?
¿Podemos hacer algo por esas almas?
La
tragedia de Fausto es una obra de teatro basada en una historia escrita por
Goethe en la que este doctor vende su alma al diablo para conseguir poder y
conocimiento. Fausto hace un trato con el diablo: venderle su cuerpo y alma
para recibir placeres y poderes sobrenaturales durante algunos años.
El
diablo, aceptando el trato, le concede al Dr. Faustus el goce de los placeres
del pecado durante esa temporada, y su destino parece estar sellado. Pero
cuando se cumple el plazo, Fausto intenta frustrar los planes del diablo,
enfrentándose a una muerte espantosa.
Esta
historia es pues una leyenda que funciona bien como una metáfora de la paga del
pecado, aunque no tenga ningún asidero bíblico ni teológico.
En
la sagrada escritura no existe ningún caso de una persona que haya literalmente
“vendido” su alma a Satanás. Tampoco teológica o filosóficamente hablando es
algo factible.
A
partir de aquí hay que tener pues en cuenta 5 cosas:
1.
Nadie puede pactar con el diablo para ofrecerle o venderle la propia vida (o el
alma) o una vida ajena, por la sencilla razón que no nos pertenecemos a
nosotros mismos, como tampoco nadie nos pertenece; todos le pertenecemos a
Dios, somos suyos (Sal 8, 6-7; Ef 2, 10).
Cuando
se escucha decir que una persona le ha vendido el alma al diablo se está
diciendo simplemente que dicha persona, para conseguir a toda costa sus
objetivos, ha preferido recurrir a medios non sanctos (pecados graves) sin
importarle su condenación; es solo una figura metafórica. Por otra parte, no es
posible firmar ningún tipo de contrato con el diablo y menos aún protocolizarlo
ante notario.
En
el mismo sentido también son erróneas aquellas afirmaciones de muchos cuando,
por ejemplo, dicen: “Yo con mi cuerpo hago lo que quiero”, o “yo tengo derecho
a decidir sobre mi cuerpo”. El espíritu, alma y cuerpo (la totalidad) no le
pertenecen a la persona humana, sino a Dios su creador; en consecuencia cada
uno está llamado sólo a respetar y administrar los dones de Dios comenzando por
el don de la vida.
2.
Aunque le pertenezcamos a Dios, Él no nos obliga a estar a su lado, en su casa,
como expresa la parábola del Padre misericordioso (conocida también como del
hijo pródigo) (Lc 15,11-22), en que, muy a su pesar, el padre deja marchar a su
hijo menor.
Si
optamos conscientemente por estar lejos del Padre, Él, aunque no quiera,
permite que nos vayamos, nos deja ir para sufrir. Cristo nos liberó para que
seamos libres; nosotros debemos mantenernos firmes en esa libertad para no
someternos otra vez al yugo de la esclavitud (Ga 5, 1).
3.
Y hablando concretamente del bebé que “supuestamente” fue ofrecido al diablo,
siendo asesinado por su propia madre al arrojarlo al fuego, pues ese bebé no
tendrá un destino de condenación haya o no recibido el sacramento del Bautismo.
Ese
niño le pertenece a Dios su creador, y la madre, en un acto de demencia,
tampoco tenía la posibilidad, como se ha dicho antes, de ofrecerlo al diablo
porque no es suyo, no le pertenece aunque sea “su” hijo.
En
caso de que el bebé en cuestión no hubiera recibido el sacramento del bautismo,
él tiene un camino de salvación (Catecismo, 1261). “El Espíritu Santo ofrece a
todos la posibilidad de ser asociados, del modo queDios conoce, al misterio
pascual” (Gaudium et spes, 22).
4.
No le podemos ofrecer a nadie lo que no nos pertenece. Una persona puede
ofrecer lo que ha hecho consciente y voluntariamente con sus propias manos. Y
Dios objetivamente sólo puede recibir lo que esté de acuerdo con su voluntad.
Las ofrendas a Dios han de ser lo mejor de lo mejor, recordemos la ofrenda de
Abel (Gn 4, 4).
Dios
sólo recibe lo bueno; ni Él puede recibir lo malo ni el diablo puede recibir lo
bueno (la santa e inocente vida de ese bebé de tres años).
5.-
Y finalmente recordemos que el poder de Satanás está limitado por la voluntad de
Dios (Jb 1, 10-12; 1 Co 10, 13). Él defiende lo suyo y Él ha provisto los
medios para defendernos contra los ataques de Satanás y contra su poder (Ef 6,
11-12).
Fuente: DiocesisdeCelayaMX.blogspot.com