Dios es el refugio verdadero
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| Frank Mckenna | Unsplash CC |
Miro
el ancho mar y la mirada se pierde en el horizonte. La paz, la eternidad, el
silencio, los miedos. El mar que evoca recuerdos y me habla de profundidades
que desconozco. Una anchura que no abarca mi mirada. Una inmensidad en la que
me pierdo.
Tiene el mar ese poder de
atracción que me cautiva. Y al mismo tiempo tiene una verdad que me devuelve
reflejada la imagen de mí mismo.
Sueño con un mar en el que
se pierdan mis sueños buscando otras orillas. Esperando otros horizontes que
ahora no veo. Me gusta quedarme mirando el mar sin playa.
El mar
repleto de agua y cielo, de hondura y oscuridades y de ese color que le da el
cielo. El
mar que refleja mis ideales más profundos y verdaderos.
Sueño con un mar en el que
pueda descansar cuando los agobios de la tierra me hagan perder la esperanza.
Quiero navegar por ese mar de mis anhelos. El mar en el que mis miedos se
ahogan para siempre. El mar de Dios.
El mar de un futuro
inquietante que desconozco. El mar en el que vivo y respiro. El mar de las
entrañas más mías. Pienso en ese mar en el que echo raíces. Dejo
mi alma muy dentro del mar de Dios en el que descanso. Como decía el padre
José Kentenich:
“Millones de personas que hoy carecen de
hogar claman por un hogar espiritual. Arraiguémonos
muy profundamente en Dios y, dado el caso, sobrellevemos el desarraigo aquí en
la tierra a fin de ofrecer un hogar a muchos”.
Quiero echar raíces en el
mar de Dios. Allí donde soy pequeño como un niño y me pego a su piel buscando
amparo y calor. Algo de ternura. Anclado en Él podré dar hogar a tantos
hombres sin hogar, sin raíces.
¿Dónde tengo enterradas mis
raíces? ¿Dónde está mi verdadero hogar? Miro mi corazón que busca hogar
desesperadamente. Lo busca en el mundo que toco. En los corazones que amo y
pasan ante mí. Lo busco tal vez un poco desesperadamente. ¿No lo tengo en Dios?
Mi
hogar verdadero al que camino. Mi mar profundo en el que me sumerjo buscando
luz, paz,
alegría. Adentrándome en la misericordia de sus mares infinitos. Donde soy
querido como soy, sin temer mostrarme con todas mis deficiencias.
Mi hogar verdadero lleno de
raíces. Sé que “la angustia aumenta cuando ni en
el plano natural ni en el sobrenatural se responde ni satisface suficientemente
ese anhelo primordial del alma humana: el ansia de hogar”.
El ansia de hogar grita en
mi interior. Si echo raíces profundas en lugares, en
corazones, en mares hondos, si logro encontrar un hogar en el que anclar mi
barca para siempre, sólo así podré dar hogar a los que viven sin tierra, sin paz,
sin lugar donde dejar anclada la vida.
¿Seré yo puerto seguro en
medio de tormentas? Eso espera mi alma. Un puerto, una bahía, donde dejar el
alma amarrada y tranquila. Sin miedo a las tempestades, a las olas inmensas que
arrancan la vida de sus raíces.
Sueño con vivir con paz en
medio de mi mar. Un puerto donde descansa mi barca. En medio de mis olas y
tormentas. Raíces. Es lo que desea el alma. Vivo sin raíces.
Comenta el Padre Kentenich:
“Todos
padecemos de un cierto nomadismo. Hoy todos tenemos que volver a arraigarnos
y vincularnos más profundamente a algún lugar”.
Me vinculo de nuevo a
lugares de mi infancia, de mi historia. A lugares en los que me siento libre,
en casa. Un hogar físico y espiritual. Un
lugar en el que poder ser yo mismo. El lugar de mi alma en el que quiero
descansar.
Repito en el salmo: “Señor, tú has sido nuestro refugio de generación
en generación”. Dios es mi refugio verdadero. Allí me
encuentro en casa. Quiero
arraigarme, echar raíces.
¡Qué poco profundo es mi
mundo interior! ¡Cuánto me cuesta navegar por sus aguas! Necesito detenerme y
hacer silencio. Que mi vida espiritual sea profunda. Que el silencio calme mis
gritos y colme mi desamparo.
Dios
no me deja nunca solo en medio de mi mar. Es mi refugio donde me siento a
salvo. Nada temo. Me quedo mirando la anchura de mi mar. Se calman mis prisas e
inquietudes.
Puedo acoger en la roca de
mi alma al que viene hasta mí buscando raíces. Puedo ser un puerto en medio de
mares revueltos. Puedo serlo si dejo que Dios sea mi lugar de descanso. En Él
puedo encontrar la paz que me falta. En el mar de sus misericordias y consuelos.
Me adentro en el mar revuelto
que contemplan mis ojos. El mar encrespado y violento, lleno de oscuridades. En
ese mismo mar descanso. Como hombre anclado en Dios, arraigado desde mis
entrañas.
No temo. Me gusta mirar mi
vida, mi historia, mis recuerdos. Me conmueven las palabras de Pablo Neruda:
“Yo
voy a cerrar los ojos Y sólo quiero cinco cosas, cinco raíces preferidas. Una
es el amor sin fin. Lo segundo es ver el otoño. No puedo ser sin que las hojas
vuelen y vuelvan a la tierra. Lo tercero es el grave invierno, la lluvia que
amé, la caricia del fuego en el frío silvestre. En cuarto lugar, el verano
redondo como una sandía. La quinta cosa son tus ojos, Matilde mía, bienamada.
Amigos, eso es cuanto quiero. Es casi nada y casi todo”.
Mis recuerdos forman parte de mi
vida. Son mi nostalgia continua. Y mi felicidad más plena. Son la certeza de
saberme amado, esperado, soñado. Son el deseo más sincero de querer ser eterno.
Sin pausa, sin miedo.
Así es más fácil tejer mi
historia, con pulso firme. Sin temer los errores. Sin olvidar los miedos. Con la seguridad de un puerto, de un hogar, de
una roca. Amando mis raíces.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






