Sólo cuando doy encuentro la plenitud
Hay
personas que sirven con fuerza, con entusiasmo, se preocupan por todo. Están
siempre atentas,
dispuestas a ayudar, a poner su tiempo y su vida al servicio de los demás.
Me parece muy bonito. Sirven
con alegría. ¿Qué sería de este mundo si no hubiera personas que sirven a
diario dando su vida, que permanecen ocultas en su servicio?
En la
vida matrimonial es fundamental la actitud del servicio. Estar atento a lo que
el otro necesita. Servir sin esperar el agradecimiento. Servir sin
pretender que el otro haga lo mismo. Decía
el papa Francisco:
“El
matrimonio es una necesaria combinación de gozos y de esfuerzos, de tensiones y
de descanso, de sufrimientos y de liberaciones, de satisfacciones y de
búsquedas, de molestias y de placeres, siempre en el camino de la amistad, que
mueve a los esposos a cuidarse. Se prestan mutuamente ayuda y servicio”.
El servicio mutuo,
desinteresado. Lleno de renuncia. El servicio para que el otro esté bien, en
paz, y pueda servir mejor a otros. El servicio que no espera que le paguen con
la misma manera.
El servicio que no pretende
ser visto. Ese servicio oculto es el que cambia el
mundo. Lo hace en silencio. Estoy convencido de ello.
Tal vez en la tierra no
obtenga recompensa. Pero ese servicio dará fruto en el cielo. Es el que anhela
mi alma. Aprender a servir de tal forma que mi vida sea una entrega constante.
Estoy lejos del ideal. Comenta el papa Francisco:
“Así
puede mostrar toda su fecundidad, y nos permite experimentar la felicidad de
dar, la nobleza y la grandeza de donarse sobreabundantemente, sin medir, sin reclamar
pagos, por el solo gusto de dar y de servir”.
El gusto por servir y dar la
vida. La alegría de mirar el bien del otro más
que el bien propio. Sin buscar la simetría en el amor.
Quiero aprender a dar hasta
que me duela. Dar para hacer felices a los demás. Sé
que sólo cuando doy soy realmente pleno.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia