Discurso
del Papa Francisco
Discurso del Papa,
27 sept. 2019 © Vatican Media
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“Si
el progreso tecnológico causara desigualdades cada vez mayores, no podríamos
considerarlo un progreso real”, ha anunciado el Papa Francisco ayer por la
mañana, 27 de septiembre de 2019, a los participantes en el Seminario “El
bien común en la era digital”, en el Vaticano.
El
Papa los ha recibido en audiencia en la Sala Clementina del Palacio
Apostólico, en el marco de la reunión organizada por el Pontificio Consejo para
la Cultura y el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, que
tiene lugar en el Vaticano, del 26 al 28 de septiembre de 2019.
Si
se convirtiera en “enemigo del bien común”, el llamado “progreso tecnológico de
la humanidad” –ha advertido– conduciría a una desafortunada regresión a una
“forma de barbarie dictada por la ley del más fuerte”.
En
este contexto, les ha agradecido su trabajo en un “esfuerzo de civilización”,
que también se medirá por el objetivo de reducir las desigualdades económicas,
educativas, tecnológicas, sociales y culturales, ha matizado.
Los
participantes en el Seminario “El bien común en la era digital” son actores
importantes en diversos ámbitos de las ciencias aplicadas: tecnología,
economía, robótica, sociología, comunicación, ciber-seguridad, y también
filosofía, ética y teología moral.
Así,
Francisco les ha animado a continuar en su misión: “Mientras una persona sea
víctima de un sistema, por muy evolucionado y eficiente que sea, que no consiga
valorizar la dignidad intrínseca y la contribución de cada persona, vuestro
trabajo no estará terminado”.
Publicamos
a continuación el discurso que el Papa ha dirigido a los participantes en la
audiencia:
Discurso del Santo Padre
Sres.
cardenales,
queridos
hermanos y hermanas,
Doy
la bienvenida a todos los participantes en el Encuentro sobre el “Bien Común en
la Era Digital”, promovido por el Pontificio Consejo para la Cultura y el
Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, y agradezco al
cardenal Ravasi su presentación. Los notables avances en el campo de la
tecnología, especialmente en el de la inteligencia artificia tienen, cada vez
más, implicaciones significativas en todos los ámbitos de la actividad humana;
por lo tanto, considero que los debates abiertos y concretos sobre este tema
son más necesarios que nunca.
En
mi Encíclica sobre el cuidado de la casa común,
tracé un paralelismo básico: el beneficio incuestionable que la humanidad puede
obtener del progreso tecnológico (cf. Laudato si’, 102) dependerá de la medida
en que se utilicen éticamente las nuevas posibilidades disponibles (cf. ibid.,
105). Esta correlación requiere que, paralelamente al inmenso progreso
tecnológico en curso, haya un desarrollo adecuado de la responsabilidad y los
valores.
De
lo contrario, un paradigma dominante -el “paradigma tecnocrático” (cf. ibíd.,
111)- que promete un progreso incontrolado e ilimitado se impondrá y quizás
incluso eliminará otros factores de desarrollo con enormes peligros para toda
la humanidad. Con vuestros trabajos, vosotros, habéis querido contribuir a
prevenir esta deriva y a hacer concreta la cultura del encuentro y del diálogo
interdisciplinario.
Muchos
de vosotros sois actores importantes en diversos ámbitos de las ciencias
aplicadas: tecnología, economía, robótica, sociología, comunicación,
ciber-seguridad, y también filosofía, ética y teología moral. Precisamente por
eso, expresáis no sólo diferentes habilidades, sino también diferentes
sensibilidades y enfoques variados de los problemas que fenómenos como la
inteligencia artificial abren en los sectores de vuestra competencia. Os
agradezco que queráis encontraros entre vosotros en un diálogo inclusivo y
fecundo, que ayuda a todos a aprender unos de otros y no permita a ninguno
encerrarse en sistemas pre-confeccionados.
El
principal objetivo que os habéis fijado es ambicioso: alcanzar criterios y
parámetros éticos básicos, capaces dar orientaciones sobre las respuestas a los
problemas éticos que plantea el uso generalizado de las tecnologías. Soy
consciente de que para vosotros, que representáis tanto la globalización como
la especialización del conocimiento, debe ser arduo definir algunos principios
esenciales en un lenguaje que sea aceptable y compartido por todos.
Sin
embargo, no os habéis desanimado en el intento de alcanzar este objetivo,
enmarcando el valor ético de las transformaciones en curso también en el
contexto de los principios establecidos por los Objetivos de Desarrollo
Sostenible definidos por las Naciones Unidas; de hecho, las áreas clave que
habéis explorado ciertamente tienen repercusiones inmediatas y concretas en la
vida de millones de personas.
Es
común la convicción de que la humanidad se enfrenta a desafíos sin precedentes
y completamente nuevas. Los nuevos problemas requieren nuevas soluciones: el
respeto de los principios y de la tradición, de hecho, debe vivirse siempre con
una forma de fidelidad creativa y no de imitaciones rígidas o de reduccionismo
obsoleto.
Por
lo tanto, creo que es digno de elogio que no hayáis tenido miedo de declinar, a
veces también de forma precisa, los principios morales tanto teóricos como
prácticos, y que los desafíos éticos examinados se hayan enfrentado
precisamente en el contexto del concepto de “bien común”. El bien común es un
bien al que aspiran todas las personas, y no existe un sistema ético digno de
ese nombre que no contemple ese bien como uno de sus puntos de referencia
esenciales.
Los
problemas que habéis sido llamados a analizar conciernen a toda la humanidad y
requieren soluciones que puedan extenderse a toda la humanidad.
Un
buen ejemplo podría ser la robótica en el mundo laboral. Por un lado, podrá
poner fin a algunos trabajos fatigosos, peligrosos y repetitivos -pensemos en
los que surgieron a principios de la revolución industrial del siglo XIX- que a
menudo causan sufrimiento, aburrimiento y embrutecimiento. Sin embargo, por otro
lado, la robótica podría convertirse en una herramienta puramente eficiente:
utilizada sólo para aumentar beneficios y rendimientos, privaría a miles de
personas de su trabajo, poniendo en peligro su dignidad.
Otro
ejemplo son las ventajas y los riesgos asociados con el uso de la inteligencia
artificial en los debates sobre las grandes cuestiones sociales. Por una parte,
se podrá favorecer un acceso más grande a las informaciones fiables y
garantizar, pues, la afirmación de análisis correctas; por la otra, será
posible como nunca antes, hacer circular opiniones tendenciosas y datos falsos,
“envenenar” los debates públicos e incluso manipular las opiniones de millones
de personas, hasta el punto de poner en peligro las mismas instituciones que
garantizan la convivencia civil pacífica. Por eso, el desarrollo tecnológico
del que todos somos testigos requiere que nos reapropiemos de nosotros mismos y
reinterpretemos los términos éticos que otros nos han transmitido.
Si
el progreso tecnológico causara desigualdades cada vez mayores, no podríamos
considerarlo un progreso real. Si se convirtiera en enemigo del bien común, el
llamado progreso tecnológico de la humanidad, conduciría a una desafortunada
regresión a una forma de barbarie dictada por la ley del más fuerte. Por lo
tanto, queridos amigos, os agradezco vuestro trabajo en un esfuerzo de
civilización, que también se medirá por el objetivo de reducir las
desigualdades económicas, educativas, tecnológicas, sociales y culturales.
Habéis
querido sentar las bases éticas para garantizar la defensa de la dignidad de
cada persona humana, convencidos de que el bien común no puede disociarse del
bien específico de cada individuo. Mientras una persona sea víctima de un
sistema, por muy evolucionado y eficiente que sea, que no consiga valorizar la
dignidad intrínseca y la contribución de cada persona, vuestro trabajo no
estará terminado.
Un
mundo mejor es posible gracias al progreso tecnológico si éste va acompañado de
una ética basada en una visión del bien común, una ética de libertad,
responsabilidad y fraternidad, capaz de favorecer el pleno desarrollo de las
personas en relación con los demás y con la creación.
Queridos
amigos, gracias por este encuentro. Os acompaño con mi bendición. ¡Qué Dios os
bendiga a todos! Y os pido por favor que recéis por mí. Gracias.
Rosa
Die Alcolea
©
Librería Editorial Vaticana
Fuente:
Zenit