Pregunta:
Padre: ¿Qué
es el destino? ¿Es verdad que todos lo tenemos ya fijado y que Dios conoce de
antemano todo lo que va a sucedernos? ¿No podemos, entonces, cambiar nuestro
destino?
Respuesta:
Estimado:
Creer en el “destino” consiste en afirmar que el
futuro humano está determinado, decidido o fijado desde toda la eternidad.
En
el mundo homérico se afirmaba la existencia de un poder que actuaba sobre
hombres y dioses, personificado en la Moira [1]. Hoy en día se usa el término “destino”
con dos sentidos diversos: algunos se refieren a él en un sentido amplio,
metafórico, como sinónimo del aspecto misterioso de los acontecimientos
humanos; es una forma de afirmar entre el vulgo que se nos escapa la
explicación última de los acontecimientos terrenos. Pero muchos otros lo usan
en sentido propio, semejante al que le daban las antiguas mitologías, negando
la libertad humana y la Providencia divina. La noción de destino o de fatalidad
desempeña también un importante papel en las supersticiones populares como
cuentos de hadas, magia, adivinación, astrología, e incluso en la vida
cotidiana.
El cristianismo enseña que la afirmación de un
destino prefijado de antemano para cada uno de nuestros actos equivale a la
negación de la libertad humana. Enseña asimismo que no hay contraposición entre
el conocimiento que Dios tiene de todas las acciones de los hombres y la
libertad de la creatura humana.
La Epístola a los Hebreos dice, en efecto: Todo
está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuenta (Hb
4,13); y el Concilio Vaticano I, citando este texto, añade: “también aquellas
acciones libres y futuras de las creaturas” [2]
La Sagrada Escritura da testimonio clarísimo de
esta verdad: Tú de lejos te das cuenta de todos mis pensamientos… conoces todos
mis caminos (Sal 138,3); ¡Dios eterno, conocedor de todo lo oculto, que ves las
cosas todas antes de que sucedan! (Dan 13,42); Sabía Jesús desde el principio
quiénes eran los que no creían y quién era el que había de entregarle (Jn 6,65).
Pero al mismo
tiempo el dogma de la certeza infalible con que Dios prevé las acciones libres
futuras no pone en menoscabo el dogma de la libertad humana [3]. Los santos
Padres ya afirmaban que la Presciencia divina no coarta en absoluto las
acciones futuras, del mismo modo que tampoco los recuerdos humanos coartan las
acciones libres pretéritas. San Agustín decía: “Así como tú con tu recuerdo no
fuerzas a ser las cosas que ya fueron, de igual modo tampoco Dios con su
presciencia fuerza a que sean las cosas que serán en el futuro” [4]
La teología distingue entre la “necesidad
antecedente” que precede a la acción y suprime la libertad, y la “necesidad
consiguiente”, que sigue a la acción y, por lo tanto, no perjudica la libertad.
Las acciones libres futuras previstas por Dios tienen lugar infalible o
necesariamente, mas no por necesidad antecedente, sino consiguiente. Santo
Tomás escribe en el mismo sentido: si Dios, con su conocer no sujeto al tiempo,
ve algo como presente, entonces indefectiblemente sucederá en la realidad [5],
pero es un error pensar que Dios lo predetermina con su presciencia.
Bibliografía:
Michel
Dubuisson, Destino, en: Diccionario de las Religiones, dirigido por Paul
Poupard, Herder, Barcelona 1987, p. 443-445.
[1] La moira (término que en griego
significa “dar a cada uno su parte, el lote o la dote que le corresponde”), en
las antiguas teogonías, es la ley suprema a la que están sometidos no sólo los
hombres sino los mismos dioses; lo que diferencia a los dioses y a los hombres
es que los dioses son inmortales y conocen los designios de la moira aunque no
pueden ir contra ellos; los hombres, en cambio, son mortales y desconocen esos
designios. Pero tanto unos como otros están “atados” a esta ley.
[2]
DS 3003; cf. 3890.
[3]
Cf. DS 1555.
[4]
San Agustín, De libero arbitrio Tr. 4, II.
[5]
Cf. Suma Contra Gentiles, I, 67; De veritate 24, 1 ad 13.
Por: P. Miguel A. fuentes, IVE
Fuente:
TeologoResponde.org