Cuando te obsesione tu perfección recuerda esto: tú no eres
Dios
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| Space Amoeba | CC BY-NC-ND 2.0 |
A
veces no sé si es mejor callar o hablar. Alzar la voz y gritar para que me
oigan. O mantenerme en silencio ocultando lo que pienso, lo que sé, lo que
deseo.
No sé si hablando provocaré
el rechazo, el rencor o el odio. O si callando obtendré la ira de los que no me
aman y esperan alguna palabra.
No
sé si es más humilde mi silencio o mi palabra. O si es más posible cambiar mi
vida y la de otros de una u otra forma.
Veo a Dios callado y pienso
en su silencio. “El silencio de Dios debería
enseñarnos que hay que callar a menudo”.
Tal vez entonces, mirando a Dios, debería aprender a callar más.
Hablar menos. Esperar con paciencia.
No
precipitarme en mis decisiones. Tener calma y paz. No vivir con prisas.
La vida se cocina a fuego lento. Entre silencios y esperas. Aprendo a callar,
sin hablar más de la cuenta.
Soy
dueño de mis silencios. Esclavo de mis palabras. Acepto que me equivoco
hablando más de la cuenta. Callo. Guardo silencio. Espero.
Deseo una vida larga para
entregar mis pasos. Para dejar sonar mi voz o callar mi grito. Deseo que todo pase y llegue pronto el cielo,
el paraíso. No como pago por mis méritos sino como expresión del amor más
grande que me abraza y sostiene.
Quiero vivir aquí y ahora. Y
no en el futuro, ni anclado en el pasado. Sueño con una eternidad y a veces veo
que me cansa la espera.
A menudo no sé si estoy
haciendo lo correcto. Si lo correcto es lo moral, lo justo o lo que vale. No sé
si estoy en el lugar exacto o si es que hay algún lugar que sea el más adecuado.
No sé si lo que vivo ahora
lo vivo en el momento oportuno. No sé si estoy haciendo lo que debo o sólo lo
que a mí me place.
No lo sé, vivo con dudas.
Y en mis dudas se consume mi
alma con miedos y deseos. Elijo entonces dejar que sea Dios el que traiga el
consuelo y la paz al alma una vez dado el primer paso.
Puedo hacer una cosa o la
otra. Decir que sí o que no. No es tan grave. Pero cuando elijo, cuando opto,
sueño con una paz bendita que calme mi alma.
Sé que es Dios quien conduce
mis pasos y yo me dejo. Estoy sólo de
paso en esta tierra. Es todo tan fugaz…
El viento de hoy es
pasajero. Y la lluvia y el sol. Y mi sonrisa. Y mis palabras. Son pasajeras.
Hoy están y mañana en este mismo espacio habrá otra vida, serán otros los
sueños, otras las voces, otros los silencios.
Pensar así no me inquieta.
Todo lo contrario, me da paz. Tienen mis gestos una trascendencia que no
alcanzo a ver.
Y son tan pequeños que parece todo insignificante cuando se mide con la
eternidad sin tiempo…
Quizás por eso dudo si
callar o hablar. Si hacer o quedarme quieto. Si soñar o conformarme. Dudo si
enfadarme por lo que no tengo o agradecer lo que hay en mi vida o esperar algo
más grande. Dudo si descansar un tiempo o seguir luchando un día más.
¿Cómo decidir siempre lo
correcto?
Lo correcto es buscar la
sonrisa de Dios en medio de las estrellas, mientras me quedo quieto mirando al
cielo.
Tanto afán por querer hacer
siempre lo correcto. Tanta lucha por no
cometer ningún pecado. Todo es vanidad, lo siento así en mi alma.
Es como querer ser Dios en traje humano. Como querer controlar todas las variables. Y
poseer un discernimiento claro que arrase con las dudas.
Vivo lleno de límites y fragilidades.
Me asusta el día siguiente al hoy que toco y me parece seguro.
Pero no dejo que me quite la
paz el pensar en el fracaso posible, en la muerte que llegará un día. Dejo el
temor amarrado a mi barca y avanzo.
Sí, amando avanzo. Sirviendo navego mar adentro.
Eso es suficiente para hacer todo distinto cada mañana.
No tengo miedo a la noche.
Elijo la bondad, el amor, la misericordia. Elijo la vida plena, la generosidad,
la amabilidad.
“Ser
amable no es un estilo que un cristiano puede elegir o rechazar. Como parte de
las exigencias irrenunciables del amor, todo
ser humano está obligado a ser afable con los que lo rodean”.
Me gusta pensar que mi elección pone en el centro al otro. A aquel
en el que Dios se hace presente. Amable con el que no es amable.
Misericordioso con el que tiene odio.
Me pide quizás Dios que viva
el imposible. Lo elijo de nuevo. Sabiendo que dando puedo encontrar el vacío. Y
amando puedo recibir el rechazo.
Acepto el posible fracaso de
mis empresas. No le tengo miedo a la vida. Merece la pena dar más de lo que
tengo. Sin buscar los primeros puestos. Ni ese poder que tanto me encandila.
Renuncio a la soberbia. Dejo
de lado mi orgullo, mi amor propio. Me desprendo de la máscara de mi fama que
tanto mal me hace.
He vendido mi imagen al
mundo y la cuido como lo más valioso. ¿No es acaso la mirada de Dios la que más
me importa?
Miro su corazón de Padre y
me conmuevo. No le tengo miedo a la vida que pasa fugaz delante de mis ojos.
Confío
en guardar silencio eligiendo siempre el amor. No evito sufrir, porque sufriendo
aprendo lo más valioso.
Y cuando amo sé que una
parte de mi corazón queda enterrada en tierra fecunda. Sonrío, callo, espero. No tengo miedo.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






